El contenido no tiene quien lo escriba

Mauricio Cabrera
6 min readOct 4, 2017

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Esta vez voy a dejar en paz a los usuarios. No diré que estoy decepcionado de ellos. Ignoraré por un momento que los memes son su género periodístico favorito. Incluso dejaré de burlarme en silencio de su pobre ortografía. A ellos ya los he culpado mucho. O para ser justos, los hemos culpado mucho. Pero a ellos, si es que algo de responsabilidad debe adjudicárseles, les corresponde apenas una fracción de la crisis de los medios de comunicación. El estado depresivo de la industria de la generación de contenidos pasa por Facebook, por Google, por las marcas, por los consumidores, que ya no lectores, y también por los productores de contenido, que ya no periodistas.

Con palabras distintas, algunas más folclóricas que otras, pero no hay redacción (la llamo así bajo riesgo de parecer editor de un pequeño periódico impreso en vías de extinción) que no se haya cuestionado el nivel intelectual de su audiencia. El periodista de pluma y libreta vive frustrado. Ataca como método de defensa personal. Y entonces piensa, y a veces expresa, que la gente es pendeja. Que la falta de buenos contenidos atiende a la carencia de usuarios que lean. En el dilema del huevo y la gallina, gana siempre el que representa el desinterés de los usuarios por las grandes historias. Si la falta de lectura es verdad o no, a estas alturas ya no importa, porque el contador de historias se ha convertido en el perro que después de vivir tanto tiempo amarrado es incapaz de percibir que el lazo que lo detenía no lo sostiene más, que ha quedado en libertad.

Que nunca soy optimista era una verdad irrefutable hasta hoy. Una junta con buen timing y una combinación afortunada de experiencias me llevó a pensar que mi vida y la de varios que me rodean no está condenada a competir por ser el chavoruco que mejor entiende el gag de moda entre los niños rata. Es posible que yo fuera uno de esos periodistas que pensaban tener la correa puesta cuando en realidad ya no era más que producto de mi imaginación. Las oportunidades para hacer grandes contenidos están frente a nosotros. Es cuestión de cambiar el enfoque para darnos cuenta. El periodista que se cree atrapado dirá que setenta, ochenta o noventa centavos de cada dólar invertido van a parar a Facebook o a Google. El periodista libre pensará que quedan treinta, veinte o diez centavos de cada dólar para generar contenidos que impacten la comunidad, la industria y la trayectoria profesional de cada uno de los autores. Para el perro doblegado, no hay escapatoria de una realidad a la que además ha terminado por acoplarse. Para el perro liberado, hay espacio y tiempo para descubrir alternativas emergentes. Es la diferencia entre el que se cree capaz de cambiar su realidad y el que sólo se dedica a contemplar la vida hasta que se convierta en muerte.

Hay tendencias más alentadoras que las de Twitter. Trending Topics que bien atendidos se transforman en modo de vida. Ahí está Radio Ambulante con su forma de contar Latinoamérica desde Estados Unidos. De Revisionist History de Malcolm Gladwell. Ícaro, el documental de Netflix que aborda el dopaje ruso que llevó a la suspensión de sus atletas en Río 2016. O series como Humans of New York y Apocalypse Now en Facebook Watch. Proyectos que requieren atención al detalle, guiones que fluyan, investigaciones que contrasten fuentes, entrevistas a profundidad, efectos de sonido oportunos y creíbles, dicción y verdad. Proyectos chicos, medianos y grandes que tendrían que dejar satisfecho al que ama contar historias, pero que en países en vías de desarrollo no vemos como alternativa inteligente, y muchas veces ni siquiera viable, por adolecer de los elementos de fama instantánea y negocio garantizado.

Internet devoró los nervios del hombre. Tanto del que consume contenidos como del que los produce. Nos hicimos adictos al impulso, por eso vivimos en la era del Red Bull. El periodista tiene que volver a moverse de lugar. Y otra vez habrá muertos en el camino. Porque si el boom del .com obligó a que los reporteros dejaran la pluma y la grabadora para cargar con una computadora y un celular con la que pudieran enviar su trabajo al instante, el exceso de contenidos inmediatos, como antes el exceso de contenidos a destiempo, exige un reposicionamiento del periodista, que no debe abandonar el smartphone y la laptop, pero sí entender que algo de esa calma chicha que en su momento lo llevó a caer en la crisis nerviosa del minuto a minuto que de a poco se volvió segundo a segundo, tiene que regresar para entregar contenido diferenciado, de largo aliento. Que exija más del consumidor porque también ha exigido más del generador de contenidos. El respeto que quieres para tu trabajo es directamente proporcional al tiempo y estrategia que has puesto sobre él.

Las transformaciones son también generacionales. La primera camada de periodistas digitales está hoy en sus treintas. Es natural que ellos no quieran pasarse la vida haciendo memes y gastando bromas. No es coincidencia que muchos de los creadores de esos proyectos a fuego lento sean de esas mismas personas que en su momento revolucionaron los medios a través de crónicas al instante y de galerías gigantescas incluso para hechos insignificantes. Tampoco es coincidencia que las nuevas generaciones empujen el uso de las plataformas que emergen. Que les guste proyectar su vida en siete segundos en vez de leer un texto o escuchar un podcast. Es el ritmo que quieren para su vida.

El usuario de Internet ya no es uno solo. El periodista debería recordar que tampoco lo es. Pero no hacerlo a través del reproche al usuario, al que está encasillando en la categoría de consumidor de memes, sino del reconocimiento de su propia ceguera. Tan empeñado ha estado en desacreditar al consumidor, que dejó audiencias huérfanas que piden con urgencia el surgimiento de plataformas que atiendan sus necesidades y gustos específicos. Si llegara a faltar dinero, no sería una novedad, el verdadero periodista siempre ha sabido que su profesión es mal pagada, pero ahora el ejemplo de influencers y entrepreneurs dificulta que los contadores de historias tengan el suficiente amor propio para vencer al capitalismo. No es fácil para el periodista esquivar el gargajo que la vida le envía con tantos casos de influencers y mercenarios mediáticos que sólo buscan alcance para generar patrocinios, nunca consumidores para entonces producir grandes historias.

Una parte del periodismo debe regresar. En forma de documental, de podcast, de newsletter, de mensajero instantáneo. Como sea. Pero tiene que hacerlo partiendo del reconocimiento de su culpabilidad. El usuario no es pendejo, más bien es el periodista el que lo está tratando como tal. Si eres periodista y sientes que una correa te detiene, da un paso, después otro, y otro más, hasta que al final entiendas que si haces puro meme es porque llevas mucho tiempo queriendo estar ahí. Que sea la última vez que el buen contenido no tenga quien lo escriba.

Nota del autor:

Un popote, un papelito o un montón de moronas. Soy tan ansioso que siempre termino jugando con ellos en la mesa. Pero esta vez de la mesa los llevo a mi vida. Es un proyecto que a partir de pequeños puntos busca construir grandes ideas. Por ahora se los cuento así, de modo superficial. Lo hago porque he puesto apenas la primera piedra, o la primera morona, como ustedes quieran. Y he aprendido que hay que ser desconfiado. No de ustedes, o quizás sí, porque no tengo la certeza de quién me lee y quién no. Pensándolo bien, si cada uno de los me lee me diera aplausos, podría ver su cara y perfil y entonces podría contarles el proyecto de una vez. Piénsenlo…

Contador: 30 de 30. Toma fucking chango tu banana. Perdón por el abrupto, por un momento me sentí personaje de Xavier Velasco queriendo sonar cool.

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Mauricio Cabrera
Mauricio Cabrera

Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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