La conciencia extraviada de los periodistas
La guerra dejó de serlo. Ante el exceso de muertes a los medios no les toca más que solidarizarse. Tanta sangre corrió que la diversión políticamente incorrecta de ver caer a uno o a otro se convirtió en dolor propio. Nadie está seguro. Todos han activado el modo supervivencia. La tragedia nos unió a la fuerza. No es una crisis particular, es una crisis de industria. Y como punto de partida, aunque el problema elemental sea el dinero, bien haríamos teniendo conciencia. Que mucho nos ha faltado. Que mucho hemos perdido.
Cuando no es Buzzfeed News, son ochocientos despidos en Oath. Cuando no es Televisa, es Grupo Imagen. Cuando no es Condé Nast, es Mic vendiéndose a precio de remate. No hay semana sin fuego. Las malas noticias son tantas que incluso los que hoy parecen seguros tiemblan ante el presentimiento de que un día también a ellos les tocará. Hoy es un competidor. Mañana, un amigo. Y pasado, quizás tú. Es un escalofrío constante. Incluso un conflicto existencial. Preguntas que mucho tienen de romántico y otro tanto de crueldad. ¿Por qué me dedico a esto? ¿Por qué no mejor pongo un restaurante o invierto en cualquier negocio que no tenga que ver con contenido? Es una broma. Un pensamiento en voz alta. Un poco de masoquismo. Otro poco de verdad. Un mucho de lamento.
El dinero no va a llegar. No por ahora. No en cantidades suficientes para que la industria deje de estar en crisis. Cuando uno encuentre la fórmula, vendrá otro y otro, y otro más, y entonces podremos hablar del resurgimiento de la industria. Pero pronto volverá a darse una saturación y la solución momentánea acabará carcomida por chicos, medianos y grandes que explotan el mismo pozo para hacerse de recursos. Y otra vez habrá sequía. Y otra vez lamentos. Y otra vez bromas. Y otra vez masoquismo. A menos que esta vez sí tengamos conciencia. Conciencia de lo que hacemos. Conciencia de lo que publicamos. Conciencia de lo que buscamos. Conciencia de lo que proyectamos. Conciencia de lo que queremos ser. Y conciencia de lo que reconocemos.
La culpa es de Facebook y Google. Pero también de los líderes de medios que vieron en las redes sociales una vía libre para alcanzar a millones. De los usuarios que pensaron que por primera vez lo barato no iba a salir caro. Y de los periodistas que, pese a la evidencia, o aceptaron de mala gana que su trabajo se resumiera a generar memes y noticias que todos llevaban o se deslindaban de los principios básicos de la eficiencia para privilegiar sus obsesiones personales más que apegarse a la realidad de los números.
Existe en la industria una obsesión por ser grandes. No eficientes, no rápidos, no ejemplares. Se asume que entre más empleados, más capacidad de movimiento. Que entre más pisos rentados en un edificio más poder. Que entre más notas publicadas, mejor contenido. No conozco un medio de comunicación conforme con el tamaño de su staff. Ante cualquier petición la respuesta es que faltan manos. Como solución a un momento de crisis económica se plantea un incremento en el gasto. Muchas veces para hacer más de lo mismo. Para recircular la carga de trabajo aunque todo quede en el mismo lugar.
Al periodista o storyteller lo enseñaron a no preocuparse por el negocio. Es, en muchos casos, un inconsciente con título. No concibe que Google Analytics le pueda entregar la claridad que hasta entonces ha empeñado en los instintos. Piensa en historias, nunca en retorno de inversión. Pide más diseñadores cuando en el fondo lo que tendría que hacer es utilizar mejor las manos que ya tiene. Prefiere los intangibles que los tangibles que mantienen la oficina en la que trabaja y la computadora en la que escribe. Contrata más aunque eso lo acerque a tener menos. Incluso a perder su trabajo.
