La crisis que salvará a los medios
No hay día sin dolor. Caen por todos lados. Los que quizás lo merecen y los que con certeza no lo merecen. Es una industria que colapsa. Que no termina de anunciar los despidos de unos cuando ya empieza a formar a los que siguen. Un sálvese quien pueda de la vida real inimaginable para los que una vez se vieron apoyados por un alcance de millones e interacciones convertidas en abrazos que nunca antes habían sentido a través del periódico.
El mundo digital mucho tiene de mentira. Y nosotros la aceptamos. Es un engaño que a primera vista nos conviene. Un pacto tan bueno que por fuerza debía tener la trampa en las letras chiquitas. Si estás en él, automáticamente obtienes más. Más amigos, más alcance, más contenido, más opciones de pareja, más conectividad. Un anabólico de resultados inmediatos. Más poderoso, más popular, más interesante, más exitoso. Tanto se basa en una burbuja de ficción que aún no terminas de hacer tu primer posteo cuando descubres que ya tienes amigos o seguidores al pendiente de lo que haces. Se trata de hacerte sentir bien, aunque sea a través de la mentira.
Pero la estafa no es solo personal. Así como hay quien vive creyendo que tiene muchos más amigos de los que en realidad se preocuparán por él cuando los necesite, están los creadores de historias que piensan que lo suyo trasciende a partir de números que más que voluntades son producto de un algoritmo que siempre privilegiará el negocio y la conveniencia de la plataforma que lo creó sobre el reconocimiento a las historias que desde ahí se comparten. Nuevas generaciones de storytellers viven convencidas y orgullosas de que sus memes hayan trascendido. O de que sus quizzes se hicieran vírales. Viejas generaciones de storytellers viven pensando que sus tiempos ya pasaron. Que trabajar en Uber es una alternativa más segura. O que los usuarios son ignorantes. O que se equivocaron de profesión. Son extremos de los que se sienten tan en tendencia que se piensan intocables y los que se sienten tan fuera de sitio que se piensan desterrados.
En medio del caos hay oportunidad. Lo sé porque la mentira nos ha estallado en la cara. Y cuando la realidad se presenta con toda su crudeza imparte lecciones que demandan una reacción. Hoy la generación de memeros tendría que estar preocupada. Buzzfeed como muestra. Cuando el rey del entretenimiento digital se vio forzado a reducir su nómina, muchos terminaron de entender que la risa fácil no solo podía acabar resultando un mal chiste sino también un mal negocio. Hoy la vieja generación que sentía que su conocimiento y principios no eran más que reliquias se da cuenta que sus métodos de trabajo y estructuras están más vigentes que nunca. No es, en el fondo, que una generación sea más relevante que otra. Es que el respeto al usuario y a su tiempo está volviendo a estar en el centro de lo que hacemos. Ya no los likes que genera un contenido, ya no el alcance que Facebook infla a cambio de inversión, ya no la emoción express que no provocaba más que olvido un par de segundos después de haber reaccionado a nuestro contenido. De pronto la fama aparente no fue suficiente.
Ahí donde los ideales no pudieron sí que lo hará el dinero. Queremos engañarnos pensando que tanta desinformación llevó a que los dueños de medios se replantearan lo que hacían. Bajo una mirada romántica, diremos que tanto meme, tanto contenido engañoso y tanto Photoshop mal usado provocó tal hastío que un día nos volteamos para exigir a nuestro equipo mejores contenidos, más trabajados y con una visión única u original, para decirlo en modo Netflix. Otra vez nos estaremos engañando. La unión de los viejos con los jóvenes no será producto de la discusión filosófica sino de la necesidad económica. Si ahora se busca más la relación profunda que el alcance ocasional no es porque hayamos despertado extrañando a las personas que de verdad se comunicaban con nosotros, sino porque solo así vemos una alternativa de supervivencia en medio del caos. Reaccionar o morir. Y dado que nadie quiere lo segundo, abrazamos lo primero aunque sea volviendo a lo que un día pensamos en desuso.
Necesitamos más relaciones de verdad. Como personas y como industria. Solo el contacto profundo trasciende. Todo el tiempo que dedicamos a desdeñar lo viejo fue un derroche del que hoy deberíamos arrepentirnos, o cuando menos aprender. Ya quisieran los medios digitales haber construido una relación con sus lectores que los llevará a enviarles cartas a mano para contarles su vida, denunciar o simplemente a enviar saludos. Ya quisieran los medios digitales tener cien, doscientas o mil personas dispuestas a pagar por sus contenidos, aunque sean cinco o diez pesos diarios. Ya quisieran los medios digitales descansar sobre una mesa para que no sea solo uno sino la familia entera la que en algún momento del día termina consumiendo las historias. Lo viejo, en el fondo y pese a que las formas han cambiado, aún tiene mucho que enseñarnos.
