La calificación hace que tu creatividad repruebe

Construye a partir de ti. De lo que sabes, de lo que ignoras, de lo que quieres aprender. Lo que sabes otros lo ignoran. Lo que ignoras otros lo saben. Y lo que quieres aprender está esperando a que lo hagas tuyo. Un círculo de conocimiento que está ahí, para que te montes cuando quieras. Un carrusel que nunca para de correr, pero que se puede quedar tan abandonado como tú lo decidas.
Pasa que a veces todo es tan simple que buscamos caminos alternos porque no nos atrevemos a creer que el camino puede estar a la vista. Colocamos obstáculos imaginarios para convencernos de que el éxito requiere una fórmula que no nos ha sido presentada. Que detrás de las personas que logran trascender hay algún tipo de descubrimiento que va mucho más allá del simple acto de hacer. Los obstáculos, al final, no son más que pretextos que decidimos ponernos para explicarnos por qué no podemos incluso antes de empezar. Quisiéramos que nos entregaran un instructivo para comenzar. Lo curioso es que cuando lo tenemos en las manos, solemos querer hacerlo por nuestra cuenta. Así torcemos nuestra voluntad a conveniencia.
Es un sistema que construimos desde niños. Ocurre incluso con la comida. Si durante la infancia dijiste que la cebolla no te gustaba, es posible que mueras con esa misma idea en la cabeza. No porque te conste que sigue sin gustarte, sino porque tanto te programaste a ello que eres capaz de no volver a probarla por el resto de tu vida. O de volverlo a hacer, pero con un dictamen de rechazo en la cabeza antes de que el paladar emita su veredicto.
El problema del no reiterado es que se constituye en un muro que a cada piedra es más difícil de superar. El niño se ríe de la ignorancia. El adulto se avergüenza de ella. Y no es tanto lo que se sabe como lo que se ignora cuando se trata de ir hacia delante. El que se conforma con lo que sabe entra en una fase de estancamiento. El que se motiva con lo que ignora entra una fase de desarrollo. El círculo virtuoso del que acepta su desconocimiento y pone manos a la obra para resolverlo solo para llegar a un punto en que descubre una nueva duda por resolver.
Deberíamos ser más detectives que jueces sobre nosotros mismos. A un detective lo mueve la duda. La inquietud por saber siempre la verdad. Se mueve a partir de la curiosidad, de los hechos y de ese instinto que debe desarrollar para probar hipótesis que van surgiendo en el camino. A los jueces, en cambio, no les llega más que la exposición de argumentos. Y a ese respecto, vale más vivir investigando nuestra vida, explorándola, que juzgándola a partir de lo que hemos hecho bien y de lo que hemos hecho mal.
Haz sin pensar en una calificación. Dibuja porque sí, como los niños que rayonean con crayolas sin más motor que el de la curiosidad. Haz para ti. Porque te gusta. Porque te satisface. Porque te permite realizarte. Aunque nadie lo vea. Aunque nadie le dé like. O aunque todos lo vean. O aunque todos le den like. Se trata de hacerlo para ti. Lo demás será siempre secundario.