En capítulos anteriores…
Nunca pensé que fuera necesario. Es cierto que a veces me gustan como atajo para traer el pasado al presente al reanudar una serie de Netflix que había dejado olvidada. Pero de ahí en fuera los resúmenes y entradas de programas me son tan innecesarios que me provoca molestia tener que gastar energía encontrando el punto en que empieza lo verdaderamente nuevo. Una incomodidad que ni Reed Hastings ha resuelto. Una queja más con la que he aprendido a vivir.
Pero esta vez los necesito. No como un recurso de relleno, sí como un shortcut para seguir adelante. Un gag televisivo que resultó útil para la vida. Aunque lo aborrezca y el noventa y nueve por ciento del tiempo implique un derroche, siempre está ese uno por ciento que te hace agradecer el detalle. Ese uno por ciento que hoy me hubiera gustado ver en diez segundos para recordar a qué sabía la normalidad. Una puesta a punto en automático, sin mayor exigencia cerebral. Hecho por los editores de la película de mi vida para mí.
La tragedia convierte lo conocido en desconocido. La rutina en rareza. Se dirá que las vacaciones tienen un efecto parecido. No para mí. Y sospecho que para nadie. Porque en las vacaciones existe una certeza de cuándo empiezan y cuándo acaban. Te colocan en un estado de gracia al que le exprimes cada minuto por saber que tienen fecha de caducidad. Las administras. Tomas decisiones a partir de un plan de vuelo que aterriza de regreso en la cotidianidad. Pero la tragedia es una posesión, no una licencia. Aparece sin respetar fechas. Y nunca se va, al menos no como quisieras que se fuera. Es una fuerza oscura que te acompaña, que se diluye con el tiempo, pero que está siempre viva esperando a que una señal o una alarma te recuerden lo que puede estar por ocurrir. Es una cicatriz que puede volver a ser herida.
Es lunes 25 de septiembre y a la normalidad la sigo extrañando. Su reinstauración fue una farsa. Volver a la oficina que no pisaba desde el martes que México tembló no activó el modo rutina sin que hubiera complicaciones en el proceso. Es más, nunca llegó a concretarse. Seguí adjudicándole cualquier movimiento inesperado a la tierra. Pasé unos minutos volviendo a intentar explicarme la mentira de Frida Sofía. Incluso me sentí preocupado por los vaticinios que dicen que volverá a temblar. Y es que resulta que a veces ni el certificado de ignorancia puede más que el miedo. Si alguien dice que volverá a temblar, debe ser por algo. Aunque sea porque así lo dicta la próxima alineación de los astros.
El temor es aliado del desgano. Que hubiera ecos mentales del temblor era una obviedad. A los escalofríos, los pensamientos sobre la muerte y las alarmas sísmicas que al final no eran alarmas sísmicas ya los esperaba. Lo que no esperaba era la falta de ánimo para volver a pensar en viralidad. El tedio de descubrir que los fanpages de niños rata están llenos de bots. El fastidio de volver a la guerra de siempre que por primera vez me pareció desconocida. Y todo porque la tragedia se comió a la normalidad.
Será cuestión de tiempo. Siempre lo es. Hay muchas maneras de decirlo. Life goes on. El show debe continuar. No hay mal que dure cien años. Todas remiten al instinto de supervivencia del hombre. Y también a su egoísmo. A su capacidad para dejar atrás sus miedos y a sus muertos. Pero mientras eso pasa. Mientras el duelo termina y se retoma el interés por librar la guerra de la cotidianidad, me gustaría ese shortcut que sirve sólo un uno por ciento de las veces. Ese mensaje que te pone en el mood que necesitas. Tan simple como saber qué pasó en los capítulos anteriores… o en los días anteriores.
Nota del autor:
Una terapia para el temblor. Hoy terminé de darme cuenta. Escribí a medias del temblor. Pero sigue presente. Moviéndose en mi cabeza. Pronto se irá. Me gustaría que para no volver nunca. Pero no tiene caso engañarse. Un día volverá a sonar la alarma sísmica. Volverá a temblar y nosotros a temer. Es la única certeza que tenemos. No sabemos ni cuándo, ni tampoco dónde será el epicentro.
Contador: 24 de 24. Ya casi un mes. Y siete de esos días sobre el temblor. Siempre me preguntaré de qué hubiera escrito de no haber tenido ese tema que se hizo trauma en la cabeza. Un hombre es lo que vive, lo que piensa y lo que sufre.