La sociedad de La Casa de Papel
La astucia detrás del entretenimiento. La acumulación de guiños que operan juntos o independientes. La construcción de historias más allá de la historia. La narrativa de una serie que pudiendo acabar siendo como cualquiera acabó siendo como ninguna. La. maestría detrás de la Casa de Papel.
Una serie para ser recordada en las fiestas de disfraces. Pero también en los movimientos sociales. Con símbolos que se visten, que se cantan y que se ven. Con iconos universales que no solo se respetan, también se usan en el acto y en el pensamiento. Somos o queremos ser como ellos. En lo individual y en lo colectivo. En nuestra cabeza y frente a todos. Una aspiración universal del hombre consigo mismo y en su relación con los demás.
Ocurre en un momento insospechado. Cuando el ser humano menos entiende de razones. En medio del odio y los juicios absolutos contra unos y otros en redes sociales, llega una serie de villanos que tienen sus motivaciones para serlo. Y por esta ocasión, que se ha extendido tanto como cuatro temporadas y las que vengan, decidimos que en la ficción sí se debe ser comprensivo. Que el que asalta puede hacerlo movido por algo más que la ambición. Que el que amenaza a punta de pistola también tiene sentimientos. Que comparar a las mujeres con un Maserati se vale en la televisión. Que para juzgar hay que conocer la historia completa. La edición remasterizada de Robin Hood avalada, consumida y abrazada por una sociedad que de haberla encontrado en la realidad no les habría dado más calificativo que el de delincuentes. La ficción que recibe la paciencia y comprensión que el mundo necesita.
La Casa de Papel se sostiene con pilares de concreto. Si el concepto general se fortalece con himno, mascaras y overoles, las historias humanas construyen tridimensionalidad en personajes que de otro modo hubieran caído en el anonimato y olvido al que queda condenado lo común. Y son tantas historias y tantos elementos que los guionistas cuentan con un arsenal para explotar las emociones y conciencias de los espectadores cuando quieran. Como un equipo de futbol en el que cuando uno no da, llega el otro para resolver. Lo mismo gana el partido el Profesor haciendo de Guardiola, que Tokio haciendo de Messi o Marsella saltando desde la banca. Un equipo hecho y derecho. Una pequeña sociedad que ya quisiéramos nosotros para cualquier día de nuestras vidas. Una sociedad ejemplar viniendo de una sociedad transgresora.
La autenticidad funciona en la televisión. Entre más matices se conozcan de los personajes, más fuerte nuestra relación con ellos. Quizás lo que necesitamos sea hacer binge watching de nuestras vidas. Observar a quienes están a nuestro alrededor con la misma curiosidad con la que hurgamos en la vida del profesor. Estar abiertos a sentir simpatía por cualquiera como lo hacemos con Nairobi cuando en realidad, a la luz de los hechos, hasta antes del robo de La Casa de Moneda no había hecho más que cualquiera. Se diría incluso que su vida era un fracaso. Si la gama de grises de los personajes de la Casa de Papel nos cautiva, ¿por qué nos empeñamos a condenar a quienes ni siquiera conocemos en la vida real? La Casa de Papel nos demuestra que podemos ser empáticos con la ficción. Falta que lo seamos con la realidad.