La intolerancia de la personalización

Mauricio Cabrera
4 min readDec 11, 2018

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La culpa la tiene Starbucks. O Siri. O Alexa. O Netflix. O Spotify. O Facebook. Obviamente tenía que estar Facebook. Mark Zuckerberg es el culpable de todo lo que pasa en el mundo. Pero no sólo él. También nosotros. Sobre todo nosotros. Nosotros con ellos para que se entienda.

Todo empezó a joderse con el café de la mañana. Desde que la respuesta no se limitó a un sí o no ni a elegir entre un capuchino, un chocolate caliente o un café americano, ese colectivo llamado sociedad empezó a consolidar el proceso de macroindividualización. Si el deseo de supervivencia nos lleva siempre a proteger nuestros intereses, el deseo de comodidad nos ha llevado a que nuestras prioridades estén por encima de todo. Si nos gusta, lo aceptamos. Si no nos gusta, lo rechazamos. Y si no tenemos opción de rechazarlo, entonces lo padecemos hasta sentirnos frustrados.

La tecnología nos ha mimado más de la cuenta. Como esas madrecitas sobreprotectoras en las que AMLO deposita la seguridad nacional. O como esos organizadores de conciertos que cumplen todos los caprichos de artistas que acaban muertos por sobredosis o en un estado de depresión tal que su perfil de Instagram sirve solo para dar cuenta de su decadencia. El mimo absoluto es con frecuencia el prólogo de la tragedia.

El problema es más grave que el del niño consentido. Antes, ese niño mimado hubiera entendido que la vida no es tan fácil como su mamá se lo había hecho ver; ahora, ese niño consentido valida que puede ser también un adulto consentido a partir de los abrazos que le da la cafetería de la esquina, que ya es un Starbucks, el supermercado, que ya se pide en línea, el taxi, que llega siempre en vez de salir a buscarlo, y hasta la comida, que puede ser la que quiera con la aplicación correcta. Vivimos al cobijo de nuestros caprichos. Abrazados a ellas bajo el argumento de que la vida es tan corta que más nos vale hacer todo lo posible para dedicarnos a lo que en verdad importa. Si no te gusta, no lo hagas. Si no quieres esperar, busca otra alternativa. Si te duele, déjala. Tú eliges.

Confieso que soy adicto a elegir. Me fascina poder controlar las cosas. Si de niño me enojaba llegar y que no estuviera lista la comida que yo quería, de adulto no soporto pasear a los perros sin mis AirPods en los oídos. Me gusta escuchar sólo lo que quiero. Aunque no siempre ponga atención. Aunque me aísle de lo que pasa a mi alrededor. Aunque un día pueda llegar un coche a embestirme sin que yo escuche su claxon como advertencia. Prefiero mis sonidos que los del mundo en que vivo. Portarlos me sirve, además, como escudo. Si ven que traigo audífonos, no me van a hablar, aunque los AirPods se ven tan orgánicos en el cuerpo humano que no cualquiera los nota. Cuando se me olvidan, me siento vulnerable. Extraño. Como si mi cuerpo estuviera incompleto. Lo mismo con el teléfono o incluso con la nula respuesta de Siri y mi HomePod cuando su sistema, que es imperfecto como la vida, no entiende, no procesa o simplemente no escucha lo que le estoy pidiendo.

Los servicios que dicen abrazarnos tienen una doble intención. Nos dan satisfacción a cambio de generarnos ansiedad por el resto de nuestras vidas. Ya que te acostumbras a tenerlo todo, cualquier anomalía a ese sistema se convierte en frustración. Hoy es molesto ir a la tienda de la esquina. Hoy es preferible conseguir un cargador y esperar a que el teléfono vuelva a prender que salir a la calle a buscar un taxi. Hoy es molesto escuchar hablar a la gente cuando no se expresa ni piensa como queremos. Tanto personalizamos nuestro mundo que acabaremos viviendo en una burbuja. Si ya nos cansamos de escuchar lo que no queremos y de estar donde no queremos, tiene sentido que la realidad virtual sea nuestro futuro. Desde nuestra casa, vestidos como queramos. En la chaqueta mental más que en la realidad. En nuestro mundo, que no será el de otros.

La macroindividualización se está dando. Poco falta para que en un viaje en coche una pareja escuche audios distintos. Mientras uno quiere escuchar un podcast, la otra quiere escuchar música. O viceversa. Mientras más alternativas tengamos en nuestro smartphone, menos ganas de convivencia. Mientras más creemos nuestro mundo, menos entenderemos el de otro. Aunque eso nos lleve a la frustración. Aunque eso nos lleve a la intolerancia. Y aunque eso nos lleve a la realidad virtual que tanto nos atrajo en Ready Player One, pero a la que tanto deberíamos temerle.

La lección deberíamos haberla aprendido. Si te dan todo, nunca te será suficiente. Cuando esa realidad virtual llegue, el clasismo mexicano ya no necesitará ese baño de pueblo al que se refiere cuando pisa tierras de barrio bajo, sino un baño de mundo. Ese al que seremos tan ajenos por habernos encerrado en nuestras elecciones. Por habernos entregado a la intolerancia de la personalización. La culpa la tiene Starbucks. O Siri. O Alexa. O Netflix. O Spotify. O Facebook. También nosotros. Sobre todo nosotros. Nosotros con ellos para que se entienda. Pero ellos hacen negocios, nosotros simplemente nos complicamos la vida queriendo mejorarla.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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