El foco del sistema

Mauricio Cabrera
5 min readNov 2, 2017

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La trampa es el objetivo. O quizás debería ser al revés. El objetivo es la trampa. Le llaman foco. Para algunos es una misión de vida. Para otros la sensatez del que sabe lo que quiere. Para mí, no es sino el as bajo la manga con que el sistema te encasilla. Y si te encasilla, te hace vulnerable. Y si te hace vulnerable, pierdes libertad. Y si pierdes libertad, el capitalismo gana.

Escuché el consejo durante años. Me lo decía gente a la que respeto. Me lo repetía gente a la que desprecio. Mantén el foco. No te distraigas. Dedícate a lo tuyo. En ese entonces me hacían falta pruebas para refutar. El diseñador era diseñador. El escritor era escritor. El concepto de multitasking aplicaba sólo al que era capaz de mirar el teléfono sin perder el hilo de la plática que sostenía con el amigo que estaba a su lado. Los profesionales con tentáculos eran más creíbles en la mitología que en la realidad, donde todos eran lo que la universidad o el oficio les decían que fueran. Abogados, médicos, arquitectos, licenciados. Padres de familia, solteros, viudos o dejados. El hombre en etiquetas para la estructura y para el autoestima. Cadenas disfrazadas de cimientos.

El sistema educativo lleva a descartar posibilidades. La especialización se vende como diferenciador cuando no representa más que la bienvenida a lo ordinario. El profesional olvida que un día aprendió a dibujar, que alguna vez hizo figuras de plastilina, que en una ocasión redactó un cuento. Se hace de métodos rígidos que siempre lo llevan al mismo resultado. Asume que sus libros, sus maestros y su entorno le darán lo suficiente para evolucionar en su ramo. Como si no hubiera nada que aprender afuera, como si los éxitos y problemas de industrias ajenas no pudieran representar soluciones potenciales a las propias. Como si valiera más vivir en una burbuja blindada que explotar la diversidad natural del ser humano.

Cada negativa es una oportunidad. El no es con demasiada frecuencia la clave para entender que debes ir por ahí. Cuando estaba por entrar a la universidad, mi coordinador me dijo que no era necesario estudiar la carrera para ser periodista deportivo. Con el tiempo descubrí que bajo ese concepto hubiera aplicado lo mismo para él como actor incidental de anuncios de Cerveza Sol. Y sin embargo estudié. Después me encontré con mucha gente que me decía que si no tenía contactos nunca iba a poder vivir bien. No tenía contactos, y sin embargo, vivo bien. Un amigo me dijo que no intentara dibujar porque lo mío era escribir. No soy bueno dibujando, y sin embargo, lo hago. Porque un día aprenderé, o porque un día esa debilidad tan notoria que para muchos resulta deliberada podría convertirse en estilo. Y el estilo es padre del negocio en el entorno creativo. El no que se transforma en sí es como un atajo descubierto a tiempo. Puedes no ser el mejor conductor, pero si conoces una ruta más rápida llegas antes a la meta.

Del periodista deportivo siempre se espera que haga lo mismo. Que discuta de los partidos de los que todos hablan, que polemice, que no tenga más vida que la de ir a los estadios o ver la televisión los fines de semana. Que sepa estadísticas, que hable como cualquiera por haber sido preparado en un mismo molde, que tenga el sonsonete del reportero. Que sea la víctima obvia de la inteligencia artificial. La meta cumplida de Jeff Bezos sobre los robots sustituyendo a los humanos. Y yo he decidido hacer lo contrario. Ver menos futbol. Estudiar plataformas. Hablar con mi estilo bueno, malo o regular, pero sólo mío. Dibujar, hacer un newsletter, levantar dinero para un proyecto que no es de deportes, ver anime, ir a clases de improvisación, leer. Aprender de licensing, de caricaturas que en teoría nadie de mi edad debería ver. Aficionarme a Death Note, a Neo Yokio, a un libro de panditas, al ramen, al perrito ilustrado de un restaurante cualquiera de hot dogs. Lo que hago no es ni heroico ni ejemplar. Lo veo más bien como un instinto de supervivencia. Entre más complejo sea como persona, más difícil será que un robot me sustituya, aunque fuera tan capaz como Winston en el Origen de Dan Brown.

Hay algo de generación espontánea en la disciplina. Descubrimientos que surgen sin que los esperes. Hoy, a más de cincuenta días de haber empezado a escribir un texto diario, me doy cuenta que ese foco al que se supone que debía aferrarme se ha ido a la mierda. Ahora tengo una serie de reseñas de series en Netflix o de películas por las que algún día podrían pagarme. También he dado vida a un personaje mitad real y mitad ficción que ha estado presente en dos de mis textos. Un día podría ser el protagonista de mi primera novela. He escrito reflexiones acerca de la vida, información utilitaria que en su conjunto podría representar un libro o derivar en videoblogs que me ayuden a conquistar una nueva audiencia. Y he escrito de futbol, no porque debo, sino porque en esas múltiples posibilidades que tengo como storyteller, decido entregarme a él cada cierto tiempo. El juego como un derecho, nunca como una obligación.

Piensa en qué representa tu foco. Míralo con detenimiento. Uno, dos, tres… los segundos que quieras. Descríbelo. Imagina que estás llenando su ficha técnica. Pon en palabras el objetivo que en la escuela o el trabajo te impusieron. Ser el mejor abogado, ser el mejor arquitecto, ser el mejor marketero. Táchalo. Y enseguida revienta el foco como se te dé la gana. Con un manotazo o con una patada. Ahora ve más allá. Decide tu objetivo personal, que no es el mismo que el profesional. Si amas contar historias, que nadie te diga que siempre tendrás que ser de deportes. Si eres abogado pero te gusta dibujar, entonces haz que tu foco sea satisfacer tus dos gustos y no sólo uno. Si eres contador, pero siempre quisiste estudiar actuación, deja de perfeccionar tu habilidad en Excel y entrégate a esa otra actividad que en su tiempo y circunstancias también te podrían representar ingresos. Que tu foco sea tu voluntad, no la puñetera ambición de ascender en la estructura que otros decidieron para ti. Al hombre predecible, encadenado a los convencionalismos, no le espera más que la derrota ante la inteligencia artificial. Y ante el sistema.

Nota del autor:

Me toca leer un libro infantil. Necesito aprender de ellos. Ya después les diré por qué. A ver lo que nunca pensé ver. A descubrir lo que nunca pensé descubrir.

Ah por cierto, ya lo he dicho tres veces, no se metan a la UDLA de la Ciudad de México es pésima. Lo sé por experiencia propia. Mi malograda alma mater.

Contador: 55 de 55. El ejercicio paga con un cuerpo marcado. ¿Los textos? Con ideas. No es lo mismo, pero bueno…

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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