La terapia de la humanidad

Mauricio Cabrera
3 min readMar 25, 2020

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De pronto ha vuelto a ser importante. Como si el encierro nos devolviera la sensibilidad. O como si la emergencia común nos recordara los más elementales valores comunitarios. Hablo y dejo que me hablen. Las pausas me parecen cortas. Menos torpes y significativas que en esos días en que el ruido de las calles era también el de nuestro cerebro. Las fallas técnicas son ahora un mal necesario en vez de un obstáculo enervante. La expectativa es otra. De la molestia al interés. Del desdén al deseo porque ocurra. Por ahora y hasta nuevo aviso, hemos vuelto a escuchar.

Nunca como ahora lo había tenido tan claro. El boom de los podcasts y quizás incluso los mensajes programados desde los smart speakers nos fueron preparando para esto. Nos sirvieron de propedéutico para el momento en que una llamada pudiera volver a sentirse como un abrazo más que como una despiadada persecución de los bancos amparados en los teléfonos desconocidos y en las llamadas en serie. El telemarketing también ha sido enviado a casa. La voz nos ha vuelto a reconfortar.

Es como si la humanidad entera hubiera sido enviada a terapia. Estamos recostados en el diván reflexionando sobre lo que hemos hecho. Intentando recordar qué nos llevó a este punto. Y mientras lo hacemos, el mundo que tan jodido nos parece, nos grita que si lo dejáramos respirar tanto como ahora nos regalaría mejores postales para nuestro Instagram. Que si entendiéramos nuestros límites no sería demasiado tarde. Ofrece como muestra cielos despejados. Lagos tan limpios que es difícil identificarlos. Calles que por una vez no apestan a la mierda que nosotros le tiramos a diario. Con nosotros cautivos en casa, el mundo se siente libre.

La limpieza visual se ha convertido en posteos para llevar a redes sociales. Nos permite ver que nuestro mundo puede estar mejor. Pero esta crisis es multisensorial. También nos permite escuchar. Desde casa el oído detecta algo de vida, pero ha dejado de sentirse incómodo ante el bullicio. La contaminación auditiva se ha reducido tanto como la atmosférica. Quizás por eso en estos días estamos más dispuestos a escuchar. A parar oreja para poner atención al otro. A repasar el directorio, aunque sea por tedio. Cuando no podemos estar con otros, es cuando más valoramos el contacto. Las llamadas han dejado de ser interrupciones para convertirse en prioridades.

Los mensajes escritos en WhatsApp no son suficientes. Lo curioso es que antes, cuando podíamos salir a las calles, solían serlo. Las palomitas azules han perdido relevancia como agravio. La ofensa actual es no llamar por voz o videoconferencia a los que nos importan. Para estar en verdad juntos hay que escuchar. Con atención a los matices, a las emociones y a lo que el otro pueda decir sin emojis de por medio.

Lo que se ve no se juzga: el mundo está más limpio. Pero si nuestros oídos pudieran expresarse tan bien como la tierra, las conclusiones serían las mismas. Se han liberado. Se quitaron los botones que llevamos puestos ante la contaminación sonora para por fin dedicarse a escuchar lo que debe y a los que debe. En estos días de terapia, hemos vuelto a escuchar. Hemos recuperado nuestros sentidos. Que no se olvide cuando el bullicio vuelva a entrar por la ventana.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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