La libertad de no estar con todos
La idea debió quedarse en una utopía. No hacia falta más que ir a una plaza pública para entender que aquello podía acabar mal. Si los encuentros políticos se desarrollaban con descalificaciones de poca monta. Los encuentros religiosos con envíos sin escala al infierno. Y las diferencia futboleras se arreglaban a chingadazos, era natural imaginar que subirnos a todos al mismo ring acabaría enemistándonos a todos. Somos seres humanos ergo somos pasionales. Juntarnos o acababa en orgía o acababa en guerra. El debate aún no empezaba cuando ya decidíamos a qué regimiento pertenecer.
A las diferencias se les ha quitado lo divertido. E incluso lo constructivo. Para muchos era un hobble natural atacar a la yugular con las pasiones futboleras o cuestionar el rol de Dios nuestro señor cuando se pretendía tocar una tecla delicada. Hoy ese hobbie futbolero dejó de ser orgánico para ser una estrategia que sin escrúpulo alguno busca el rating. Incluye violencia retórica añadida y polémica por lo que sea, hasta por aquello que ni con cervezas en mano y en la garganta hubiera formado parte de la agenda de la juerga. Hoy esas diferencias divinas siguen sin arreglarse por las buenas, pero cuentan con el megáfono de los trending topics y los tuitstars ideológicos para que la plática de unos cuantos termine convertida en un lavadero nacional. La política había sido siempre un tema de mayor cuidado. De ahí que por lo general estuviera acotada a pláticas familiares o con amigos cercanos. O a la intimidad de las casillas electorales. No es mito que hace unos años el voto tenía como principales características que era libre y secreto. Se trataba de evitar lo que ha terminado por ocurrir. El voto sigue siendo libre pero no secreto. De los seres humanos ya nada es privado.
Más siempre ha sido menos. Lo es para el perro que cuando está solo en un espacio amplio entra en ansiedad. Lo es para el que tarda en decidir dónde estacionarse cuando todos los lugares están disponibles. Y lo es para el que de pronto no solo tiene que escuchar opiniones de personas cercanas, con las que o debatirá civilizadamente o cuando menos sabrá cómo arreglárselas, sino también con una horda de desconocidos que tomará un mensaje de doscientos ochenta caracteres como un elemento concluyente de la mentalidad retrógrada, pueblerina, capitalista, chaira, derechaira o pendeja del que está escribiendo. Y para estar libre de recibir esos ataques no hay hilo que nos salve.
Ya ni siquiera la recomendación de notas está libre de conflicto. Si compartes una nota sobre los casos confirmados de Coronavirus en el país, te atacarán como si fueras el autor de la misma y te dirán que esa cifra está maquillada. Si maneja como oficial la cifra del 10 a 1, te acusarán de ser un calderonista frustrado. Te preguntarán por qué no pusiste tanto empeño en el número de muertos en la guerra contra el narco. Que tú seas promotor del pass along del contenido te convierte en objeto de mentadas de madre. Por wey, por no leer antes de compartir.
Antes tú decidías la mesa en la que te sentabas. Tenias la libertad de creer o no en Dios. De estar o no de acuerdo con un presidente. De irle o no a un equipo sin tener que estarte cuidando, salvo cuando llegará ese terrible momento en que pudieras encontrarte con la barra rival a la salida del estadio. Pero ahora hasta retuitear comunicados oficiales te pone en el ring y sin careta para resguardarte. Que cada quien tenga sus propias opiniones ha sido siempre. Pero que cada quien tenga sus propios hechos es novedad. Y lo más nuevo y dañino de todo, que cualquiera a cualquier hora y bajo cualquier circunstancia, te pueda imponer a punta de insultos y ataques lo que debes pensar.
Es tanta la exposición que los linchamientos digitales que ya ni siquiera se presentan por grandes temas. Que se convierta en trending topic el número de enfermos por Coronavirus es comprensible. Que sea trending topic la guapura o no de López-Gatell o la marca de ropa que viste es un agravio a nuestro tiempo y a nuestro cerebro. Son tantos los mensajes que a nuestra cabeza la estamos llenando de basura. Sherlock Holmes se querría morir si viviera en la actualidad. Si le pedía al Dr. Watson que no le contara el funcionamiento del sistema solar por ser poco útil en su aplicación para la vida, qué diría sobre ese debate que hoy todos tenemos tras tanto tuits no solicitados respecto a la galanura o no de un subsecretario de salud en tiempos de una pandemia mundial.
El encierro es una invitación a recordar que los límites nos pueden ayudar. El ser humano ha sido siempre un ser comunitario. Pero si bien pertenece a una raza, ese marco de acción en que se comunicaba con amigos, contactos laborales y familia era más sano que esta dinámica en la que si no se debate una metodología para detectar el número de enfermos, se cuestiona si un funcionario de un país con múltiples problemas debe ser querido por su apariencia o si una lady o un lord en sus cinco minutos de mal humor debe ser ejecutado por haber sido captado por el smartphone de una persona que también sería un lord o lady de ser expuesto en sus cinco minutos de impertinencia.
La libertad también significa decidir. El miedo a quedarnos fuera de la conversación masiva no ha hecho más que alejarnos de nuestras prioridades. Conéctate con los que te importan. Crea tu propio criterio. Respeta el del resto. Y deja de consentir que tus intereses sean los mismos que los trending topics de Twitter. Date la libertad de no estar con todos.