El tiempo es Maquiavelo
Una anticipación tardía. Un tiro al poste que te deja descolocado. Unos lentes que no funcionan. Un proyecto que se convierte en carga. El timing como elemento de suspenso. Las decisiones bajo el escrutinio del deber ser y del cuándo hacer. Porque las elecciones trascienden no sólo a partir de lo correcto y lo incorrecto, sino también a partir del tino para leer el entorno. Es el efecto mariposa detrás de lo que hacemos. Las consecuencias de un botón apretado a destiempo, de una inversión fallida o de una jugada innecesaria. El hombre y su poder de construir y destruir con sus propias manos y su propio criterio.
El sistema escolar falla de nuevo. Enseña a conducirse bajo el acierto y el error. Pero nunca profundiza en la importancia del tiempo y sus circunstancias. Los matices no se aprenden sino a punta de experiencias. Ahí donde la teoría te dicta que un colaborador irresponsable no debe seguir, existen variables externas que provocan que tiemble la mano y que tiemble la premisa. Otra imprecisión de las aulas. También de la filosofía popular. Porque se escucha seguido que un jefe no debe dudar. Que debe ser implacable en sus decisiones. Pero más vale dudar cien veces hasta estar convencido que tomar decisiones que pueden ser correctas en su individualidad mas no cuando se les ve como parte de un contexto compuesto por partes diversas que no entienden el ecosistema ni desde la misma perspectiva ni con los mismos intereses. La gestión de empresas es mucho más una partida de ajedrez que una interpretación acertada del instructivo académico que desmarca lo bueno de lo malo. Decidir qué hacer y en qué momento. Dos condiciones determinan todo.
Si en el cine es fundamental la administración del tiempo, también en la escritura. Pero dado que el tiempo y las circunstancias viven en movimiento constante, el alumno recibe conceptos rígidos que colapsan con una realidad que exige ritmo. Ese que distingue entre una película de terror que funciona y una que da risa, el que provoca que un lector siga hasta el final o se quede dormido, el que respalda con números un proyecto o lo cuestiona. Pasa que saber redactar es apenas una pequeña parte de escribir, que grabar una escena es una pieza mínima de contar una historia y que los conceptos de correcto o incorrecto no son sino pautas que deberán ser reinterpretadas una y otra vez para adaptarse a los cambios que requiere una empresa. El ABC es para principiantes. La interacción de esas máximas con el resto del entorno es la que marca el éxito o el fracaso.
Snapchat tiene un problema de tiempo. La naturaleza de su producto permeó en su día a día como empresa. Como plataforma, siempre ha vivido con urgencia. La prisa de los diez segundos por snap encuentra su equivalente en los Spectacles. Cuando Evan Spiegel anunció el lanzamiento de estas gafas que permiten al usuario capturar contenido y publicarlo en Snapchat sin tener que ir a la plataforma, lo hizo convencido de que esa iba a ser la siguiente gran jugada que lo desmarcara de Facebook. Se lo gritó al mundo. Y nosotros le creímos. Los primeros resultados fueron alentadores. Pero ahora, los Spectacles son uno de los responsables del desplome de la empresa en su reporte del tercer trimestre. Una decisión a destiempo le reportó pérdidas por casi 40 millones de dólares de un inventario de Spectacles que no le interesa a nadie. ¿Son un fracaso los Spectacles? No como producto, sí en el timing que eligió. Porque para que la innovación permee a gran escala necesita no sólo de una gran idea, sino también de un ecosistema listo para adoptarlo. Y el mercado no estaba listo para comprar unos lentes vinculados a una sola plataforma. Hay que ir adelante de la curva, pero no tanto como para que los automovilistas no pasen por ahí.
El tiempo hace de Maquiavelo en nuestro día a día. Es la mente maestra que llena de drama cualquier proyecto. Es incontrolable, nunca se detiene. Para sobrevivir a él se necesita ritmo. Y el que sabe de ritmo, sabe sentir. Una anticipación tardía. Un pase fallido que te deja descolocado. Unos lentes que no funcionan. Un proyecto que se convierte en carga. Ideas que no por fuerza fueran malas, pero sí a destiempo. Es obligatorio saber bailar. No en la pista, aunque los hombres sabemos las ventajas que conlleva. Pero sí en la vida, porque sólo así se aprende a tomar buenas decisiones. El ritmo es eso que pasa cuando te alías con Maquiavelo.
Nota del autor:
No sé bailar en las pistas. Tampoco me interesa. Nunca me ha gustado sumar rutinas a las que ya tengo en la vida. Quizás sea una incapacidad de sentir, pero con el tiempo sí que he tenido que aliarme. Porque o hacía eso o acababa llorando en un rincón con mi inservible libro de texto de lo bueno y lo malo que me dieron en la escuela. Intento estar aliado con Maquiavelo.
Contador: 59 de 59. Casi dos meses. Ya me demostré que puedo escribir diario. Ahora, en ese timing del que hablo, tengo que ver cómo hacer que sirva para algo más que una confirmación personal. Mi tiempo y mi energía son finitos. Más me vale usarlos con astucia.