Amar el proceso
Es posible que sea mejor así. Sin estar condenados por una etiqueta que hoy los hubiera convertido en héroes y mañana en farsantes. Porque México es así. Tiene una narrativa que condecora a los segundos lugares y castiga a los primeros. El Campeón es siempre un presunto fraude. Porque o le regalaron la victoria, o no supo qué hacer con ella, o simplemente ganó una competencia que en realidad no sirve para nada. Se ha dicho de los Campeones Sub 17. Se ha dicho del Canelo Álvarez. Y sí, se ha dicho incluso de Hugo Sánchez por nunca haber entregado a la Patria lo que sí hizo vestido de blanco.
Es natural que no lo entiendan. Que incluso a varias horas de distancia sigan llorando por la oportunidad que se les ha ido. Un título va siempre en forma de trofeo a las vitrinas y en forma de alegría eterna a la memoria. Pero México va siempre contra la lógica. Es más de esfuerzo que de resultados. Más de heroísmos fallidos que de héroes consumados. El no era penal es más poderoso que el sí se puede porque uno habla de injusticia perpetrada por un tercero y otro asigna la responsabilidad en uno mismo. Caer con estilo es más poderoso que ganar como sea.
Este domingo yo tampoco lo entendía. Sufrí por un título que a mi juicio, y lo sostengo, les robaron. Y bueno, ya sabemos que en el futbol lo que les roban a otros también puede ser un robo que se asuma como propio. Me sentí robado sin jugar. Ya imaginó la sensación de ellos. Pero conforme pasan las horas me digo que es mejor así. México destruye a sus Campeones. Si son jóvenes, lo hace acelerando procesos, castigándolos por ser exitosos o poniéndoles cruces que han sido responsabilidad de otros. Si son mayores, se dirá que han perdido el piso, que el triunfo se decidió desde el escritorio o, en el mejor de los casos, que han sido incapaces de gestionar el éxito. Los Campeones en la narrativa mexicana rara vez son buenas personas.
Tres letras arruinan la explotación. Entre Campeón y Subcampeón hay un circo mediático de distancia. La narrativa triunfalista no se sostiene con un subcampeón. La historia se menciona un par de días. Quizás una semana. Pero después se va al anecdotario. Y aunque puede aparecer en el palmarés de los involucrados, nadie quiere tener como principal laurel haber sido el último perdedor de una competencia, que es a final de cuentas lo que representa un segundo lugar. Si la medalla de plata en los Olímpicos es gloria nacional, la plata en el futbol no es más que un ostentoso recuerdo bañado en lágrimas. Y eso no sirve gran cosa a los intereses de la TV, ni a los de los promotores, ni a los de los equipos urgidos de ídolos, que los lanzarán al ruedo sin que estén listos para hacerlo, ni a los de los propios padres que en muchos casos hubieran confundido el oro de su hijo con la oportunidad para ejercer una paternidad con ánimo de lucro.
No es que el subcampeonato no valga. Es que no vende. Y esa condición, sumada a que la victoria no se produjo, según nuestro sesgo nacional, por una injusticia tecnológica ejecutada por seres humanos, hace que la derrota valga aún más y que, pese a todo, no venda. Ese trofeo robado, asumiendo que lo fue, es una exigencia de calma para un país que exprime a sus Campeones hasta dejarlos expuestos y a su suerte. El técnico no sentirá apremio por exhibir a su nueva joya. Tuca no saldrá a declarar que no le importa lo que uno de sus futbolistas haya hecho en un Mundial Sub 17, ni tampoco que él manda aunque sus nuevos talentos se pudran en la banca. Las televisoras no dirán que estos sí hacen lo que la mayor no, aunque algunos de la mayor sí que hayan hecho lo de la Sub 17. Los aficionados no irán a la cancha pensando que el menor de 17 tiene que hacer lo que las figuras de su equipo no han cubierto. Los padres no sentirán que en su hijo está la salvación económica. Y los futbolistas no tendrán ni la tentación de perderse en el éxito que a esa edad puede ser efímero ni tampoco crecerán sintiéndose los peores del mundo. Son, si acaso, los segundos mejores.
El futbol mexicano está ante una oportunidad de amar el proceso. El subcampeonato, como el campeonato a la luz de los hechos, en una instancia Sub 17 es mucho más un objetivo incidental que uno definitivo. Hay formas de ganar perdiendo. Y también de perder ganando. Lo segundo ya lo hemos probado. Nos queda comprobar lo primero. Estos subcampeones del mundo son, antes que cualquier otra cosa, futbolistas en construcción. Que la televisión, que los aficionados, que la mercadotecnia y que la necesidad de triunfos nos hagan acudir a un grupo de adolescentes talentosos para incrementar nuestro amor propio no es su responsabilidad. Es posible que sea mejor así. Sin estar condenados por una etiqueta que hoy los hubiera convertido en héroes y mañana en farsantes. Este subcampeonato es un objetivo a superar. Si en un futuro, estos futbolistas deciden omitar de su palmarés un segundo lugar, significará que de algún modo todos hemos triunfado, y que por una vez hemos aprendido a amar el proceso.