El caos que puede salvar a los medios
Un incendio provocado. El caos como agente de cambio. El periodista lo lamenta en público, pero lo festeja en privado. Sólo así puede haber retorno. La crisis que exige reacción. El fondo que demanda prueba y error hasta que se convierta en prueba y acierto. Cambiar o morir. Lo quiere la industria. Y sobre todo lo quiere el storyteller.
La depresión es de trescientos sesenta grados. Al periodista le dijeron que la audiencia había cambiado. Se suponía que para bien. Internet era la apertura a nuevas voces, nuevas plataformas y nuevos modelos. Por fin las verdades contadas sin límite de tiempo y espacio. Con un horizonte tan abierto como el deseo de informar. Sin más filtros censores que los de la propia prudencia. Pero más nunca ha sido más. La libertad se hizo libertinaje. Los vicios se arraigaron ante la oportunidad del exceso. La objetividad fue doblegada ante el poder de las emociones. El periodismo buscó el aplauso antes que la efectividad, como un futbolista tribunero que vive de las jugadas de fantasía más que de la consecución de resultados. Un freestyler que en el profesionalismo es una farsa.
Las emociones son traicioneras como modelo de negocio. Para hacer reír hay muchos. Los videos de perros y gatos casi siempre serán más efectivos para tal fin que el trabajo de los periodistas. Para hacer llorar, los videos de perros y gatos también funcionan mejor. Ellos son los storytellers más efectivos. Y entonces nos quedan los memes y las bromas, el entretenimiento que viaja de un celular a otro en screens monetizados por Facebok y sus derivados. Viralidad sin lealtades de por medio. Un One Post Stand contigo, otro con el que te imita, uno más con el que sea que venga. Es una relación hueca, muy de la era de Tinder, de estos tiempos en que un swipe a la derecha o uno a la izquierda determina si algo te gusta o te desagrada. Los gustos de un segundo que no son los del siguiente.
El periodista necesita reencontrar su lugar. Facebook nunca lo será. Porque ahí alcance mata capacidades. No hay atributo que valga para ponerse por encima de los ceros a la derecha. El número de likes es tan poderoso como el físico en Tinder. Una lectura simple, sin reflexiones ni reparos. O eres o no influyente. O tienes o no esa masa crítica para que el reporte de personas impactadas palomee el cuaderno de tareas de la agencia de medios y satisfaga al cliente. Explicar racionales cualitativos es un derroche cuando los cuantitativos están a un clic de distancia. En el cuadrilátero de las redes sociales, un periodista de investigación compite y pierde contra el actor que da las noticias. En ese mismo ring las peticiones de un luchador social son menos escuchadas que las de un standupero oportunista que en sus shows privados se vale de estereotipos para provocar risas pero que cuando la tendencia lo demanda se convierte en el más ferviente promotor de la igualdad y el respeto a terceros. En las plazas públicas digitales el populismo gana. Aunque sea falso, aunque sea oportunista y aunque sea nocivo.
La crisis de medios es lo mejor que le puede pasar al periodismo. E incluso a la sociedad. Que Vice no cumpla con sus expectativas de ingresos. Que Mashable se venda a un veinticinco por ciento de lo que esperaba. Que Facebook siga dando migajas a los publishers. Que cada vez desaparezcan más medios. Que eso y más siga ocurriendo es una buena noticia. Es el incendio que necesitamos. El que debimos provocar. O el que quizás provocamos inconscientemente. Porque así sólo sobrevivirán los que encuentren su lugar, los que hagan que su contenido sea tan valioso que la gente pague por él, los que recuerden que una persona es más que un número, los que un día se den cuenta que se trata de conquistar atención, intereses y convicciones, no sólo impulsos en la época de Tinder. Que arda la industria para que al final sólo queden los que han tenido la paciencia, la autocrítica, la visión y el valor para sobrevivir. Los que comprendan que su historia no sólo se construye de ceros a la derecha.
Nota del autor:
Le he dado muchas vueltas al tema. Mi inquietud surge a partir de distintos mensajes intercambiados en Proyecto Morona. Para unos, entre los que me incluye, es triste lo que está pasando. Ni siquiera los más grandes están blindados ante los efectos de la inversión directa a Facebook y Google. Para otros, entre los que también me incluyo, estamos ante la oportunidad de volver a marcar la división entre los que hacemos periodismo y construimos medios de comunicación y los que no son más que oportunistas enamorados de la viralidad, y sobre todo, de los dólares que genera.
Sirva mi branded content de Proyecto Morona para invitarlos a sumarse. Es un grupo de pequeños creadores de grandes ideas al que seguro le vendría bien la presencia de alguno de ustedes.
Contador: 67 de 67. Este fue uno de esos textos que escribo en un avión. Cuando vuelen hagan la prueba, se darán cuenta de que es una buena manera de hacer que el tedio sea un poco más llevadero. Lástima que para lidiar con migración no he dado con ningún método creativo. Es más, creo que moriré en el intento.