En defensa del teléfono fijo

Mauricio Cabrera
5 min readAug 31, 2017

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Siempre está descargado. Para uso exclusivo del servicio a domicilio y las cuentas por pagar. Ya viene incluido en paquete. Como uno de esos beneficios mencionados en letras chiquitas porque por sí solo ya no marca diferencia. Es el equivalente a un reloj para la muñeca. Accesorios cualquiera. Pero mientras el reloj aporta estilo, el teléfono garantiza incomodidades. Si antes había que contestar por la posibilidad de que fuera para algo importante, ahora existe la certeza de que o te van a cobrar un adeudo que aún no vence, o a vender un servicio que no te interesa, o a extorsionarte con el secuestro de un hijo que ni siquiera tienes. Mientras más dependemos del smartphone, más molesta recordar la existencia del fijo. El teléfono de casa es la ex novia que sigue buscándote cuando ya encontraste a una que por ahora te lo da todo. La que te habla cuando no quieres saber de ella. La que te pone de malas sólo con escucharla. Pero hoy, como hacía años no me pasaba, he vuelto a necesitarlo.

Pasa que el smartphone es demasiado demandante. Así como promete, exige. No te deja en paz un solo momento. Y no es que estés forzado a estar con él, sino que te gusta tanto que se te va la vida a su lado. Despierta junto a ti. A veces porque quieres y otras porque empieza a sonar una alerta que se te olvidó apagar. Nuestra relación con el móvil es más empalagosa que el romance más apasionado. Y también más incondicional. Porque a él no le da asco acompañarte al baño. Está contigo en la salud y en la enfermedad, en las cagadas y en las orinadas, hasta que la batería los separe. También pasa la noche contigo. Cuidando o ahuyentando tu sueño. Durmiendo hasta que es hora de levantarse, o roncando por una noche de notificaciones y llamadas activas.

El amor que esclaviza es un freno más que una oportunidad. Y el móvil ha hecho eso con nosotros. A estas alturas pienso que es el máximo aliado de la ansiedad. Un supuesto producto milagro que prometiendo resolver tus necesidades no hace más que incrementarlas. Juega con los tiempos y las percepciones. Se maneja como si pudiera resolverlo todo en segundos. A cambio te devuelve posibilidades infinitas, o cuando menos la sensación de que siempre falta algo por descubrir. Si estás en Facebook, un contenido no es suficiente. Siempre acabas buscando más. Si estás en WhatsApp, te ofende que no te hayan enviado mensajes y entonces tú empiezas a mandarlos. Y una vez que eso pasa, los minutos se hacen horas. Si tienes un match en Tinder, no te será suficiente. Si es guapa, sentirás que es tu día de suerte y harás swipe hasta que la noche se haga madrugada. Si es gorda, te sentirás ofendido y harás swipe hasta convencerte de que tu realidad no es gustarle a pura mujer con exceso de grasa. Y así se te va la noche entera. Si ves la historia de una modelo en Instagram, acabas invirtiendo horas hasta que descubres que has recorrido a todos tus contactos. Si entras a Twitter, verás al que sigues, al que lo trolleó, la respuesta al que lo trolleó, los comentarios de los que que se metieron a una pelea que hasta entonces era de dos, y el feed con el hashtag que se haya formado. Todo siempre hasta que el cuerpo y los ojos aguanten.

El libro de Barry Schwartz aplica como nunca. Más sigue siendo menos. En este proyecto personal de combate a la ansiedad me he ido dando cuenta de la importancia de abandonar el multitasking. Tanto el mío como el de los artículos que uso. Prefiero el Kindle para leer que el ipad Pro. Y acá podría enlistar mis razones, pero ninguna tan contundente como que el Kindle me sirve sólo para leer. Para escuchar podcasts activo el modo avión. Convierto mi teléfono en un reproductor de audio y nada más. Si no lo hago, alguna notificación llama mi atención, pierdo el flujo del podcast, y cuando vuelvo a él, he de regresarlo hasta el punto que me quedé, pero ya sin el interés completo por la distracción que me ha significado mirar la pantalla para descubrir novedades, algunas veces sustanciales y la mayoría de las veces superficiales. Un té sabe mejor en una casa especializada que en un Starbucks. Un libro sabe mejor donde debe ser leído que en un pdf sobre el que saltarán emojis, memes y mensajes.

Esta vez reconozco que el smartphone es mi kryptonita. Sé que o tomo medidas extremas o la vida se me va a ir con mi dedo aferrado a la pantalla. Por eso he decidido darle una última oportunidad al teléfono fijo. En las próximas horas, como una forma de reconocer que de no forzarlo fracasaré, enviaré el número del teléfono de mi casa, ese que sólo tienen restaurantes, defraudadores, cobradores y vendedores, a cinco personas que pudieran avisarme cada que se presente una urgencia verdadera. Si suena el teléfono, sabré que existe una alta posibilidad de que sean ellos. De los cobradores y vendedores no me preocupo, porque es tal su torpeza que no quieren que sepas que lo son pero te dicen señor y te buscan por tus dos apellidos. Tampoco de los defraudadores, que no atinarán a saber que por los únicos que yo podría pagar rescate es por mis dos perros. Estoy blindado para mi próxima separación del smartphone.

Serán dos o tres horas al día. Cuando esté en casa, y nada más. En esos momentos en que lea, escriba o vea un documental, nadie, a menos que una de esas cinco personas haga sonar la sirena, podrá interrumpirme. Estoy convencido que de algo servirá en mi combate a la ansiedad. Porque para una vida con tantos más que en realidad son menos, más vale el Kindle que es sólo para leer, la plataforma que es sólo para escribir y el teléfono que es sólo para hablar. Aunque sea feo, poco estético y sin funcionalidades que impacten. El amor a veces es así. Ciego e inexplicable. Como el mío que ahora renace por el teléfono fijo.

Nota del autor

Éste es el cuarto día consecutivo que escribo. No sé si el músculo de escritor que dicen que existe ya se esté marcando. Presiento que no, que aún es muy pronto, pero sí me ha sorprendido escribir sobre Death Note, sobre los orgasmos creativos y hasta de novias que pueden ser reales o ficticias, como todo lo que escribo aquí.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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