El Photoshop de los medios

Mauricio Cabrera
6 min readFeb 22, 2019

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El problema no es maquillar una portada. No es ni siquiera cambiar el color de piel de una persona para que encaje en los estereotipos de belleza occidental. El problema es que ese mismo Photoshop que usamos para vender lo que queremos más que lo que en realidad es, lo usamos para pretender que nuestros valores son más dulces, nuestros modelos editoriales más nobles y nuestras convicciones más firmes. Si a una foto la manipulamos, hacemos lo mismo con nuestra conciencia.

Los medios somos con frecuencia estafadores de nosotros mismos. No sólo engañamos al lector promoviendo una apertura editorial nunca antes vista poniendo una foto de Yalitza tantos filtros después que ha dejado de ser Yalitza. También nos engañamos a nosotros diciendo que por hacerlo hemos revolucionado los medios de comunicación. Somos incluyentes, somos de vanguardia, somos comprensivos, tenemos responsabilidad social. Y todo por dar la portada al personaje de moda que es Yalitza, pero hubiera podido ser cualquiera que estuviera en tendencia. Si no photoshopeáramos nuestra conciencia, aceptaríamos que no promovemos un mensaje de cambio incluyéndola, reconoceríamos que ese no es nuestro racional. Que lo que nos movió a ponerla en portada es la oportunidad de vender, de hacer ruido, de aprovecharnos de que gente como ella ha sido tan ignorada que colocarla en un espacio privilegiado será novedad. En resumen, no apostamos por una ideología, es pura estrategia de marketing.

Somos, en el menos negativo de los casos, unos oportunistas. Dada la crisis de los medios y que las publicaciones impresas hoy no se venden más que a partir de la creatividad para llamar la atención y convertirnos en trending topic, se entiende que se capitalice la ocasión. La apuesta tiene todos los elementos de venta. Un caso mexicano de éxito a nivel internacional. Una protagonista con una historia de lucha a tres bandas. Como mujer, como indígena y como trabajadora del hogar. Se vale hacerlo, se reconoce la astucia. Pero no tendría que hacer falta esa chaqueta mental o photoshop mental (para que la manipulación nos queda clara) de hacernos ver como revolucionarios cuando no hacemos más que atender tendencias. Así, sin mayores pensamientos filosóficos, sin mayores reflexiones sociales y sin que nos mueva el verdadero deseo de que la vida de los indígenas cambie para siempre. Si esa fuera nuestra intención, y si en verdad pretendiéramos que nuestro medio fuera un vehículo para ello, lo hubiéramos mostrado antes. Con reportajes sobre la marginación en que viven, con un llamado a entender otro tipo de belleza cuando ese tema ni siquiera estaba en agenda, con campañas desde nuestro medio para construir conciencia social en el México más polarizado de los últimos tiempos.

Mientras la conciencia de los medios se base en tendencias más que en convicciones, ni el día a día de los indígenas ni los derechos de las trabajadoras del hogar cambiarán mayormente. Esta vez, los Premios Óscar son el equivalente a los Juegos Olímpicos para el periodismo deportivo. Esa única ocasión en que se habla de una mujer que hace historia. Ese momento en que una medallista recibe por setenta y dos horas la misma atención que un futbolista promedio. Ese trending topic en el que creeremos hasta que deje de darnos clic y hasta que haya un nuevo personaje de moda. Discusiones nacionales que así como vienen se van. Modas tan pasajeras que nos resuelven las ventas de un número pero que no alcanzan a transformar nuestra conciencia más allá de lo bien que se siente maquillarla por un rato con el photoshop que compramos en tiempos de lo políticamente correcto.

