El hack al aprendizaje
Escucha antes de hablar. Observa antes de actuar. Sobresalir hoy es menos difícil que antes. El conocimiento es omnipresente. En realidad, siempre lo ha sido. Sólo que ahora las respuestas llegan a nosotros sin tener que buscarlas. Nosotros somos el destino. Como pasa con Uber. Como pasa con Cornershop. Como pasa con Tinder. Sólo tenemos que tomarnos un tiempo para entender que el celular y la computadora pueden servir más para el crecimiento personal que para la exposición personal. Si los concebimos así, Internet y sus accesorios serán tan grandes como siempre quisimos que lo fueran.
El problema de estos tiempos en que todos pensamos más en exhibir que en aprender. En ser públicos más que en construirnos desde lo privado. Y entonces nuestras exigencias de calidad se van diluyendo hasta que derramamos poses, banalidades y presunciones en vez de darnos tiempo para nosotros. Para buscar respuestas. Para disfrutar a través de nuestra mirada más que de los likes de terceros. Para ser receptores de experiencias más que intermediarios que viven para que otros lo aprueben. El problema es que la fama, o la apariencia de ella, resultó más seductora que la humildad.
Los hombres de hoy vivimos con miedo a ser marginados. Cuando no es la posición económica, es la de la edad, o la de las preferencias sexuales. A partir de esa presión que se palpa consciente e inconscientemente en cada actividad que realizamos, construimos sistemas de defensa personal para blindarnos de las amenazas, pero lo hacemos a grado tal que la estrategia se convierte en reclusión. Mi conocimiento, mis bienes, mis derechos. Defender lo que tengo por encima de cualquier cosa. Es mi vida, es mi marca personal, lo que he logrado con el tiempo. La ley del más fuerte con la paradoja de que buscando su supervivencia bajo circunstancias que le favorecen no está más que preparando su obsolescencia cuando el tiempo, las circunstancias o la competencia nos lleven a otro entorno. Sentirnos seguros es, en muchos casos, el mayor síntoma de cobardía.
El estancamiento no está tan vinculado a la edad como al conformismo. Si quien llega a ser director o dueño de su propio negocio un día deja de asistir a eventos que podrían refrescarle su visión, no serán ni el tiempo ni sus responsabilidades los culpables de su futura obsolescencia. Si quien llega a coordinar grandes equipos desaprovecha la oportunidad de aprender de las nuevas personas y de las de siempre, no será su posición en el organigrama la responsable de que un día cualquiera esos otros sepan más que él. En ambos casos habrá sido el conformismo. La certeza de conocimiento. La inconsciencia del que ha olvidado que para cocinar grandes platillos lo primero es siempre recordar los fundamentos básicos. Lo macro construye negocios, lo micro te permite mantener los pies en la tierra. La intersección te lleva a ese punto medio de confianza para tomar decisiones, pero también a la humildad de entender que hay más valor detrás de encontrar respuestas a nuevos y viejos problemas que en asumir que lo que se sabe es suficiente para ser líder por el resto de la vida. Más vale despertar con la certeza de la ignorancia que con la seguridad del sabio.
Hay que ser rebeldes ante el comfort. Desafiar al status quo a través de la ansiedad. Encontrar alteraciones al sistema para que las respuestas lleguen a nosotros sin por fuerza tener que ir a un espacio que nos sumerja en el concepto de academia. Puede ser real que las tareas del día a día impidan el encierro en un aula bajo la estructura rígida de un programa académico, pero nunca será real que no hay tiempo ni oportunidades para aprender. Ahí está el tiempo que usas para ver Netflix. O el tráfico que gracias a los podcasts ha dejado de ser un derroche. O la persona de enfrente cuando no sólo le preguntas qué hizo el fin de semana. O tu trabajo que seguro te ofrece momentos que bien aprovechados podrían catapultar tu crecimiento personal.
Hace tiempo que no me inscribo a una escuela. Hace tiempo que no me entregan una boleta de calificaciones. Salvo por un par de cursos online, mi educación reciente ha sido tan informal como el comercio ambulante. En su momento volveré a la estructura. A ese aquí y ahora que te da un salón con sus cuatro paredes. Mientras tanto, uso mis proyectos para pensar más, para analizar más, para actualizarme más y, sobre todo, para asimilar que algo estoy aprendiendo. Muchas veces no faltan las respuestas, que están en todas partes, sino la capacidad de convertir en legado para nuestro cerebro lo que mal atendido puede no ser más que un susurro que viene y se va. Lo sé porque padezco déficit de atención con hiperactividad. Pero también lo saben todos los que dejan de observar y escuchar con tal de actuar en modo automático. Lo único que separa a la escuela con sus aulas de la autoenseñanza es que una envía al cerebro una orden de concentración a partir del lugar en el que te encuentras, mientras que la otra deja siempre un espacio para la libertad que con facilidad deriva en abandono, distracción u olvido.
Llevo cincuenta y siete semanas escribiendo un newsletter sobre la industria de medios. Acabo de lanzar el primer episodio de un podcast sobre storytelling. Ninguno, al menos de forma directa, me ha dado sólo un peso. Me han costado, los dos, tiempo y algo de dinero. Pero a cambio me han dado las condiciones para aprender bajo una estructura laboral. Si escribo sobre tendencias en medios, internalizo conceptos que de otro modo hubieran pasado por el pisa y corre de la lectura superficial. Leo, concluyo, analizo y lo empaqueto directo para mi cerebro. Como un Mctrío. O para decirlo más sanamente, como snacks que nutren mi cerebro. Si platico bajo una estructura temática por una hora con creadores de medios, mercadólogos, autores de libros o dueños de sus propias empresas, paso el tiempo suficiente y pongo la atención requerida para que el resultado de ese intercambio de ideas sea tan duradero como para que mi cerebro se dé cuenta de que esa conversación que estoy sosteniendo tiene información para llevar. Otra vez, el snack directo al almacén del conocimiento.
Detrás de mi aprendizaje hay algo de engaño. La gente piensa que algo, poco o mucho, aprende a partir de leer el newsletter o de escuchar el podcast. En realidad, el que ha aprendido soy yo. Y ellos, los que consumen ese aprendizaje que acabo de recibir, no leen o escuchan más que el acordeón de lo que pudo llevarme al acervo intelectual, que más que servir para satisfacer necesidades narcisistas de sentirme conocedor activa esa certeza de ignorancia del que sólo sabe que no sabe nada. Es un sistema que valoro. Un sistema perfecto. Un sistema en el que todos ganan. Es para mí como poner atención en clase, hacer la tarea y platicar con amigos sobre lo que aprendí. Si como estudiante nunca fui bueno cumpliendo siquiera alguna de las tres, menos imaginé que a mis treinta y cinco y sin un seis necesario para aprobar fuera a lograrlo. Hoy puedo decir que soy un buen estudiante. Y para algunos, espero, un buen maestro. Y todo por el trabajo que elegí tener. Todo por hackear el sistema antes de que el comfort me inmovilizara.
No importa en qué trabajes. No importa la edad que tengas. Ni el dinero que descanse en tu cartera. Siempre hay formas de aprender. Siempre hay formas de enseñar. Siempre hay formas de enriquecer tu vida. Siempre hay formas de enriquecer la vida de los demás. Siempre hay formas de ser la nueva mejor versión de ti mismo. Y de ayudar a otros a que sean la suya.
Nota del autor:
-El newsletter al que me refiero es “The Muffin”, lo envío todos los domingos desde hace 57 semanas. ¡Suscríbanse para recibirlo!
-El podcast que acabo de lanzar es “The Coffee”, aquí pueden escuchar el primer episodio.
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