Hawkins, la jaula de Stranger Things

Mauricio Cabrera
3 min readNov 6, 2017

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Es extraño. Con apego literal a su nombre. Porque la historia mantiene esos niveles de empatía que la hicieron única. Pero en algún punto llega el presentimiento de que algo no anda bien. Que el futuro más que el presente acabará por arruinar una serie que siempre tendrá difícil superar el éxito de su primera temporada. Y que aunque lo intente, al menos queda esa sensación tras la segunda, no lo terminará consiguiendo.

El desafío era mayor. La primera temporada partió del misterio. La trama podía moverse de un lugar a otro con absoluta libertad. La ciencia ficción es tan bondadosa como una hoja en blanco cuando se presenta, pero una vez que las bases quedan sentadas, la historia deja de ser una interrogante para vivir bajo sospecha. La audiencia disfruta encontrar inconsistencias, se vuelve quisquillosa con respecto a ese mundo al que la han introducido. Dado que lo ha hecho suyo, mira con obsesión cada elemento, cruza datos y demanda una coherencia narrativa que parte siempre del perímetro de lo que ya se vio. La primera temporada de Stranger Things era una oportunidad; la segunda, una jaula en la que los hermanos Duffer tenían que moverse con astucia. Y lo consiguieron sólo a medias.

La serie está repleta de altibajos. Episodios que trascienden en cada escena y otros que o debieron ser acortados o tener mayor peso en la trama general para estar justificados. La introducción de Eight, hermana de Eleven, es un parche en el flujo narrativo que no sólo queda volando, sino que deriva en frustración por no entender para qué abandonar Hawkigs y trasladar a Eleven a una gran ciudad sólo para hacerla volver un episodio después. Lo de Eight fue un intento fallido por salir de la jaula mencionada. Un guiño de lo que podría venir en ese afán por extender una serie que así como encontró en un pequeño poblado a un gran aliado, ahora entiende que también limitó su margen de maniobra.

El Upside Down era la alternativa obvia para crecer la historia. Pero la desperdiciaron. En vez de ahondar en el origen y características de esa dimensión alternativa que acabó con la vida de Barb y provocó la desaparición de Will, son los Demogorgons los que llegan a Hawkins. Y si bien el Desuellamentes es el villano principal, su existencia como un monstruo más cerebral que físico acaba por diluirse ante la relación de Dustin con Dart, ese pequeño descubrimiento que termina devorando a Mr. Mews y convirtiéndose en un anticipo de la relevancia que alcanzará más adelante. El otro lado mantiene su carácter de incógnita, el problema es que los directores tendrán que encontrar un motivo creíble para que vuelva a abrirse el portal.

Stranger Things tiene una ventaja. La nostalgia ochentera y sus personajes resuelven cualquier vacío. Las maquinitas, los disfraces de Ghostbusters, Max como la niña skate, Basic, Bob y su trabajo en Radio Shack, el baile escolar. Todo funciona para que el espectador se sienta atraído por la historia. En algún punto, el cierre del portal resulta menos relevante que saber si Eleven y Will por fin se besarán. La audiencia sufre por Dustin cuando nadie baila con él. El misterio del Upside Down palidece ante la vida de ese pequeño grupo de amigos que empiezan a descubrir el amor. Otra vez Netflix y su combinación de formatos. Como el dramedy de Orange is the New Black.

Una historia así merece el beneficio de la duda. Empieza a volverse costumbre que el éxito de hoy sea la serie palomera del mañana. Por ahora lo más extraño de Stranger Things es esa sensación de que todo vendrá a menos. No por falta de capacidad de sus creadores, sino porque la magia de Hawkins es también su maldición. O encuentran una manera de crecer el misterio que han cerrado en el último episodio o estaremos ante uno más de los éxitos de Netflix que se extiende sólo para ir haciendo más llevadera la pérdida. Si la segunda temporada no fue mejor que la primera, no apostaría porque la tercera lo sea.

Nota del autor:

Me mantengo fiel a Netflix. Ahora estoy consumiendo caricaturas de manera obsesiva. Lo hago por gusto, pero también por el deseo de aprender más de las estrategias de storytelling detrás de ellas. Ya les contaré.

Contador: 56 de 56. Ya les contaré cómo he truqueado mi propio sistema. Dicho en otras palabras, cómo me he hecho pendejo. Lo importante es que aquí estoy, con mi texto cincuenta y seis. Ya tengo varias reseñas de Netflix. Un día de estos me van a pagar por ellas. Y sin siquiera buscarlo.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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