El negocio de la obviedad
Un share, un aplauso, una venta. El impacto emocional como hilo conductor del consumismo. Y dado que se trata de provocar una reacción, la exigencia está en su nivel más simple. La broma que todos entenderán es la que funciona. El gag que identifican millones es garantía. Más vale eso que fórmulas tan creativas que al final sean rebuscadas. Si lo que quieres es masividad, pídele a tu cerebro que se detenga. Que haga un ejercicio de síntesis más que de construcción. Di lo que la gente quiere escuchar. Que sea en pocas palabras. Y que sea con las más elementales, con las que en una plática entre amigos serían las primeras que surjan. Hagas lo que hagas, siempre tenlo en mente. La sencillez es directamente proporcional al número de personas que puedes impactar. Lo demás es pura vanidad.
El esquema es universal. Aplica para conferencias, para hacerte viral y hasta para vender globos. Si estás por dar una presentación, menciona una experiencia relacionada con la frustración o el posible descubrimiento, haz una muy pequeña pausa y presenta el meme de Fry, el protagonista de Futurama, con cara de perspicacia y la leyenda “wait a minute”. La gente aplaudirá en automático. Y enseguida, ya que la audiencia haya recobrado la compostura después de tan sublime momento, anuncia lo que hiciste para transformar ese pasado que te tenía inconforme. Si viene un concierto, partido o suceso que la gente ha esperado por mucho tiempo, empieza el día en tu fanpage con el meme de Will Smith que dice “esta parte de mi vida, está pequeña parte, se llama felicidad”. Publícalo muy temprano, porque es tan común que todos los demás harán uso de él como un activo indispensable para la profunda estrategia de captación de usuarios que han trazado. Si quieres verte más clásico, conquista la industria de los globos diseñando el nunca antes visto mensaje que dice “lo que más me gusta de ti es…”, acompañado por un emoji de changuito avergonzado. Acabo de enterarme que es uno de los globos más vendidos en la actualidad y que compite palmo a palmo con el muy elegante y tierno mensaje de “hoy toca”. Just keep it simple, por más que eso taladre tu cerebro superdotado.
Mi inmersión a los globos me provocó sensaciones encontradas. Me causó risa ratificar la capacidad de la gente para convertir el detalle tierno en insinuación sexual. Entiendo que le vean el sentido juguetón y coqueto a regalar un globo sexoso, que es incluso una broma, pero no comprendo la necesidad de acabar aboliendo la inocencia. Y también sentí fastidio. Que los contenidos en Facebook no tengan remedio es comprensible. Tanto hemos esperado el cambio en los hábitos de consumo que hemos empezado a lidiar con el fracaso a partir del pesimismo, pero que esas mismas frases que todos comparten acabaran en los globos, es como para darse un tiro. O como para dárselo a esos mismos globos cuando nos los encontremos en la calle. Suena a buen hobby bulleador ser un rebelde de la industria globera. Dado que los hobbies pueden volverse negocio, no dudo que mi historia como anarquista pudiera contarse en un documental de Netflix.
Entre más consumo, más comprendo la efectividad de lo obvio. Me gusta la obviedad, incluso la resaltó en mis lecturas en Kindle. Una de mis anotaciones es de Sarah Silverman, citada por Ryan Holiday en Perennial Sellers. Ella dice algo que nunca se me hubiera ocurrido en esos momentos en que comentaba que quería ser escritor, pero nunca me tomaba el tiempo de hacerlo. “Writers write”. A veces, como buscador de respuestas en otras personas, esas frases resultan frustrantes. Dado que quieres soluciones, esperas que un libro, una conferencia, un audio o un video te den la fórmula mágica que no has encontrado. El rechazo a la obviedad, sobre todo cuando se trata de consejos para pasar del punto A al punto B, léase transformar tu vida, hacerte millonario, tener éxito en tu relación de pareja o desarrollar una idea, es en el fondo un deseo de evadir responsabilidades. Si piensas que no has encontrado el camino, la culpa no es tuya. Es más bien de la ausencia de respuestas. Pero cuando Sarah Silverman, Ryan Holiday o incluso Hemingway, quien decía que no hay nada detrás del ejercicio de la escritura más que sentarte frente a una máquina de escribir (sustitúyase máquina de escribir por el dispositivo de última generación que con seguridad usas para redactar tus maravillosos textos) te dan un consejo lógico dado que el escritor escribe, el investigador investiga y el diseñador diseña, el problema se hace tuyo. Si no lo has hecho no es porque no conozcas el camino, es porque no has querido.
La obviedad presenta dos lecturas. Como negocio es redituable y válida. Si la gente necesita que le digan que el escritor escribe o si está dispuesta a pagar por un libro que dice que el verdadero fracaso es dejar de intentarlo, no es problema del generador de ese producto, que a su modo y bajo las exigencias del mercado ha dado con respuestas que no por simples dejan de tener una valía a ojos de quienes no saben o no quieren entender esa respuesta. Como consumidor, en cambio, puede generar remordimiento. No está mal si te gusta recibir recordatorios. Los seres humanos siempre hemos necesitado señalizaciones en el camino. Pero está mal cuando tu vida transcurre pagando por lo que tú podrías hacer. Con tus manos, con tu talento, con tu ingenio y con tu sentido común. No tendría que ser un misterio para ti que el diseñador diseña y el escritor escribe. El creativo vive hasta que el apático quiere. Y mientras eso ocurra, la obviedad seguirá siendo un gran negocio.
Nota del autor:
Les voy a decir una obviedad que me gustó. Es de Adam Kurtz. La dijo en el OFFF de la Ciudad de México. Y seguro la dice en cuanta presentación hace. “El fracaso es research a menos que decidas dejar de intentarlo”. Rusia 2018, ahí nos vemos. La Selección no es un fracaso porque lo sigue intentando. Gracias, Adam.
Contador: 33 de 33. Estoy pensando en comprar un boleto de lotería con el número 3. 33 de 33 más el OFFF (sí, con tres efes). Demasiada coincidencia numérica como para no hacer algo con ello. Hay que seguir tus instintos. Una obviedad que muchos dicen, y que ahora también es mía.