El destino me quiere joder

Mauricio Cabrera
4 min readSep 28, 2017

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A las matemáticas me remito. La ciencia exacta me dice que al mundo se lo está llevando el carajo. Y quizás no al de todos, pero sí al mío cuando menos. Porque a la broma de mal gusto que significó que otra vez temblara en un 19 de septiembre, que otra vez acabara en tragedia y que además fuera minutos después del simulacro, hay que sumar el boicot del destino a mi partido de futbol.

En mi intento por volver a la normalidad, no me concentraré en el temblor y sus consecuencias. De eso ya escribí siete días seguidos y aunque digo que no lo haré más, aquí ya le he entregado algunas líneas. Pero hago constar que ese martes 19 de septiembre nosotros teníamos agendado un partido. El martes ha sido siempre nuestro día de juego semanal. Me estresa cuando nos toca descansar. También cuando una lluvia lo arruina. O la novedad de que un terremoto destruya los planes.

A estas alturas, ya saben que mi calendario, el de mi equipo, y el de México se movieron al ritmo de la tierra. Y sí, en ese momento el futbol era lo de menos, y lo sigue siendo, pero en ese caso ni siquiera tenía su relevancia de siempre como lo mas importante de lo menos importante. Cuando está de por medio la supervivencia, no hay distracción que trascienda.

Pero al futbol sí lo veía como una oficialización de la vuelta a la vida. El martes 26 a las ocho de la noche, el juanfutbol Club debió reanudar su actividad de liga contra los Ponchilocos. Por fin aparecía en la agenda una distracción lo suficientemente poderosa como para pensar que un movimiento en la cancha no era producto de las placas tectónicas sino de un contragolpe a máxima velocidad para dejar pendejos a los rivales. Hablo del movimiento con literalidad. Jugamos en una azotea en la Colonia Escandón. Cuando un camión pasa por ahí, la cancha se mueve. Si eres primerizo, es natural pensar que está temblando. A nosotros nos pasó. Era la época en que celebrábamos entrar de octavos a una liguilla después de una fase regular de once equipos en que nuestros únicos partidos ganados eran por default. Pero ahora vamos de líderes. O de segundos. Yo ya meto goles con tiros cruzados a lo Luis García. Nos hicimos de un portero confiable, aunque sea un tanto cachirul porque no trabaja con nosotros. Y por fin encontramos a uno que tiene la condición física suficiente para aguantar los veinte minutos de cada tiempo. Somos otro equipo. De esos en tan buena forma que ganan hasta jugando mal. Por eso enoja todavía más cuando nuestro partido se va a la mierda. Como el martes 19. Y como el martes 26.

Son buenos tiempos para apostadores osados. Si hubiera existido una apuesta sobre cuándo un temblor en México recordaría la tragedia del 19 de septiembre de 1985, el que hubiera predicho que ocurriría el mismo 19 de septiembre pero treinta y dos años después, se hubiera hecho millonario. Si alguien hubiera apostado porque ese temblor se iba a dar un par de horas después del simulacro nacional, también se hubiera hecho millonario. E incluso si alguien hubiera encontrado la relación entre los terremotos con muertos a la cuenta y las aves de mal agüero. En el temblor de 1985, Paloma Cordero como Primera Dama. En el de 2017, la Gaviota. Ellas no lo sabían. Tampoco nosotros. Pero sus nombres advertían muerte al tiempo que daban una recomendación. México es más seguro visto de lejitos, desde el aire, que desde tierra. De ahí las alas para emprender el vuelo. Y si se puede, sin boleto de regreso.

La buena racha de los apostadores no termina ahí. Si tuviera mi propia casa de apuestas, se hubiera hecho millonario quien anticipara el hecho de que a mi partido arruinado del martes 19 de septiembre se iba a sumar el del 26. En lo que a futbol respecta, fui dos veces damnificado. Un futbolista amateur frustrado. Primero por el temblor, y después por una tormenta que duró justo una hora y que cayó justo en la Escandón. Como si Dios hubiera decidido orinar justo en la esquina en que yo estaba.

En defensa del destino, vale decir que jugué. Más waterpolo que futbol, pero jugué. También en su defensa diré que si el juego de waterpolo no fue oficial, no fue por la inundación, sino porque a los mentados Ponchilocos les faltaron jugadores. Es Futbol cinco, no Futbol once. Y ni así pudieron juntarse más que tres jugadores. Son mamadas, piensa mi yo futbolista.

Para terminar mi caso, recapitulo. El 19 de septiembre un temblor de 7.1 grados boicoteó mi partido. Hasta ahí un daño muy general. Pero siete días después, en un atraco menor a ojos de la nación pero mayor para mi reintegración social a la luz de lo ocurrido, una tormenta quirúrgica en tiempo y ubicación para joder mis ganas de jugar, más un rival desmotivado por un goal average de -56, arruinaron mi martes de futbol.

Señores del jurado, el destino merece una condena implacable. Si alguna vez sufrieron el dolor de un partido cancelado por contingencia ambiental, si una abuela les ponchó un balón por estar jugando en casa o si han tenido que ir a una cena familiar en vez de su partido, imagen el castigo de sufrir lo mismo dos semanas seguidas. Y además, en plena rehabilitación del temblor. Son mamadas, piensa mi yo futbolista.

Nota del autor:

Que no conste en acta, pero en el waterpolo metí un gol de tiro cruzado, intenté una Cuauhtéminha pero las condiciones del campo no ayudaron, di una asistencia de fantasía apoyado con la barda y me amonestaron aunque el partido era amistoso.

Contador: 25 de 25. Alguna vez dije que de poder elegir, elegía vivir en el fin del mundo. Lo que pediría al destino, a Dios o a la suerte, es que me avise para jugar la última reta. De la última cena puedo prescindir. Está sobrevalorada.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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