La épica de los errores

Mauricio Cabrera
3 min readFeb 13, 2019

Un día fallarás. Aunque te prometas que no. Aunque te jures que nada te va a impedir estar ahí. Si las máquinas que adolecen de sentimientos y por ende están blindadas a los efectos de la inestabilidad emocional, fallan, los seres humanos desde su naturaleza misma están condenados al error, a la imprudencia, a la procrastinación y al abandono. Y ahí casi todos se hunden. Como si la falla fuera imperdonable. Como si no fuera la capacidad de sobreponerse más que la perfección la que lleva a que una idea sea un proyecto consumado.

Se equivoca quien dice que lo más difícil es empezar. Si bien tienen que juntarse una serie de factores que nos empujen a comenzar algo, es aún más complicado retomar el paso tras fallar por primera vez en aquello que nos hemos propuesto. Pasa con las idas al gimnasio. Se acumulan uno, dos, tres y hasta cuatro días, pero al quinto, cuando debiéramos estar ahí, recordamos lo bien que se sentía no pasar por ese sufrimiento. Y entonces descansamos. Nos permitimos fallar. Lo disfrutamos. Pero enseguida nos sentimos vulnerables. Sospechamos que retomar la rutina recién adquirida será aún más difícil que ese primer día en que por fin nos decidimos a cumplir uno de nuestros propósitos. El descanso se hace condena. La irresponsabilidad de un día se convierte en un problema sin solución. En un hasta nunca a lo que apenas habíamos comenzado.

El éxito verdadero ocurre cuando se alcanza un nivel de resiliencia tal que se acepta que las fallas forman parte de nuestro sistema. La expectativa de perfección hunde más de lo que impulsa. La resistencia, en cambio, lleva al hombre a entender que las circunstancias podrán obligarlo a dar un paso hacia atrás, a resguardarse por momentos, a defenderse, pero también que esas circunstancias adversas no sirven más que para revalidar la fortaleza de los proyectos que se ha trazado. Nadie acierta siempre. Nadie entrena sin que un día se cruce una noche de desvelo, un ataque de ansiedad o unas horas de luto. Se falla más de lo que se gana. Lo compruebas a diario. Y lo domina Michael Jordan con todos los tiros fallados que lleva en su registro pese a ser el mejor de todos los tiempos.

No hay épica que se disfrute más que la de estar ahí aunque todo se viene abajo. O que la de resurgir cuando se tiene miedo de volver a empezar. Como el delantero que acumula partidos sin anotar. O como el futbolista que regresa a jugar tras meses de estar lesionado. El primer día es siempre más complicado que el doceavo. Cuando fallamos es fácil pensar que lo ganado se ha extraviado. Si escribes a diario y un día fallas, por fuerza te sentirás extraño al volver. Y si fallaste dos días, aún más. Y si llevas una semana sin estar ante el teclado, pensarás que has olvidado lo que sabes. Es más fácil actuar por rutina que por voluntad. Toca ahí entender que lo que tenemos no viene de la perfección sino del esfuerzo reiterado, ese que no olvida lo conseguido solo por haberlo dejado de hacer por un tiempo.

No abortes tus ideas al primer problema. No te convenzas de que una falla es el anticipo de lo que vendrá. Asume la imperfección como parte del proceso. Cuando entiendes que en el camino caerás, que algún día decidirás quedarte en casa para sentirte protegido y que permitirte esos espacios pese a que el plan de vuelo diga lo contrario no te aleja por fuerza de tu objetivo, estás más cerca de convertir tus ideas y objetivos en una realidad. El hombre que destruye la utopía de la perfección para construir a partir de la falta de ella acaba creando el blindaje que necesita. El que triunfa no es el que evita las fallas, es el que sabe vivir, actuar, perdonarse, aprender y resurgir a partir de ellas. Aceptar la imperfección equivale a liberarse. Y cuando eres libre puedes conseguirlo todo.

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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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