Hazlo por amor al arte, no por amor a la popularidad
Desaparece. Hazlo por un tiempo. Por el que sea que necesites. Disfruta el anonimato. Ama el proceso sin extrañar los reflectores. Trabaja para ti. Sin smartphones que te indiquen cómo posar. Sin seguidores que a cambio de likes te quiten la tranquilidad. Retírate por un tiempo. Recárgate en privado. Reinvéntate en privado. Rómpela en público.
Las redes sociales están acabando con los ideales. Ya casi nadie hace las cosas por amor al arte. Los que hoy dicen que aman tomar fotografías no sentían lo mismo cuando sus imágenes no pasaban más que por los ojos de sus familiares al momento de repasar los álbumes guardados en el armario. Los que hoy dicen amar el gimnasio no pensaban lo mismo cuando sus brinquitos al ritmo de la música y sus estiramientos dejaban dolor en vez de likes. Los que hoy aman pensar en microtextos no dedicaban tiempo a crearlos cuando no había corazones en Twitter que les aplaudieran el ingenio. Viven engañados. No aman el arte, aman la popularidad. Y un día el exhibicionismo dejará de ser recompensado.
La lectura es engañosa. Podría decirse que las plataformas sociales han hecho más que la Secretaría de Educación Pública por lograr que la gente ame la fotografía, ejercite la capacidad de síntesis y practique actividades físicas. Lo que un diez en la boleta no pudo lograr sí lo consiguió la aprobación de la gente. Pero aquí el fin está condicionado por los medios. No se trata de tener un gran cuerpo para satisfacción personal, sino de que otros disfruten ese gran cuerpo. No se trata de ser creativo para reír ante nuestras ocurrencias, sino de que otros nos hagan ver lo astutos que somos. No se trata de ver qué tan buenas fotografías tomamos, sino de qué otros se enteren de nuestras habilidades, pero sobre todo de nuestro poder adquisitivo. No es amor al arte, es amor a la aceptación.
El abrazo a la imperfección debería tener sus límites. A un creativo no lo debe detener la certeza de que lo que está haciendo no es su mejor obra. Debe amar el proceso. Pero las audiencias no tendrían por qué estar recibiendo de nosotros productos en construcción. Un estudiante de improvisación no tendría que cobrarle a la gente por acudir a ver funciones que son más de aprendizaje personal que de calidad para los espectadores. Un diseñador de calidad ínfima no debería poder embaucar a aspirantes a diseñadores a través de un curso en el que no aprenderán casi nada, porque a él es al primero al que le falta aprender. No deberíamos ser maestros sin saber. No deberíamos presumir el camino sin tener un resultado. El proceso es personal. El resultado, si se quiere, será público.
La dinámica social de hoy altera los tiempos. Los ensayos no se hicieron para ganar seguidores. Se hicieron para trabajar sin fatiga hasta dar con la obra que la audiencia merece. Los detrás de cámaras no se hicieron para atrapar gente antes de que se viera el resultado sino para extender el impacto de una obra una vez que ésta llegó a los ojos de la audiencia. Los complementos giraban alrededor de la obra principal, nunca al revés. Y así es como siempre debería pasar.
La capacidad de demora trae más recompensas que perjuicios. La que practica deporte y pasa cada sesión por el desafío de colocar su smartphone en una posición en la que se vea bien para sus seguidores disfrutaría aún más si un día cualquiera, después de meses en el gimnasio, reaparece ante sus amigos y seguidores, que no son lo mismo, con un cuerpo tan trabajado que no hará falta haber visto los entrenamientos previos para entender que fueron parte fundamental del resultado. El que toma fotos para mostrar su estilo de vida no tiene que publicar cada una de las que le parecen buenas momentos después de haberlas capturado. En cambio, con la templanza que sólo dan los ensayos, podría juntar una colección para presentarla antes como una exposición en un espacio físico que como una imagen más en Instagram. El proceso privado, el resultado público.
Es cierto que la publicación del proceso acelera la llegada de seguidores. Es cierto que el like de la gente sirve como esos aplausos que impulsan a los maratonistas cuando las piernas ya no andan, pero también es cierto que los murmullos acaban siendo ruido cuando en vez de fungir como elementos de auxilio se transforman en razón de ser. El que ama lo que hace no necesita que los demás lo aplaudan, no cuando está en el proceso de construir lo que quiere. El que ama lo que hace dibuja, pinta, crea y escribe para sí, hasta que un día da dos pasos hacia atrás, observa y se da cuenta que su obra está lista para ser exhibida. Y entonces sí que se escuchen los aplausos, que vengan los reconocimientos o las críticas. Primero lo privado, después lo público.