La intolerancia a la incompetencia
No sé si soy intolerante a la lactosa. Sé que un día empecé a pedir mi café con leche deslactosada en Starbucks. Después me di cuenta que me hace más daño el café que la leche. Aunque para ser honestos mis conclusiones no parten más que de la observación y de los dolores estomacales que con frecuencia derivaban en una visita urgente al baño más cercano.
De mi cuerpo, como casi todos, conozco menos que de mis ideas. Así como reconozco que mi intolerancia a la lactosa fue en el mejor de los casos un placebo y en el peor un producto del mame para no sentirme un cliente tan genérico en Starbucks, sé que soy intolerante a la incompetencia. Y entonces deseo que el modelo Starbucks funcionara en las empresas. Que la descripción de puestos no fuera un formulario que se archiva en recursos humanos, sino una petición tan clara que nos protegiera para siempre de los dolores estomacales, mentales y espirituales de soportar a los incompetentes.
Si mi café es un mocha Frío, grande, deslactosado, con chispas de chocolate, mi equipo sería creativo, emprendedor, libre de incompetencia, productivo y con amor por la marca. Pero el detalle de los productos no ha llegado a las personas. Y peor aún, no ha llegado a las sociedades, que en su afán por vivir en paz prefiere al incompetente que al que es intolerante a la incompetencia. En una corporación pesa más un grito de intolerancia que días enteros de incompetencia. Se castiga más el reflejo del hartazgo que la ineptitud sistemática. Se castigan más las emociones del que genera que la pasividad del que procastina.
La estabilidad está sobrevalorada. Lo sé porque una empresa sin voces levantadas no por fuerza se mueve más que una donde el código de las formas llega a violentarse con la profundidad de los mensajes. Lo sé porque vivo en un país tan en paz que los políticos pueden seguir robando y liberando a otros políticos que roban sin que haya una verdadera transformación. Y todo por asumir que una reacción notoria será más dañina que la corrupción, el robo y la incompetencia.
El problema de un proyecto no es crecer. El problema de una corporación no es tener miles de empleados. El problema es que a la incompetencia se le permite sobrevivir y expandirse. Un día llega un incompetente, y sobrevive bajo el argumento de que hay que darle tiempo para que se adapte, después llega el segundo y el tercero, hasta que un día te das cuenta que ese proyecto que habías diseñado con la precisión de un café pedido en Starbucks ha dejado de ser lo que era porque ahora la incompetencia se valora más que la intolerancia a la incompetencia.
Dado que la leche deslactosada no resolvió mis problemas estomacales y ni siquiera el café descafeinado me otorga inmunidad, he optado por pedir un helado shaken Lemon tea verde, grande, sin menta y sin coco. En cuanto a mi intolerancia a la incompetencia, no he dado con la solución. Lo que sí he hecho es entender que un proyecto no es la vida entera y que allá afuera, si somos capaces de no ser incompetentes, encontraremos lugares, socios y equipos que castiguen más la incompetencia que el impulso de reaccionar ante los incompetentes.
Ah por cierto, en ambos casos, a nombre de Mauricio, por favor.