El opio algorítmico del pueblo
Descubrir como forma de vida. Y como la única manera de evitar hacerse viejo. Porque ahí radica buena parte del autosabotaje del hombre, que conforme crece se va convenciendo de que ya es demasiado grande para aprender. Vive avergonzado de su ignorancia, sobre todo si se hace pública. Ese temor a preguntar por lo que desconoce ha permitido que Yahoo! Respuestas sobreviva como la única referencia masiva del que un día fue más que Google. Preferible preguntar al todo que es nada que ponerle nombre y autoridad a los destinatarios. Así no existe la vulnerabilidad ni la estupidez. Así el hombre se deslinda de sus debilidades.
El verdadero daño de Facebook no está en los efectos de las fake news. Por más que hayan sido uno de los pilares que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca, sus consecuencias son menores a las que nos afectan de manera directa. Los algoritmos son los verdaderos enemigos a vencer porque adormecen voluntades. Las llaman a quedarse en el mismo sofá y consumiendo los mismos programas. Hacen la función del deporte visto como espectáculo, ese por el que hace no mucho millones de estadounidenses evitaban salir de casa en un domingo cualquiera. Mark Zuckerbeg sigue cumpliendo con su misión de conquistar el mundo, tanto que ha terminado por arrebatarle al futbol su tradicional posicionamiento como el opio del pueblo.
El storytelling de Facebook es muy semejante al de la industria del deporte profesional. El futbol americano, como emblema de la sociedad estadounidense, construyó sus reglas teniendo como prioridad las alternativas publicitarias a ofrecer. Un deporte hecho por y para la televisión. Lo mismo que el béisbol y el basquetbol. Si hoy detectan ciertos problemas de audiencia, es porque no encuentran la manera de adaptarse a tiempos en que la gente sale de sus casas y se informa en segundos a través de dispositivos móviles. Ese espacio lo cubre Facebook. Ya no con un contenido que pretenda mantener cautivo al usuario, pero sí con una serie de historias y recursos entregados uno detrás de otro para que éste utlice la plataforma por horas. Y otra vez con un show plagado de anuncios, otra vez con la publicidad como punta de lanza del modo en que las personas deben consumir entretenimiento. Otra vez opio para el pueblo.
Las plataformas son lo que el hombre quiera hacer de ellas. Ahí está la responsabilidad de cada uno de nosotros. Pero Facebook se ha especializado en lanzar carnadas a una humanidad hambrienta de más de lo mismo. Los algoritmos son como el mesero que conoce de memoria lo que vas a ordenar en un restaurante. Un buen servicio que también representa un obstáculo para consumir algo más que lo habitual. En tiempos de closets abiertos, el hombre vive encasillado por sus gustos, inmerso en burbujas que inutilizan los beneficios del libre acceso a la información. Ante un bosque lleno de oportunidades, somos el animal que prefiere vivir en cautiverio.
Tristan Harris trabajó en Google. Roger Mcnamee invirtió en Google y Facebook. Ahora los dos trabajan en un proyecto que busca exigir a los gigantes tecnológicos que diseñen para los usuarios, no para la publicidad. Time Well Spent, institución sin fines de lucro de la que Harris era parte, realizó un estudio que mostró cómo las apps en que los usuarios más tiempo invertían eran también las que más infelicidad generaban. Tiene sentido. Porque mientras las apps que resolvían necesidades específicas, relacionadas a la cotidianidad, registraban pocos minutos de uso, como Calendar o Weather, y amplios niveles de satisfacción en los usuarios, apps de consumo cuantitativo más que cualitativo provocaban arrepentimiento de los usuarios. La frustración de los usuarios y el sentimiento de culpa es directamente proporcional al tiempo que pasan en una plataforma. Y es justo ese el cambio que exigen Harris y Mcnamee, que la tecnología libere en vez de esclavizar.
Facebook no hace personas más completas. Twitter y Google tampoco. Los algoritmos no te conectan con el mundo, te aislan. El hombre deberá hacerse responsable de su evolución. Si antes debía vencer la tentación de quedarse sentado para ver televisión, hoy le corresponde aprender a lidiar con la invitación al estancamiento intelectual que siempre lleva en el bolsillo. Más vale aprender a descubrir como forma de vida que envejecer mientras los gigantes de la tecnología venden espacios publicitarios con nuestras voluntades adormecidas.
Nota del autor:
Hoy fue día de Muffin. Ahí escribí sobre el proyecto de Tristan Harris y Roger Mcnamee. No estoy en contra de Facebook. Sí del sedentarismo creativo e intelectual. Hagamos lo que sea necesario por cambiar nuestros hábitos de consumo. Descubrir vale más que explorar siempre lo mismo.
Contador: 46 de 46. Es domingo, terminé de ver Mindhunter y empezaré a ver la nueva temporada de Suits. Al menos Netflix no es Facebook, pero reconozco que se le parece…