La crisis de los medios es la de la humanidad

Mauricio Cabrera
3 min readOct 18, 2018

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Hubiera sido suficiente con observar. Con detenernos un instante a entender que lo que importa en la vida es lo que importa en los medios. Pero lo evidente es tan huidizo como la carta robada de Edgar Allan Poe. Está ahí, ante nosotros. Una verdad expresada a gritos. Una verdad ofrecida que nosotros rechazamos. Elegimos el humo. Abrazamos la fantasía. Y también la crisis.

Hay mucho de peligro en la acumulación de poder. Facebook, Twitter e Instagram ahora lo entienden. Conectar a millones los ha puesto en jaque. Pero la de ellos es una crisis menor a la nuestra. Si hay mucho riesgo en la acumulación de poder real, hay aún más en la acumulación de poder ficticio. Como esos millones de personas que nos dieron like. Como esas visitas que un día llegaban a nuestro sitio por la magnificencia del alcance de Facebook. Como esas visitas por las que un día tuvimos que pagar por la ambición de Facebook. Como esas visitas que ya no llegan ni siquiera pagando gracias a la indiferencia de Facebook.

No hacía falta más que analizar nuestro perfil personal en Facebook para entender. O stalkear el Instagram de nuestra novia. O leer las felicitaciones de cumpleaños con mensaje automatizado en LinkedIn. Tres casos de ficción. De amigos que no lo son. De likes que no son para la foto sino por el interés en el cuerpo de la que aparece. De felicitaciones tan honestas que ni siquiera ameritaron la inversión de dos segundos para escribir un mensaje en vez de dejárselo a un equipo de programadores. No tenemos tantos amigos como pensamos. No tenemos tantas fotos de calidad como los corazones nos hacen imaginar. Nuestro cumpleaños no les importa a tantos como queremos creer. Es una mentira. Una realidad virtual. Una estafa maestra de los que tienen el verdadero poder.

Las plataformas sociales erosionaron la lealtad. Es el problema de vivir en la abundancia. De tener falsos amigos que nos consuelan con mensajes en Facebook. De tener tantas opciones de pareja como el número de perfiles en Tinder e Instagram. De presumir un alcance prestado, que no depende de la relación duradera de un medio con una persona con nombre y apellido, sino de un algoritmo que cuando quería vomitaba usuarios para todos lados y cuando dejó de querer nos obligó a poner nuestra boca bajo el grifo para atrapar a los pocos que caían.

La confusión de términos provocó la nueva burbuja de los medios. En un acto de inusitada honestidad, Facebook quiso insinuarnos la verdad. Dejó de llamarles fans a nuestros seguidores para simplemente llamarles likes. El término fue más preciso. Un verdadero fanático no dejaría de estar contigo sólo porque una puerta se cierra. Recorrería toda la plaza hasta encontrar un resquicio para entrar. Como pasa en los conciertos, en los partidos o hasta para comer un pozole en la Casa de Toño. Pero nadie, salvo Facebook que después rectificó, nos prometió amor eterno. Nadie nos dijo que estaría con nosotros pasara lo que pasara. Fuimos, si acaso, un one night stand memorable.

La culpa la tiene Facebook. Responsabilizar a otros es siempre lo más sencillo. Pero no. La culpa la tenemos los medios que preferimos la popularidad virtual, o la chaqueta digital, sobre la verdadera comunidad. La culpa la tenemos las personas que en vez de celebrar con nuestros amigos de verdad, sentados frente a nosotros, tomamos el teléfono para que gente a la que en muchos casos ni siquiera conocemos nos vea. La crisis de toda una industria es también la de los seres humanos que olvidaron lo más entrañable de una relación, la lealtad.

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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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