Club de Cuervos me sacó los ojos

Mauricio Cabrera
5 min readOct 3, 2017

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No puedo decir que me sorprenda. Soy especialista en gustos culposos. Y en el fondo sé que cuando se trata de la pelota siempre acabo hecho un pendejo. Me pasa con la Selección, que aunque sé que de mía no tiene nada, cuenta con mi apoyo y mi amor en cada Mundial. Me pasa con Chicharito, aunque sepa que su imagen de deportista modelo no era más que la fachada de un futbolista soberbio, enamoradizo y lleno de prepotencia hacia cualquiera que se atreva a criticarlo. Me pasa con el América, aunque tengo doctorado en sus orígenes. Y me pasa con Club de Cuervos, aunque sepa que es una serie varada en las mismas bromas que construyó en los primeros episodios.

La tercera temporada de Club de Cuervos es la peor de todas. Cada vez más irreal y cada vez más repetitiva. Los personajes no avanzan. De la Isabel feminista e inteligente que se presentó en la primera temporada a una Isabel que grita, mienta madres e interrumpe a la mínima provocación. De un Chava Iglesias que dentro de sus muy pocas virtudes de las primeras dos temporadas tenía el bilingüismo al Chava Iglesias que se convierte en parodia de Peña Nieto hablando mal inglés. A los Iglesias les robaron cualquier tipo de valor intelectual. Su ya de por sí escasa tridimensionalidad se extravió entre bromas que así como garantizan la risa fácil entorpecen el flujo de la historia en una búsqueda evidente por apegarse a gags de la vida real. Sus defectos dejaron de ser un sello de identidad para convertirse en hilo conductor.

El tren del mame arrastra el argumento central de Club de Cuervos. Si a Chava Iglesias le urgen clases en el Interlingua no es por el personaje, sino por el trolleo a Peña Nieto y sus equivocaciones al hablar de infraestructura. Chiste, por cierto, caduco después de tantas nuevas equivocaciones presidenciales. Si Cuauh se levanta la playera, no es porque esté fundamentado en el mundo cada vez más libertino en que se mueve la trama, sino para referir a Cuauhtémoc Blanco, su presidencia municipal en Cuernavaca y sus aspiraciones de ser gobernador. Si se hace escándalo con la regla 10/8 no es porque venga al caso en un equipo con puros mexicanos, sino por esa estrategia exagerada de servir como parodia de lo que ocurre en el verdadero futbol. Si la presencia de Rafa Márquez se ve como un parche, es porque en realidad lo es. El objetivo de apoyar las intenciones de crear un sindicato de futbolistas en México era loable, pero metió, como tantos otros elementos, a la historia de Cuervos en las arenas movedizas de la inconsistencia.

Club de Cuervos se disfruta más si no eres futbolero. Y confieso que me gustaría, tanto para sacudirme el remordimiento que tantas veces he sentido por culpa de la pelota como para disfrutar más del absurdo. Me desesperó no ver una amarilla del árbitro cuando el Cuauh se suma a la campaña de Márquez. Me fastidió ver a los analistas mirando a la pantalla en vez de hacia la cancha en que supuestamente se llevaba a cabo el partido que estaban narrando. Me irritó ver escenas de un draft inverosímil y que acaba con la salida del Potro a los Pumas. Mientras Aitor Cardone encarnaba con precisión el estereotipo del divo futbolista, Javier Pizarro se presenta como un tipo que no cumple con las características del jugador mexicano en ningún sentido. Una serie obsesionada con lanzar guiños de realidad equivocó en uno de sus grandes refuerzos de temporada. Pizarro no se parece ni a Chicharito, ni a Vela, ni a Giovani, ni a Ochoa. Es un personaje antipático que podría ser borrado para la siguiente temporada sin que nadie notara su ausencia.

La serie pierde valiosas oportunidades de meter al espectador en el ecosistema de Nuevo Toledo. Dado que invierte demasiado en los guiños a la realidad, los grandes giros de la historia lucen apresurados. El partido contra América, con la curiosidad natural que desata la participación de Emilio Azcárraga, es cortado de golpe. No se expresa con claridad ni el resultado ni lo que termina ocurriendo tras el paro cardíaco que sufre el Zombi. Y lo mismo ocurre con el punto de quiebre en la relación entre Isabel Cantú y Chava. Primero con un correo electrónico que en realidad hubiera sido mucho más creíble a través de whatsapp, principalmente por el modo en que está redactado, y segundo, con una locura que no se había esbozado más que a través de una plática entre Isabel Iglesias y quien fuera la mejor amiga de Cantú. Lo que debería ser importante brota sin ritmo. Los gags se roban el protagonismo.

Aún en su peor temporada, Cuervos tiene momentos que como espectador se atesoran. Si bien ninguno alcanza los niveles de la fiesta de tres días de Hugo Sánchez y Chava Iglesias en Acapulco, la escena de Chava siendo descubierto por Armando Cantú mientras se cogía a su hija es hilarante. También ese momento en que a Chava le toca besar a un bebé lleno de mocos. O la risa que provoca la dificultad que tienen para alinear las dos camionetas en la junta secreta en que Chava le entrega a Cuauh los documentos que exhiben al gobernador y su esposa, y que terminan entregándole el triunfo como nuevo gobernador de Nuevo Toledo.

Me quejé durante los diez episodios de la serie. En todos encontré detalles que me parecieron desesperantes. Sé que un gag es clave en la comedia. Que en el Chavo del Ocho los chistes siempre eran los mismos, que en Friends o en How I met your Mother ocurría lo mismo. Pero en esos casos se presentaban en un entorno que se movía bajo una premisa central. Eran los chistes como elementos incidentales de la historia. Aquí, en cambio, los chistes pasan por encima de la trama, los atropellan.

Vivo en la contradicción. Lo he dicho y escrito varias veces. Si de verdad Club de Cuervos no me hubiera gustado, no tendría sentido que setenta y dos horas después de su lanzamiento haya terminado de verla. Mi yo juicioso espera que no se produzca una cuarta temporada. Pero mi yo fanático al futbol, a la Selección, a Chicharito, al América y a los Supercampeones, aunque sus canchas midan 18 kilómetros, pide a gritos que regresen Salvador e Isabel Iglesias. También Hugo Sánchez y Carmelo. No puedo decir que me sorprenda. Soy especialista en gustos culposos. Y Club de Cuervos es uno de ellos, aunque mi inteligencia me lo reproche.

Nota del autor:

Ya pasan de las doce de la noche del lunes. Se me hizo tarde gracias a ESPN y Jesús Martínez. Resulta que lo inverosímil de Club de Cuervos muchas veces encuentra versión en la realidad. El modo en que la Selección renovó los derechos de televisión no distan mucho de los arreglos por debajo del agua que hacen el gobernador de Nuevo Toledo y el dueño de Las Tarántulas para dejar fuera a los Cuervos.

Contador: 29 de 29. Mañana he de celebrar. Lo haré anunciando un nuevo proyecto. O para ser precisos, una nueva idea que pondré a prueba.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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