La moda del Coronavirus
Una situación del futuro con tradiciones del pasado. El Coronavirus ha revivido prácticas que parecían extintas. La televisión ha vuelto a ser, al menos por momentos, una experiencia colectiva. La familia viendo el mismo programa. Abuelos y nietos comentando lo que ahí acontece. La individualización tecnológica mezclándose con las prácticas grupales a partir del tedio universal. No queda de otra más que convivir con los que están. Con tus hermanos, con tus padres, con tus roomies o contigo mismo. Todos en el mismo barco. En una crisis que nos ha convertido en espectadores de un show que lejos de ser acompañado con palomitas, receta ansiolíticos. Desde casa podemos hacer mucho, pero no tanto como para decidir cuándo volveremos a ser libres. Somos simples peones, como quizás siempre lo fuimos, de la naturaleza.
A las personas se nos mira asomadas desde la ventana. Donde antes estaban los perros chismoseando qué pasaba en las calles y deseando estar paseando por ellas, ahora estamos los humanos anhelando la hora en que termine el encierro. Tenemos ansiedad. Observamos curiosos lo que antes nos pasaba desapercibido. La ventana del de enfrente. El roof de los edificios cercanos. La libertad con grilletes es tan poderosa que la marimba no solicitada es una amenidad por la que vale la pena pagar. Ya no por caridad, sino porque algo de alegría trae a nuestras vidas que hoy se escriben a través del ordenador y se consumen frente al televisor. A buena hora valoramos la libertad de acción y movimiento.
Los horarios se han ido al carajo. La higiene acepta procrastinaciones. La moda se reinventa. Hoy quienes decían que se arreglaban para ellos mismos se dan cuenta de su propia mentira. Sin ojos que los vean y sin eventos sociales en la agenda, el maquillaje se ha guardado para mejor ocasión. Las camisas se mantienen colgadas en el ropero. El uso de tacones está descontinuado. Ahora que en verdad nos arreglamos para nosotros mismos la tendencia es andar en boxers y en playera. Al fashionismo, después de todo, no le conviene que solo pienses en ti. Sin el factor social de por medio, fácilmente seríamos cavernícolas. Si el confort ganara, nos vestiríamos de la chingada.
El ejercicio también se reconfiguró. En realidad nunca hizo falta que hubiera gimnasios en cada esquina para que por fin hiciéramos ejercicio. Nosotros desde casa nos encargamos de hacerlo. Con videos en YouTube. Sin pagar por fuerza una suscripción. Sin tener que estar cuidando nuestra apariencia a a ojos de otros. Sin regaderas de uso colectivo. El encierro fue más efectivo que las advertencias de gordura. Hoy hace ejercicio quien antes no hacía. Hoy forma parte de nuestras vidas. Pero eso sí, no tenemos mucho que celebrar. En la nueva radiografia de la actividad humana, el refrigerador y la cocina también van a la alza. Y mientras que el ejercicio duele, la cocina entretiene y la comida se disfruta. Al final nuestras nuevas rutinas servirán, si acaso, para justificar las calorías que añadimos a nuestra dieta cotidiana.
La tecnología patrocina la mayoría de nuestras actividades en tiempos de Coronavirus. Sin videollamadas estaríamos cansados de vernos frente al espejo. Sin YouTube no tendríamos clases gratis. Sin Netflix acabaríamos viendo telenovelas o la enésima repetición de un triunfo histórico de la Selección que al final no sirvió para nada porque nos eliminaron donde siempre. Sin Tik Tok no habría quien aplaudiera nuestras pendejadas. Sin Uber Eats no haríamos más que comer sopa de fideo y quesadillas. Si al encierro se sumara el apagón tecnológico, entonces sí que estaríamos jodidos.
Se ha demostrado que podemos hacer mucho a la distancia. Pero también que el ser humano necesita estar en movimiento. Cambiar de escenarios. Respirar otros aires. Cuando a la libertad le quiten los grilletes, habrá que valorar lo que antes dábamos por hecho. Ojalá que entonces nos preocupemos por vivir más que por documentarlo en nuestros smartphones para que otros lo aprueben. Aunque conociéndonos, una vez que las puertas sean abiertas y los presos quedemos en libertad, habrá un deseo mayor por mostrar al mundo que estamos de vuelta. Y entonces volveremos a pagar por conciertos que grabaremos para otros, por el turismo que busca las photo opportunities sociales y por el gimnasio desde el que haremos notar que los superhumanos estamos de vuelta.¡Bendita normalidad, cuánto la extrañamos!