La vejez en tiempos de emojis
Siempre he pensado que Silicon Valley debería preocuparse más por los viejos y menos por los jóvenes. Que la expectativa de vida se haya incrementado representa vivir más, pero no necesariamente vivir mejor. Y no me refiero a los avances médicos. Tampoco a las reglas escritas e implícitas que dictan que los ancianos van antes que los demás en un establecimiento público. Me refiero al lugar que los viejos ocupan en la sociedad. A lo que pensamos de ellos en silencio y a lo que veces compartimos en voz alta con nuestros amigos.
No es casual que los jóvenes le teman a la vejez. Yo le he temido cada día de mi vida. Aterroriza pensar en el día que jugar futbol esté prohibido. Provoca escalofríos imaginar ese día en que un doctor te diga que tu vida no volverá a ser como antes. Un dolor abrupto en cualquier parte del cuerpo. Una punzada que anticipa lo que vendrá. El diagnóstico que se hace veredicto. El certificado que te hace oficialmente viejo.
Pero el temor a ser viejo va más allá de lo físico. Se asemeja a la incertidumbre del gandalla de primaria que se volverá el bulleado de la secundaria. Es una circunstancia de edad, de condición y de grado. Hacerse viejo es una certeza llena de ansiedad. Porque todos la padecemos incluso antes de realmente serlo. Y es además una ironía, porque mientras la expectativa de vida crece, la percepción social de una persona vieja disminuye. Así, a ojos de la muerte una persona de 55 años es aún relativamente joven, pero a ojos de adolescentes, es una persona de otro siglo, que no entiende nada del mundo, de la tecnología, de los códigos de comportamiento ni de la liberación sexual.
El adulto mayor, y los que no lo son tanto pero sí bajo el escrutinio de los más jóvenes, viven pendejeados. A los más viejos se les trata con niveles de compasión que recuerdan la interacción con un bebé. Se les habla lento para que entiendan. Sí por necesidad, pero también porque ese énfasis en las palabras implica el pendejeo al que me refiero. Antes de visitarlos, incluso en pláticas de familias conservadoras y políticamente correctas, siempre habrá un comentario que salte. El de la pereza que da ir a soportar los achaques de un viejo. El de lo desesperante que resulta que siempre cuente las mismas historias. O el de lo insoportable que es la amargura de ese anciano cascarrabias. Con amor o sin él, a los ancianos los tratamos de pendejos.
Silicon Valley no me falló. Nunca lo ha hecho, salvo por haber sido piedra angular de un generación marcada por el humor de los memes y el calor de los mames. Sin quererlo, pero estoy convencido de que Apple ha dado con la tecla. Los emojis animados abren un espacio de dignificación para los viejos. El fenómeno inició, como todo en un mundo obsesionado por los millennials y posteriores, con el gusto por adoptar realidades alternas. Disfrutamos lengüetear como perros, hablar tan dulce como una flor y hasta ponernos la cara de Silvester Stallone para decirle al mundo que le hace falta ver más bax. Nos gusta ser lo que no somos. O dicho en otras palabras, pretender.
Pero los emojis animados encierran algo más que una oportunidad de transmitir nuestros chantajes y emociones en la cara de un oso panda o de una popo. Las tendencias regresan. Y me gusta pensar que los emojis animados serán la nueva generación de tamagotchis. Pero esta nueva generación no tendrá a mascotas virtuales con vidas independientes. Su característica principal será que la vida de estos animales digitales, o de las popos para quienes decidan llevar una existencia de mierda, será el espejo de nuestras vidas.
Dado que en nueve de cada diez ocasiones la gente no desea honestamente ver a sus ancianos, familias enteras podrán monitorear el bienestar de sus seres queridos con fecha próxima de caducidad en sus espejos digitales. A través de mensajeros instantáneos o de plataformas de streaming en vivo, las familias podrán escribir lo que quieran a los adultos mayores, y dependiendo de lo que estos sientan o digan, verán su respuesta, atenuada siempre por la cara dulce de un pandita o de cualquier otro animalito o desecho humano que el anciano haya elegido.
La fórmula no estará exenta de sufrimiento, pero será menos cruel que la actual. A los muertos ya no se les llorará frente a un ataúd. Las lágrimas se derramarán ante una pantalla que mostrará el fallecimiento de un pandita. Los servicios funerarios se encargarán de acabar con el cuerpo del anciano que se ha vuelto cadáver mientras la familia repasa la línea de tiempo del pandita y reproduce un video elegido por el anciano como último deseo para alegrar a su familia. El pésame de amigos, familiares y agregados se producirá a través del emoji elegido con emoción de tristeza. Ya que hayan pasado los protocolos lacrimógenos, un slideshow correrá con la lectura del testamento. El pandita, o el emoji en cuestión, irá mostrando a los beneficiarios de la herencia y concluirá con una animación que agradece a todos por haberlo acompañado en el viaje de su vida.
Apple cambiará nuestras vidas. Por las noches, ya no recordaremos el rostro de un muerto que en nada se parecía a la persona que era en vida. Ahora simplemente lloraremos por el dulce pandita que acaba de morir. Siempre le pedí a Silicon Valley que construyera un mundo mejor para los viejos. Ahora puedo decir que lo está haciendo.
Nota del autor:
Me gusta lo que escribí. No porque tenga o no sentido, sino porque es la primera vez que siento que estoy yendo más allá de lo que puedo palpar. Lo escrito es un pronóstico honesto de cómo percibo el futuro, de lo que podría ocurrir y del vínculo que pretendemos establecer con el entorno digital. Si me equivoco, quizás podrán reprochármelo. Falta que se acuerden y que estemos vivos para entonces.
Contador: 19 de 19. Favor de colocar emojis de caritas felices. Si el texto les pareció una mierda, ya saben qué emoji poner.