El Pulso de la corrección política
La democratización llevó a la fragmentación de las audiencias. Mientras la época de la televisión abierta centralizaba la información y los mensajes, la era de la individualización de los creadores de contenido llevó a que la oferta fuera tanta que hubiera contenido para todos, y por ende, a la desconcentración de las audiencias, las opiniones y y los modelos editoriales. Nada es para todos, aunque la corrección política se esfuerce por construir esa utopía.
HBO se equivoca al suspender a Chumel Torres. Aunque en realidad el error fue contratarlo. No por la calidad o no que pueda tener. Tampoco por lo racista y clasista que sea en opinión de algunos. Se equivocó porque una marca que aspira a ser políticamente correcta actúa bajo un fundamento que colapsa frente a la libertad con la que pueden moverse los creadores de contenido independientes, que a partir del propio poder de su audiencia y de las herramientas de monetización ofrecidas por las plataformas tecnológicas comprenden que su propuesta tiene potenciales seguidores que se hacen fanáticos, que su discurso puede sobrevivir más allá de las políticas editoriales de una plataforma hecha a la usanza del corporativismo y de la idea de que un contenido tiene que ser propenso a ser del gusto de todos, lo que no ocurre ni siquiera en plataformas como Netflix o Amazon Prime, donde la gente entiende que hay contenidos que son para ellos y otros que les resultan tan poco atractivos que al algoritmo ni siquiera se les ocurre recomendárselos.
El Pulso de la República nunca ha sido para todos. HBO debió saberlo. Y aunque sí que puede influir o validar el contenido de un programa que se emite a través de su plataforma, no puede controlar lo que el conductor de ese programa hará en sus espacios personales, que a la libertad de cualquier individuo suman el hecho de ser un negocio que bajo sus propios términos, estándares y principios se debe a una audiencia particular que lo sigue por lo que siempre ha sido, no por lo que el colectivo que no lo sigue considere que debe ser.
La de la policía del pensamiento es una batalla perdida. Para que volviera a imperar haría falta regresar a la era de los monopolios televisivos, donde una o dos televisoras y el gobierno en turno decidían qué era prudente y qué no. Lo que de darse, sólo por seguir con la utopía, tampoco resultaría. Como prueba el que se acuse al Chavo del Ocho de hacer una apología de la pobreza. A las telenovelas de encasillar el rol de los ricos y los pobres y el de perpetuar la desigualdad de género respecto al rol servicial de las mujeres frente a los hombres. El de Javier Alatorre enviándonos a las calles. El de Jacobo saludando un nuevo día horas después de una masacre. Y el de Televisa declarándose soldado del PRI.
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Se vale que HBO se arrepienta de sus decisiones. Que entienda que hay perfiles que no van con lo que quiere proyectar. Pero lo hace a destiempo. En un momento en que parece más reactivo que estratégico. Si los linchamientos en Twitter siguen determinando el valor de las personas y el trabajo que realizan, nadie quedará en pie. Los juicios de doscientos ochenta caracteres abren la puerta para que cualquiera con un mensaje claro, que a partir de ello tendrá tanto gente a favor como en contra, pueda terminar en el desempleo, en el descrédito o calificado como un racista o clasista, de acuerdo siempre a ese sector que no comulga con la propuesta del creador de contenidos.
Los trending topics están creando purgas a conveniencia. Se castiga al que hace una broma que mal gusto a ojos de quien la escucha o la lee. Pero no se hace nada contra el que desinforma en cuestiones de vida o muerte como la batalla contra el Coronavirus. Se lincha al que un día en un show privado hizo un comentario que no hubiera sido viralizado de no haber sido porque alguien atentó contra los límites de ese espacio y lo grabó para hacerlo parte de las redes. Pero no se hace nada contra los bots que difaman con el potencial de marcar para siempre la vida de las personas. Se juzga el posteo inoportuno del influencer, pero no se sanciona a los trolls que lo insultan a diario. El nuevo concepto de justicia es selectivo, subjetivo y oportunista.
Los medios no entienden que con postura así acabarán quedándose sin creadores de contenido y sin el aprecio de la gente. Si bien la afectación para Chumel, como para cualquier otro que viera suspendido o cancelado un show, la afectación será económica y de imagen, su negocio no se hundirá por no aparecer en una pantalla que siempre ha sido complementaria para él. Detrás de El Pulso de la República, nos guste o no, hay una audiencia que lo sigue con devoción, que es fanática de su trabajo. Lo que para las televisoras son espectadores, televidentes o clientes, para los creadores de contenido son fanáticos, adoradores y embajadores. A ellos nadie, más que ellos mismos si es que así lo quisieran, los convencerá de que Chumel le hace daño a la sociedad. Lo seguirán, lo adorarán y lo respaldarán mientras él cumpla con su promesa de marca y mientras ellos consideren que se está cumpliendo con el contrato tácito que han firmado con esa persona con la que han decidido informarse y reírse.
Si HBO pretende esquivar los cuestionamientos de las redes sociales, más vale que no se acerque a los formatos de opinión. Y el de Chumel, aunque vestido de noticiario, siempre ha sido de un formato de opinión contado a partir de la comedia. Chumel como personaje ha sido siempre alguien que editorializa la información. Su éxito no consistió en contar lo que nadie sabía, sino en contarlo distinto. Sus tuits, oportunos o no, son parte de un concepto que se atrevió a decir lo que otros no y, sobre todo, que se atrevió a decirlo cómo otros no. Ante la polarización, y entendiendo que HBO como CNN, como cualquier empresa llena de compromisos comerciales y políticos, tendría que entender que en muy poco le beneficiará acercarse a creadores independientes. Pero la decisióin, insisto, debería venir de la lectura de su negocio, no de las condenas de esa plaza pública en que se ha convertido Twitter.
La contradicción existe. Hoy más que nunca, pese a la proliferación de la corrección política, se requieren marcas que asuman posturas. Nada es para todos. La Coca Cola es amada por muchos y la culpable de la obesidad para otros. Jeff Bezos es un gran visionario o un hijo de puta que quiere monopolizar el mundo. Chumel es el wey más cagado o un racista de mierda. Quien no esté dispuesto a vivir con esas diferencias, seguirá teniendo espectadores, televidentes y consumidores. Los que se atrevan tendrán adoradores, seguidores y fanáticos. Para bien y para mal, sabemos quién ganará la batalla.
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