La hiperactividad de las ideas

Mauricio Cabrera
4 min readOct 23, 2018

--

Envidio a los que no se detienen. A los que viven blindados por su propia calma. A los que se escogen a sí mismos, como dice James Altucher. A los que entienden que ya no tienen remedio. Y hasta a los que logran estafarse archivando sus problemas como un pendiente al que volverán más adelante. Si tan solo mi lista de productividad creativa tuviera una combinación de seguridad que ni siquiera yo pudiera violar, estaría en otro lugar.

Mi estafa al tiempo no ha funcionado. Al menos no del todo. Tenía dos meses de ventaja para que no me alcanzara el día en que o escribía o fallaba en mi objetivo de escribir martes y jueves. Dos meses que se han ido al carajo. Otra vez el texto de hoy para publicar mañana. Otra vez el sentido de urgencia. Otra vez la soga en el cuello. Donde o sobrevivo por la vía de la voluntad o muero por la vía del conformismo. Otra vez el drama de las horas contadas.

Vivo aterrado por la conciencia de muerte. Es una contradicción que sea un inconsciente de la vida pero un tipo tan centrado respecto a la muerte que vivo presintiendo que llegara en cualquier momento. Con un dolor en la espalda que pudiera ser más que un enfriamiento. Con ansiedad que me provoca taquicardia. O hasta con un temblor que acabe conmigo como casi lo hizo el 19 de septiembre. Si fuera un videojuego, la música de urgencia porque el tiempo de acción se acaba sería permanente. Sin descanso, sin tregua. Y por ende, sin pensar. Viviendo por vivir. A patadas, a empujones o como sea. Cuando vivir es más bien sobrevivir.

Hay dos formas de vivir. La de hacer lo que place sabiendo que la vida y la muerte va más allá de nuestra voluntad. Y la de amanecer aterrado porque el tiempo se ha venido encima. Como si tener 35 fuera la entrada a la tercera edad. Y como si la tercera edad, precoz o no, tuviera por fuerza que ser una sentencia de muerte más que un tiempo agregado para seguir disfrutando.

Dice Altucher que hay que buscar ser una mejor versión de nosotros, al menos un uno por ciento cada día. Sí que lo intento. Al final del día intento centrarme en lo conseguido, en lo producido y en lo planeado. Pero me hace falta el dashboard que me lo demuestre. Un Google Analytics que no permitiera engaños. Una barra de vida al estilo videojuego que me diga si me he vuelto más poderoso o si a partir de los golpes recibidos estoy más cerca de acabar con mi vida. Más allá del tiempo como recurso no renovable, la vida se debilita con los golpes recibidos. En algún lugar, con los jueces sentados junto a Dios, la naturaleza o quién diablos sea el que decide qué pasa con nosotros, seguro que alguien va calificando los golpes recibidos y la gravedad de los mismos. A cada nocaut estamos más cerca de caer. Porque el dolor es acumulable. Cuando nos vamos a la lona por primera vez, la sensación de dolor va disfrazada de aprendizaje. Pero después, cuando ya el dolor no es tanto una sorpresa como una herida que se abre de nuevo, se acumula hasta impactar en tu expectativa de vida. Nuestro partido no dura noventa minutos ni nuestra pelea doce rounds. Nuestra pelea dura lo que los jueces deciden mientras nos ven caer una y otra vez sobre la lona.

Vivo creando y espero morir creando. Pero temo tanto morir que no creo tanto como quisiera. O quizás creo demasiado, pero no lo que quisiera. Mis ideas nacen con premura. Con hiperactividad. Aquí y ahora. Sin capacidad de demora. Compitiendo entre sí porque la de hoy competirá con la de mañana. Compitiendo entre sí porque mi déficit de atención me hace ignorar lo que he hecho y porque mi hiperactividad me hace seguir creando mientras ignoro el pasado que aún requiere construcción para ser futuro. Coloco piedras, uno al lado de otra, pero no levanto edificios infranqueables. Y los que sí, no han sido míos. O sí, pero sólo en mi cabeza. Esas veces el déficit de atención no me afectó en mi condición de arquitecto, pero sí de hombre de negocios. En una sociedad individualista como la nuestra, un papel es tan importante como construir por años. Es la diferencia entre ser el dueño de una gran obra y ser el arquitecto que recibió trato de peón.

La confusión me ayuda a escribir. No sé si este texto va de la decepción que siento por haber pulverizado la ventaja que le sacaba al tiempo o de la pena que siento por olvidar que el contrato es tan importante como los lienzos sobre los que creo. Para efectos prácticos, da igual. Aquí un texto en cumplimiento de mi promesa. Aquí algunas letras producto del tiempo bien aprovechado. Con ansiedad, como siempre, pero atrapado en un avión del que me quisiera bajar aunque fuera en paracaídas. Aún no ha llegado el momento en que la ansiedad me pida que me arranque la vida, pero Volaris se empeña tanto que un día podría conseguirlo. Lo barato sale caro, tanto como para que me den ganas de customizar mi muerte.

--

--

Mauricio Cabrera
Mauricio Cabrera

Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

No responses yet