Hoy resulta que saber escribir sí importa. Que allá afuera hay muchas plataformas sedientas de contenido original y de larga duración. Y para eso se requiere la estructura que tanto ha faltado en el contenido express de las redes sociales. Hoy también resulta que la radio vive a través del podcasting. Y que para eso se requieren narrativas estratégicas más que improvisaciones universitarias. Resulta también que ahí donde antes una investigación especial se presentaba como cualquier otra nota en digital, ahora se requiere de un trabajo de edición tal que exige determinar qué se debe resaltar y qué no, dónde va una infografia, dónde una imagen, dónde un video, y qué se dice en cada uno de ellos. Sí, justo ese armado por el que pasa la plana de un periódico o las páginas de una revista. Lo viejo, en resumen, está en tendencia.
Vendrán mejores tiempos para la industria. Y quizás también para las personas. Las mentiras tarde o temprano revientan. Como ya nos pasó a los que trabajamos y creamos medios de comunicación. Si pienso que habrá luz al final del camino no es porque lo viejo sea lo bueno y lo nuevo lo malo sino porque la urgencia de dinero es tal que haremos lo necesario por conseguirlo. Y eso nos llevará a respetar y a entender al usuario como una persona con nombre y apellidos, con una ubicación específica, con gustos particulares y con comunidades afines, ya no como un número más en la maquinaria de Facebook. Las formas han cambiado, pero el fondo se mantiene. De la unión entre el fondo de lo viejo y las formas de lo nuevo vendrá la certeza de que todo va a estar bien, aunque por ahora haya que seguir escuchando los derrumbes.
Juega a cualquier hora. Juega donde sea. Juega sin obsesión por ganar. Hazlo porque sí. Porque te gusta. Y porque amas el proceso incluso más que un buen resultado. Si en verdad eres creativo, te importará más hacer que recibir aplausos. Vivir poniendo manos a la obra, nunca en la procrastinación. Tampoco a la espera de aprobación.
Se trata de ganar confianza. Y la seguridad en uno mismo se gana haciendo con libertad más que con la presión de agradar. El enfoque en el proceso legítima; el enfoque en el resultado encadena. Una idea nace siempre como una emoción. La que te alegra. La que te esperanza. La que te irrita. La que te encela. Una idea tiene vida garantizada a partir de tu propia convicción. Si te provoca un sentimiento, sea cual sea, significa que está viva. No sé sabe si para todos, pero lo más probable es que si te gusta a te mueve le guste o le mueva a unos cuantos más. O no, pero incluso si esa idea fuera tan poco popular que no tuviera más que un elemento de satisfacción personal, valdría la pena hacerlo. El que crea para sí se divierte. El que crea pensando en otros trabaja. Uno es creativo, el otro termina por ser mercenario.
Cuando amas el proceso el resultado está garantizado. Entiéndase por proceso la claridad de etapas. El comienzo, el desarrollo y el final. Pasar del punto A al B con toda la satisfacción que genera impedir que una idea nazca y muera en la misma regadera. La misión cumplida debe partir de lo individual. De ese checklist con el que podemos calmar nuestra ansiedad creativa sin que para sentir que la cumplimos dependamos de gustos y voluntades de terceros. Es el triunfo del individualismo, una de las más profundas manifestaciones de realización personal.
Austin Kleon nos manda de regreso a la infancia. Sugiere que volvamos a ser los de entonces. Que dejemos que nuestra imaginación decida y nuestras manos ejecuten. Que lo hagamos porque sí. Porque nos gusta. Porque nos motiva. Porque nos divierte. Y que lo hagamos sin pensar si lo que estamos haciendo acabará expuesto en un museo, publicado en un libro o como un juego más que una vez terminado no sobrevivirá más que como una satisfacción que será sustituida por otras cuando nuestro espíritu creativo nos vuelva a pedir que lo pongamos en marcha. A los niños, dice Austin en su libro, les tiene sin cuidado si los dibujos que hacen acaban en el periódico mural, en el archivo histórico de sus papás o en el cesto de la basura. Hacen porque quieren, lo demás es insignificante.
Concibe el arte como un juego sin posibilidad de victoria. O más bien, como un juego sin rival que vencer. No asumas tu proceso creativo como si fuera un partido de fútbol, porque entonces le pondrás cara y nombre a tu contrincante. Estarás pensando en el resultado. Ganarle a otro, ser como otro, burlarte del otro, enfrentarte al otro. Velo como un juego en el que tú creces por el simple hecho de hacer uso de lo que sabes, de lo que imaginas y de lo que ignoras para convertir una idea en realidad. Piensa otra vez en los niños. En cuántas veces te tocó ver a un compañero entreteniéndose con una bola de papel o improvisando un juego. Piensa en cuántas veces te sumaste a ese juego sin reglas. A ese entretenimiento anárquico de uno que te llevó a jugar porque te parecía una buena idea en ese momento y lugar. Piensa en cuántas veces lograste que se sumarán a jugar lo que proponías. Piensa que ya desde entonces inspirabas a otros a crear. No a partir de la obsesión por el resultado, solo por amor al proceso.
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