El amor propio como enemigo de la transformación
No quiero, no puedo, no debo. La resistencia al cambio explicada en tres pasos. Más vale seguir tocando, como la banda del Titanic, hasta que el naufragio derive en nuestra muerte que intentar salvarnos a través de las posibilidades que nunca hemos probado. La máxima einsteiniana de hacer las cosas distinto para obtener resultados diferentes entra en conflicto con la comodina posición de hacer lo de siempre en espera de que la cuenta regresiva alcance el cero.
El instinto de supervivencia padece confusión ante la negación. Los culpables son siempre otros. Los que no venden, los que no entienden, los que no saben. Pero nunca el que se está hundiendo, que o se asume como víctima de las circunstancias o firma su liquidación con tal de no perder el orgullo, que a esas alturas, según su visión, es lo único que le queda.
Las transformaciones viven en conflicto con el ego. Hasta que éste no ha entendido que no hay más que reinventarse, no aparece la convicción necesaria para hacerlo. Mientras el ego se antepone a la aceptación de una crisis, los cambios carecen de la fuerza necesaria para mover a una persona, a un grupo de personas y a toda una organización.
La tendencia natural del ser humano es huir de las transformaciones. Prefiere volver a empezar que reconstruir. Partir del nivel uno que intentar hasta dar con el método, hasta entonces desconocido, que por fin aporte una solución. Los grandes cambios, lo he dicho, no ocurren sino hasta que existe la certeza del fracaso. Y esa certeza sólo ocurre con el fracaso rotundo, tan sonoro que no acepta argumentos ni siquiera como paliativo para engañar a la razón. El desempleo, el degrado, el desamor, la soledad, la pobreza. La derrota que trasciende con violencia.
El amor propio no es siempre un aliado. Engaña como acto de defensa personal. Es ciego cuando quiere. Insensible cuando le apetece. Sordo cuando se le advierte. El amor propio permite salir a la calle con aplomo aún después de las tragedias, pero mal dirigido es también el autor intelectual de que de cuando en cuando nos encontremos tocando fondo.
Se trata de elecciones y el consecuente efecto mariposa. El camino A o el camino B. La humildad del que está dispuesto a cambiar. La soberbia del que está dispuesto a hundirse. El primer camino extiende la agonía, pero ofrece una posibilidad de supervivencia. El segundo acelera la caída y no hace más que postergar el golpe al orgullo. En el primero sabes que puedes caer y trabajas para evitarlo. En el segundo tienes la certeza de que vas a caer y no queda sino preguntarte cuándo.
Cambiar a tiempo es mejor que cambiar por necesidad. Lo primero es una alternativa, lo segundo una imposición de la vida a partir de ese amor propio que te llevó a la crisis. Si las voces a tu alrededor te dicen que algo debe cambiar y si los números acompañan esas visiones, transfórmate. La humildad rinde más que el ego. El cambio rinde más que el suicidio. A menos que lo tuyo sea volver a comenzar. Se vale volver al primer nivel. Se vale volver a empezar, pero que hacerlo sea producto de tu visión de vida, no de la de ese amor propio que te llevó a hacer explotar la bomba en vez de intentar desactivarla.
Nota del autor:
Transfórmense las veces que sea necesario. Si tanto les gusta comprar la nueva versión de iPhone por las novedades que incorpora, imaginen lo mucho que les gustará darse cuenta de que ustedes también pueden ser una mejor versión de sí mismos. El orgullo mal concebido frena la innovación. El amor propio te hace triunfar, pero también hundirte.
Si ustedes fueran un iPhone, ¿cuántos features dignos de mención tendrían?
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