Big Mouth, el incómodo exceso de la adolescencia
Estuve cerca de abortar la misión. De abandonarla para no volver nunca. Pero ahí me mantuve pese a los muchos motivos para irme. Big Mouth es vulgar. Demasiado explícita. Incluso asquerosa. A simple vista, es un homenaje a la obscenidad, un libertinaje creativo que incomoda. El espectador atraviesa pasajes decisivos para decidir si puede con lo que está viendo. Y entiendo que varios no superen la prueba. Que les desagrade ver penes en cada episodio, que les parezca asqueroso ver a uno de ellos clavando la pelota a lo Larry Bird en un juego de basquet, que estén a un paso de vomitar por encontrarse con una almohada dando a luz. También comprendo a los que siguieron adelante, como yo. Porque Big Mouth es tan desagradable como la adolescencia. Un misterio y descubrimiento constante. Un duelo a muerte entre la razón y las hormonas.
Querer a los personajes es tan difícil como la pubertad. Si en otras series los protagonistas resultan entrañables desde los primeros segundos del primer episodio, aquí todo empieza de cabeza. Muy pronto, Andrew, un tipo raro, perdedor y con un incipiente y miserable bigote, y su amigo Nick, también perdedor, pero algo menos desarrollado en términos físicos y con los típicos padres que avergüenzan en público y en privado, empiezan a descubrir sus más bajos instintos. Andrew no puede contenerse. Cualquier referencia a la vagina detona en él pensamientos que requieren masturbación inmediata. Intenta tranquilizarse a sí mismo, sabe que está en clase, que no debe reaccionar. Pero la erección ocurre, como la de todos en algún momento de la secundaria. Y entonces su monstruo hormonal, representado por Maurice, una figura peluda y con nariz de pene que ilustra los dilemas y pensamientos de Andrew, lo convence de ir al baño a liberar toda la pasión que lleva dentro. El humor tan gráfico demanda que a los personajes se les quiera por lo que representan en su realismo, nunca como una caricatura fácil de digerir. Andrew, Nick, Jessy y Missy, porque también hay para las mujeres, son como cualquier adolescente. Para bien y para mal.
El storytelling de Big Mouth es un éxito. Los monstruos hormonales juegan un rol clave. Hacen de Pepe Grillos en el despertar sexual de hombres y mujeres. Funcionan como paréntesis necesarios para presentar una introspección de los personajes sin romper con el flujo de la historia. También representan la conciencia latente de la pubertad, porque ahí donde están el exceso y la adicción, están los pensamientos de lo correcto y lo incorrecto que el propio Maurice manifiesta cuando a Andrew se la ha ido la mano con la pornografía. El exceso que también demanda normalidad. El debate entre la satisfacción del impulso y el ejercicio de la razón.
Cada personaje representa momentos distintos de la adolescencia. Andrew es el primero en descubrirla, el que detona grandes transformaciones en un círculo de amigos que hasta ese momento se manejaba bajo la inocencia de los niños. Nick es el que llega tarde, el que incluso pide entrevista con el monstruo hormonal para ser aceptado como adolescente, pero termina fracasando. Jay vive sin reglas, carece de estructura familiar y se esconde en la magia para pretender ocultar su soledad. Es el caos gritando por alguien que lo quiera. Jessy funciona como el referente femenino de la adolescencia, experimenta su primer periodo y a partir de él toma decisiones que nunca hubiera imaginado. Finalmente Missy, la primera novia de Andrew, la niña correcta que pierde el control ante el deseo, pero que se reprime ante el temor de hacer enojar a sus padres. La que prefiere negar lo que es con tal de no asumir los costos de la transformación. Un personaje para cada adolescente, así opera Big Mouth.
Ese esquema de personalidades y circunstancias bien definidas opera también en los padres. Si en la realidad resulta medular el comportamiento de la guía materna y paterna y la interacción entre sí, en la caricatura ocurre lo mismo. Andrew, Nick, Jessy, Missy y Jay se ven afectados por matrimonios que han perdido cualquier tipo de respeto entre sí, por una madre que engaña a su esposo con otra mujer, por padres que no les prestan atención, por un padre con sospechosas tendencias homosexuales y por una pareja tan ordinaria que no puede permitirse ver a su hija satisfaciendo necesidades sexuales. El papá perdedor, la mamá que engaña, los padres ultraconservadores, los irresponsables. Que cada adulto se etiquete donde quiera.
Ya es oficial que Big Mouth tendrá segunda temporada. Y tengo que decir que lo celebro. A Nick Kroll y Andrew Goldberg, creadores de la serie, sólo les reprocho ciertos excesos. Sigo pensando que lo de la almohada era innecesario. Pero entiendo la complejidad de hacer humor realista. Un adolescente es un exceso en sí mismo. Por eso sé que volverá a estar con Nick, Andrew y el monstruo hormonal en 2018. Big Mouth es vulgar. Demasiado explícita. Incluso asquerosa. Como la vida en esa época de descubrimiento.
Nota del autor:
Estuve alejado de Medium, pero no dejé de escribir. Pasa que estos días los dediqué a llenarme de nuevas razones y temas para analizar. Entre ellos Big Mouth, que aunque no parezca me fortaleció como storyteller. Recomiendo que la vean, pero siempre y cuando estén blindados a la posibilidad de sentir asco.
Contador: 65 de 65. Bueno, estoy truqueando el sistema. Pero se vale cuando hay tan poca gente en Medium, nadie se da cuenta. Ni siquiera Evan Williams.