La trampa de los creativos

Mauricio Cabrera
3 min readNov 1, 2018

--

Una contradicción que exige el mercado. Una frontera entre el creativo que ama los detalles y el empresario que ama el dinero. La necesidad de industrializarse. De escalar a como dé lugar. De ver una obra no como el principio y el fin, sino como el detonante de lo que sigue. Hacer para crecer. Hacer para mañana. Hacer para dentro de tres años. Y en medio, como aliento moral pero también como potencial obstáculo, la utopía de la perfección.

Escuché la advertencia hace tiempo. No le hice caso. No pensé que un día fuera a validarla. Me parecía un sinsentido de la persona comodina que permanece años en una corporación para que su quincena llegue sin demora. “Un día tendrás que aprender a ser presidente”, me dijo cuando le conté que prefería el sube y baja de un startup, la adrenalina de celebrar cada pequeño triunfo y de sufrir cada pequeña derrota. Es adictivo jugarse la vida como negocio cada día. Cerrar el día siempre con algo nuevo que contar. Un mail que podría cambiar el rumbo de nuestro proyecto. Una junta que debiendo ir bien acabó tan mal que hirió nuestro amor propio, que en un emprendimiento puede ser lo único que haya. Un patrocinio de unos cuantos miles de pesos que para cualquiera es rutina pero para ti significa el primer paso para que la idea a la que le has dedicado tiempo y esfuerzo sea en verdad una empresa. Un comentario que te valida. Otro que te destroza. Todo cuenta en un startup. Nada cambia de inmediato en una corporación.

El creativo es tan grande para el detalle como pequeño para los negocios. El ilustrador no ve más que el lienzo que tiene enfrente cada que dibuja. El generador de ideas promueve iniciativas de tales dimensiones que rara vez empatan con el presupuesto de los clientes. El periodista cae ante la tentación de la vanidad inmediata. Publica lo que sea sobre el tema del que todos hablan antes que pensar en los resultados a mediano y largo plazo. Hacer porque sí. Para estar, para sentirse dentro, para pertenecer, aunque en el fondo sea justo ese deseo de pertenencia el que lleve al extravío.

Las excepciones alcanzan éxitos descomunales. Como Steve Jobs con Apple. El detalle industrializado. La maquila de genialidades reales y aparentes, porque cuando construyes tanto storytelling algo de fantasía puedes vender. O como Amparín con Distroller. La creación que se hizo imperio. La virgencita a la que se encomendó para que su marca perdurara de generación en generación. La intersección entre lo micro y lo macro. La intersección entre el diferenciador cualitativo y el cuantitativo.

El amor por el detalle es una trampa latente. No distingue entre lo micro y lo macro. Se puede mejorar una ilustración tanto como una estructura organizacional. Siempre se puede hacer más. Y lo micro, dado que se mueve más rápido, ofrece más incentivos inmediatos que la búsqueda por perfeccionar lo macro. Los resultados de mejorar una nota periodística ofrecen goce instantáneo. Los de realizar planes estratégicos exigen tal paciencia que cuando ocurren no se disfrutan como ese orgasmo express que nos da perfeccionar esa pequeña obra que tenemos frente a nosotros. El creativo es más emocional que racional. Más impulsivo que analítico. Más micro que macro. Más alcalde que presidente.

Un creativo está más cerca de la intersección detalle-dinero que un empresario. A ellos no los mueve más que el dinero. Esa es su forma y su fondo. De ahí no se van a mover. No se quieren mover. Para lograr estar en ese punto medio que significa genialidad, al creativo le falta ser menos primitivo. Ignorar el llamado de sus impulsos inmediatos. Concentrarse en lo macro sin perder la sensibilidad de lo micro. La intersección está ahí, esperando a los creativos. Sólo resta que aprenden a ser presidentes.

--

--

Mauricio Cabrera
Mauricio Cabrera

Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

No responses yet