Le hace falta conciencia al periodista. Aprender a analizar el valor que entrega a quien lo contrata. O hasta a sí mismo, porque cualquier inversión de tiempo tendría que hacerse con un objetivo específico, que esté libre de subjetividades que lo lleven a dementar la capacidad intelectual de la audiencia o a pensar que hace algo extraordinario cuando su trabajo no impacta ni a gran escala ni a pocos que valgan mucho. El periodista debe atender a una lógica de negocio. Nunca a través de la manipulación de sus notas para complacer un interés particular, siempre bajo una disciplina de métricas que lo lleven al desengaño. Si vas al gimnasio durante un mes, el resultado se nota en el espejo, es tangible. El periodista, en cambio, está acostumbrado a vivir de su ego. De logros que sirven como anécdota personal, como material para presumir a sus amigos, pero rara vez de logros tan contundentes que hagan incuestionable para una empresa la permanencia del mismo. El periodista debe adquirir la conciencia numérica.
Se pide reconocimiento, pero no se da. Cada que un medio cierra se habla del apoyo al talento de compañeros talentosos y trabajadores. Pero ese mensaje tendría que estar siempre, no sólo cuando al otro le ha aparecido el Game Over en la pantalla. Si la industria de verdad estuviera unida, no veríamos a medios de comunicación parafraseando lo de otros para justificar la omisión del crédito. Pondríamos la liga aún a medios competidores para que los usuarios pudieran ir a la fuente original. Hablaríamos con nombre y apellido de los autores de grandes investigaciones, no los ocultaríamos hasta el grado de volverlos intrascendentes. El periodista debe adquirir la conciencia del compañerismo.
A los influencers se les señala como un mal de la industria, pero todos quieren convertirse en uno. La industria se erosionó a partir de la individualización de las inversiones. Hoy una persona le quita dinero a medios de comunicación con una estructura de más de cuarenta personas. El individuo, salvo casos de verdaderas estrellas virales, casi siempre saldrá más barato y tendrá mayores beneficios para su vida. Cien mil pesos para una organización saben a poco. Cien mil pesos para una persona significan mucho. A veces la competencia para los medios está dentro de su equipo. Porque un reportero aprovecha un viaje pagado por la empresa para tomarse fotos que lo ayuden a subir de seguidores, a convertirse en influencer. Se fotografía incluso con la celebridad a la que va a entrevistar. Como si fueran amigos. Y si esa celebridad responde al tuit o a la foto, aún mejor. Porque entonces el reportero ganará más seguidores. Y no, ahí no importa si la credibilidad se va al garete. El periodista debe adquirir la conciencia de lo quiere ser.
La crisis económica será larga. Para superarla hará falta alcanzar un grado de conciencia para llevar la industria hacia delante. Y no será a través de memes ni videos simpáticos. No será a través de quizzes de gatitos. Tampoco de las coberturas de las conferencias matutinas de López Obrador. Ni con transmisiones en vivo a las afueras de un estadio. La crisis empezará a resolverse cuando una gran cantidad de medios tengan un objetivo mayor a cualquier nota o a cualquier video viral. Los medios que sobrevivan serán los que encuentren una misión única, que sea transparente para todos los niveles de la organización, con métricas claras, en las que cada recurso humano tenga noción sobre el valor que se espera que entregue a la empresa. El periodista debe aprender a ser un hombre de negocios. También los diseñadores. Cualquier storyteller, para resumirlo.
Algo positivo asoma en medio de la crisis. Y va de la mano de la conciencia. Los que triunfarán no serán los más grandes, sino los más queridos y los más respetados. En esa búsqueda por recuperar los ideales, toca también al periodista y a los líderes de medios de comunicación entender que una pequeña audiencia leal puede ser poco atractiva para detonar sensaciones de grandeza, pero muy útil para construir relaciones profundas, que deriven en un dar y recibir satisfactorio para las dos partes. La abundancia, como en el caso de los medios que sólo quieren ser grandes en cuanto a número de staff porque sí, con frecuencia significa menos. El revenue por usuario. El número de suscriptores atraídos por un artículo. La identificación y atención de nichos. La solución de necesidades. Esas métricas más que la búsqueda de popularidad deben regir el futuro inmediato de periodistas y storytellers. Si lo hacen, habrán comenzado a salir de la crisis de conciencia. Ya después vendrá la resurrección económica.