Las verdades del home office
No es el lugar. Es si te gusta o no lo que haces. Aunque el proceso se modifique en cierta proporción, no tendría por qué ser tan doloroso si el fin se mantiene. Se trata de hacer como siempre. Pero desde otro lugar. Desde la libertad que te da estar a unos pasos de tu cama y a un par de segundos del refrigerador. Una invitación disimulada al libertinaje.
Por ahora preferimos tomarlo como una broma. Como una experiencia pasajera. Por cada persona que se pregunta por herramientas para trabajar a distancia, hay diez participando en desafíos sociales solo para entretenerse. Los despertadores se han ido a la mierda. A Siri se le pide que nos despierte en treinta minutos más de lo acostumbrado o de plano se le pide que se calle para no volver a despertarnos. Estamos aún en la etapa de negación. Entre el jolgorio, la anécdota y las vacaciones con goce de sueldo.
No es tanto un problema nuestro como de la situación. Nuestra parte racional está, al menos en muchos casos, en su sitio. Ante una crisis hay que trabajar como sea y donde sea. La emocional se siente tentada al impulso inmediato. Lo mismo en forma de Netflix que de la vigorexia que estando en casa es incluso más posible que la productividad laboral. Pero es el entorno el que ha provocado un cruce de cables. La casa para vivir. La oficina para trabajar. Como si las paredes contaran historias distintas. Como si fuera más fácil ponerse creativo en medio de escritorios con sillas y computadoras iguales que en un espacio hecho a nuestro gusto y por ende más personalizado que cualquier sitio ofrecido por una corporación. Como si la computadora bloqueara programas laborales en casa en revancha por las horas de YouTube que nos hemos perdido en la oficina.
Es cierto que requerimos orden. Y que por ahora nuestra vida es tan convulsa que hemos traído la oficina a casa. Pero está en nosotros que ese desorden sea pasajero. Si el adolescente un día aprende a hacer su recámara, seguro que nosotros sabremos adaptarnos a una realidad temporal que no por ocurrir en caso de urgencia tendría que ser desechada como una dinámica a futuro. Tanto por el Coronavirus como porque quedarnos en casa resuelve muchos de los grandes problemas estructurales de las ciudades más pobladas es posible que el home office termine siendo la norma más que la excepción. Más vale estar preparado.
La libertad solo es peligrosa ante la duda. Si te gusta lo que haces, seguro que encontrarás el modo de ser productivo desde casa. La cama no es un problema. Claro que puedes visitarla durante el día. Después de todo, en la oficina siempre has tenido esos tiempos muertos. Como cuando vas a la tienda, como cuando sales para fumar un cigarrillo o como cuando pasas horas en esas redes sociales que debieron quedarse en casa según la frontera que tu cerebro ha construido. Mira la contradicción. Lo de casa siempre lo has llevado a la oficina. Te toca llevar la oficina a casa, sin dejar por eso de disfrutar los beneficios.
Si dudas, en cambio, es que tienes que dejar de hacer lo que haces. No sería que el home office no funciona para ti. Es que no te gusta lo que haces lo suficiente como para que pueda más que una serie de Netflix o como para que las pláticas en WhatsApp queden para mejor momento. Si amas lo que haces y el fin de tu proyecto, encontrarás el modo de amar el nuevo proceso. Si no, el Coronavirus te habrá dado un consejo contundente: tienes que encontrar lo que te haga crear sin que la libertad te lleve al libertinaje.