El Castillo
He llegado a la conclusión de que necesito un poco de infancia. Sé que aún la tengo por el valemadrismo con el que salto a una alberca sin ponerme a ver si está fría o caliente. Siempre me ha parecido una puta ridiculez meter el dedito gordo para ver si me da frío. Cada que alguien lo hace pienso dentro de mí: “no seas pendejo, así a huevo la vas a sentir fría, a menos que sea un puto sauna”. Me cagan, pues, los pulgares para calarle los huevos al tigre. Por eso me emputa saber que esa metodología científicamente descartada la aplico para ciertas cosas de mi vida.
En la alberca, como ya dije, me vale madres. Me lanzo a lo pendejo, y hasta la fecha no me ha pasado gran cosa salvo soportar algunas temperaturas pasadas de verga. Pero las albercas blancas me acojonan cuando tengo que ser creativo. Es una mamada porque cuando me enfrento al lienzo del bloc de notas o al archivo de Google Docs para ser utilitario empiezo a escribir sin problemas, pero cuando se trata de desahogar mis más profundas inspiraciones creativas soy más inútil que un puto coche sin batería. Por más que quiero arrancar, no anda ni la radio. Soy un pinche foco fundido.
La verdad es comprensible. No me justifico, pero cuando uno se dedica a andarse pirateando las metodologías y pensamientos de otros para adornarlas con palabritas chingonas y acuñar uno que otro concepto mamalón propio, lo que estás escribiendo viene avalado por…