Muchos se han beneficiado del éxito de Yalitza, de Cuarón, de Roma y hasta del Borras. Como también muchos nos hemos beneficiado de las medallas olímpicas. Pero así como hoy México no es potencia en la gran mayoría de disciplinas deportivas que un día nos atrapan por tener un caso de éxito que exhibir como oportunidad de venta, mañana, cuando la fiebre pase y Roma se haga anécdota, lo más probable es que las indígenas y las trabajadoras de hogar dejen de estar en nuestra cabeza. Y es que las realidades que se manipulan con Photoshop casi nunca perduran. Ni en las ventas ni en la conciencia.

Juega a cualquier hora. Juega donde sea. Juega sin obsesión por ganar. Hazlo porque sí. Porque te gusta. Y porque amas el proceso incluso más que un buen resultado. Si en verdad eres creativo, te importará más hacer que recibir aplausos. Vivir poniendo manos a la obra, nunca en la procrastinación. Tampoco a la espera de aprobación.

Se trata de ganar confianza. Y la seguridad en uno mismo se gana haciendo con libertad más que con la presión de agradar. El enfoque en el proceso legítima; el enfoque en el resultado encadena. Una idea nace siempre como una emoción. La que te alegra. La que te esperanza. La que te irrita. La que te encela. Una idea tiene vida garantizada a partir de tu propia convicción. Si te provoca un sentimiento, sea cual sea, significa que está viva. No sé sabe si para todos, pero lo más probable es que si te gusta a te mueve le guste o le mueva a unos cuantos más. O no, pero incluso si esa idea fuera tan poco popular que no tuviera más que un elemento de satisfacción personal, valdría la pena hacerlo. El que crea para sí se divierte. El que crea pensando en otros trabaja. Uno es creativo, el otro termina por ser mercenario.

Cuando amas el proceso el resultado está garantizado. Entiéndase por proceso la claridad de etapas. El comienzo, el desarrollo y el final. Pasar del punto A al B con toda la satisfacción que genera impedir que una idea nazca y muera en la misma regadera. La misión cumplida debe partir de lo individual. De ese checklist con el que podemos calmar nuestra ansiedad creativa sin que para sentir que la cumplimos dependamos de gustos y voluntades de terceros. Es el triunfo del individualismo, una de las más profundas manifestaciones de realización personal.

Austin Kleon nos manda de regreso a la infancia. Sugiere que volvamos a ser los de entonces. Que dejemos que nuestra imaginación decida y nuestras manos ejecuten. Que lo hagamos porque sí. Porque nos gusta. Porque nos motiva. Porque nos divierte. Y que lo hagamos sin pensar si lo que estamos haciendo acabará expuesto en un museo, publicado en un libro o como un juego más que una vez terminado no sobrevivirá más que como una satisfacción que será sustituida por otras cuando nuestro espíritu creativo nos vuelva a pedir que lo pongamos en marcha. A los niños, dice Austin en su libro, les tiene sin cuidado si los dibujos que hacen acaban en el periódico mural, en el archivo histórico de sus papás o en el cesto de la basura. Hacen porque quieren, lo demás es insignificante.

Concibe el arte como un juego sin posibilidad de victoria. O más bien, como un juego sin rival que vencer. No asumas tu proceso creativo como si fuera un partido de fútbol, porque entonces le pondrás cara y nombre a tu contrincante. Estarás pensando en el resultado. Ganarle a otro, ser como otro, burlarte del otro, enfrentarte al otro. Velo como un juego en el que tú creces por el simple hecho de hacer uso de lo que sabes, de lo que imaginas y de lo que ignoras para convertir una idea en realidad. Piensa otra vez en los niños. En cuántas veces te tocó ver a un compañero entreteniéndose con una bola de papel o improvisando un juego. Piensa en cuántas veces te sumaste a ese juego sin reglas. A ese entretenimiento anárquico de uno que te llevó a jugar porque te parecía una buena idea en ese momento y lugar. Piensa en cuántas veces lograste que se sumarán a jugar lo que proponías. Piensa que ya desde entonces inspirabas a otros a crear. No a partir de la obsesión por el resultado, solo por amor al proceso.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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