La comodidad está sobrevalorada
Si te sientes cómodo, vete. El exceso de comodidad es el anticipo de la frustración. El ser humano necesita sentirse retado, tanto para dar como para exigir. En cuanto se relaja y piensa en sus desafíos más como un entretenimiento que como un reto con un objetivo en la mira, la voluntad se adormece. Es fácil dejar de generar y es aún más fácil dejar de pedir.
No hay entorno más tóxico que el de complacencia. La construcción de un entorno a modo también tiene sus costos. Las concesiones siempre se pagan. Ya sea con gente a la que te estarás alineando a partir de ello, con gente que te dará tanto como te quita o con una supuesta libertad que si te ha sido dada por lo general te llevará al estancamiento. La desconfianza de siempre es tan válida ahora como antes. Nada es tan bueno como parece.
Encárgate de mantener la exigencia alta. Contigo y con el resto. Que un lugar te guste es importante. Pero es aún más importante que ese lugar que te gusta contribuya a tu productividad y al aprendizaje. También que esa productividad te entregue lo que mereces. La camaradería es sinónimo de confianza y la confianza es una de las principales razones por las que un día lo que debiera valer diez acaba valiendo cinco. Si eres cercano, es más fácil que quien te emplea piense en ti como una opción cuando haya que pagar con atraso. Si eres cercano, es más fácil que quien te emplea pueda pensar en mantenerte a través de las emociones más que de las razones.
El ser humano deja de dar cuando tiene aseguradas las cosas. Pasa en las relaciones personales. Te esfuerzas al principio, hasta que te dice que sí, y después todo va cuesta abajo. Pasa en lo profesional. El mejor momento para negociar es antes de firmar tu contrato. Después, por más que hagas, por más que logres y por más que vendas, será más complicado. Pasa también en las sociedades que se construyen entre amigos o viejos conocidos. Tanto te conocen que sabrán cómo darte los intangibles que necesitas para que tus peticiones tangibles, como dinero o prestaciones, sean lo de menos.
La cultura mexicana está más fundamentada en la reacción que en el reconocimiento. No te voy a ofrecer más hasta que me lo pidas. Y cuando me lo pidas, extenderé la negociación hasta darte menos de lo que me pedías. A menos que puedas renunciar, porque entonces sí haré el esfuerzo que en el fondo sé que debería hacer por mantenerte. Por eso es mejor guardar distancias. Recordar que un trabajo, una sociedad y en sí cualquier relación tiene que pasar con un constante dar y recibir. Si no, llegará la comodidad. O lo que es peor, el estancamiento.
La próxima vez que estés entre tus amigos del trabajo pregúntate si ha llegado ese momento de salir de tu zona de confort. No sólo porque tu espíritu competitivo se ha adormecido, sino también porque los otros han dejado de tener la disposición de incentivarte y reconocerte. En resumen, se trata de estar lo suficientemente cómodo para explotar tu talento y recibir la remuneración correcta con ello, pero nunca de estar tan cómodo como para que las amistades que has hecho estén por encima de la utilidad y el valor de cada minuto que inviertes como parte de tu trayectoria profesional.
La comodidad está sobrevalorada. Triunfa entre gente que no es tu amiga. Destaca entre competidores. Gana y hazles saber que esperas una recompensa por ello. El talento juega siempre en la oferta y en la demanda, y ahí las emociones no son las que deberían gobernar.