La pasión de Roma
Crea porque quieres. Crea porque sí. Roma como muestra. No era para todos. Es más, era solo para unos cuantos. Pero Cuarón la hizo porque quiso. Porque quería recordar a su niñera. Porque pretendía enviar un mensaje a través de una película. Aunque no fuera mainstream, aunque presintiera que varios acabaríamos durmiendo en el intento de verla.
Es fácil cuando te dedicas a lo que amas. Si algo ha de destacarse a partir de la hegemonía de los directores mexicanos en Hollywood, es su capacidad para ponerse objetivos tan personales que se transforman en el mayor detonante de admiración hacia su trabajo. Desde la caja de luz del propio Cuarón para simular el espacio hasta las secuencias sin corte de Alejandro González Iñárritu en Birdman. De las grabaciones con luz natural en The Revenant a la historia de amor entre un monstruo y una mujer muda. Del descubrimiento de Yalitza a la resurrección de Michael Keaton. Sellos personales, marcas propias tan fuertes que resultan imposibles de ignorar.
El mayor desafío es alcanzar la liberación creativa. Esa se consigue solo cuando la comparación con el resto no deriva en una mimetización. Se vale observar, aprender e inspirarse. Lo que no se vale es decidir que nuestro sueño, estilo o perfil se construya a partir de otro. Pasa mucho en la televisión. Tanto que habría que calificarlo como una de sus más grandes vicios. En el periodismo deportivo, por ejemplo, todos quieren ser José Ramón Fernández, hacer crónicas de color como David Faitelson, narrar como Martinoli o hasta decir chistes involuntarios como Jorge Campos. Incluso hay escuelas que se dedican a hacer eso. A preparar jóvenes para que sean como otros. El negocio de la imitación siempre será más burdo que el de la innovación.
El problema viene desde las aulas. Ahí te enseñan las reglas universales. Te dicen, como si estuviera escrito en piedra, cuándo debes poner punto, cuándo debes poner coma y cuándo debes cerrar un párrafo para comenzar otro. Si rompes la norma, puntos menos. Y todo para descubrir que los más grandes escritores hacen lo que quieren con los signos de puntuación. O sea que es un doble proceso: entender el juego, y mientras lo haces ceñirte por completo al protocolo, y después reinventarlo para hacer el propio. Es ahí donde están Cuarón, Iñárritu y Del Toro. Es ahí donde todos querríamos estar al momento de crear.
Para crear con libertad es necesario salir al escenario. Hacerlo tantas veces como se pueda. Es cierto que se va perdiendo el miedo. Que si al principio te impones límites, de tanto hacerlo vas ampliando tus recursos. Sin darte cuenta, un día habrás hecho lo que te dijiste que no harías o lo que en verdad querías hacer pero no hacías solo por temor a lo que fueran a pensar quienes fueran a ver tu obra. Entre más haces, más creas, y entre más creas más libre eres.
La construcción de una marca personal más que una oportunidad de negocio es una oportunidad de definición. Quién soy, cómo soy, qué quiero hacer y hasta dónde estoy dispuesto a llegar. A mí esa construcción me está llegando a los treinta y cinco. Empezó más como la búsqueda de una nueva oportunidad de negocio que como una búsqueda de aclaración existencial, pero ha terminado como lo segundo. Y es mejor así, porque como nos enseñan Cuarón, Del Toro e Iñárritu, el éxito se alcanza a partir de la definición propia y de los objetivos personales, esos que el día en que los tengas claros harán que la audiencia aplauda y la competencia reconozca. Todo parte de ti. El resto es consecuencia.
Juega a cualquier hora. Juega donde sea. Juega sin obsesión por ganar. Hazlo porque sí. Porque te gusta. Y porque amas el proceso incluso más que un buen resultado. Si en verdad eres creativo, te importará más hacer que recibir aplausos. Vivir poniendo manos a la obra, nunca en la procrastinación. Tampoco a la espera de aprobación.
Se trata de ganar confianza. Y la seguridad en uno mismo se gana haciendo con libertad más que con la presión de agradar. El enfoque en el proceso legítima; el enfoque en el resultado encadena. Una idea nace siempre como una emoción. La que te alegra. La que te esperanza. La que te irrita. La que te encela. Una idea tiene vida garantizada a partir de tu propia convicción. Si te provoca un sentimiento, sea cual sea, significa que está viva. No sé sabe si para todos, pero lo más probable es que si te gusta a te mueve le guste o le mueva a unos cuantos más. O no, pero incluso si esa idea fuera tan poco popular que no tuviera más que un elemento de satisfacción personal, valdría la pena hacerlo. El que crea para sí se divierte. El que crea pensando en otros trabaja. Uno es creativo, el otro termina por ser mercenario.
Cuando amas el proceso el resultado está garantizado. Entiéndase por proceso la claridad de etapas. El comienzo, el desarrollo y el final. Pasar del punto A al B con toda la satisfacción que genera impedir que una idea nazca y muera en la misma regadera. La misión cumplida debe partir de lo individual. De ese checklist con el que podemos calmar nuestra ansiedad creativa sin que para sentir que la cumplimos dependamos de gustos y voluntades de terceros. Es el triunfo del individualismo, una de las más profundas manifestaciones de realización personal.
Austin Kleon nos manda de regreso a la infancia. Sugiere que volvamos a ser los de entonces. Que dejemos que nuestra imaginación decida y nuestras manos ejecuten. Que lo hagamos porque sí. Porque nos gusta. Porque nos motiva. Porque nos divierte. Y que lo hagamos sin pensar si lo que estamos haciendo acabará expuesto en un museo, publicado en un libro o como un juego más que una vez terminado no sobrevivirá más que como una satisfacción que será sustituida por otras cuando nuestro espíritu creativo nos vuelva a pedir que lo pongamos en marcha. A los niños, dice Austin en su libro, les tiene sin cuidado si los dibujos que hacen acaban en el periódico mural, en el archivo histórico de sus papás o en el cesto de la basura. Hacen porque quieren, lo demás es insignificante.
Concibe el arte como un juego sin posibilidad de victoria. O más bien, como un juego sin rival que vencer. No asumas tu proceso creativo como si fuera un partido de fútbol, porque entonces le pondrás cara y nombre a tu contrincante. Estarás pensando en el resultado. Ganarle a otro, ser como otro, burlarte del otro, enfrentarte al otro. Velo como un juego en el que tú creces por el simple hecho de hacer uso de lo que sabes, de lo que imaginas y de lo que ignoras para convertir una idea en realidad. Piensa otra vez en los niños. En cuántas veces te tocó ver a un compañero entreteniéndose con una bola de papel o improvisando un juego. Piensa en cuántas veces te sumaste a ese juego sin reglas. A ese entretenimiento anárquico de uno que te llevó a jugar porque te parecía una buena idea en ese momento y lugar. Piensa en cuántas veces lograste que se sumarán a jugar lo que proponías. Piensa que ya desde entonces inspirabas a otros a crear. No a partir de la obsesión por el resultado, solo por amor al proceso.
Sobre mí:
Pueden escribirme a maca@storybaker.co para cualquier comentario, petición de consultoría, invitación o simplemente enviar un saludo. O síganme en Instagram, donde publico extractos, sugerencias y recomendaciones para incentivar las ganas de crear. También los invito a suscribirse a The Muffin, newsletter especializado en la industria digital que publico cada domingo, a escuchar The Coffee, podcast en que cada semana platico con grandes creadores de contenido, y a visitar storybaker.co, un medio de medios que es la piedra angular de todos mis proyectos de storytelling.