Latinoamérica, donde el emprendimiento es supervivencia
Que no se romantice la narrativa del emprendimiento. Que la épica se aplauda, pero también que se entienda que detrás del éxito hubo más sufrimiento del debido. Y aunque los problemas abonen a la espectacularidad del viaje del héroe que lo mismo funciona para telenovelas mexicanas que para películas hollywoodenses, es tiempo de hacer énfasis en lo que está mal detrás de una economía que deja a sus ciudadanos a expensas de sus propias habilidades. Que los deja solos. Que los lanza a una batalla por la supervivencia sin el más mínimo respaldo. Que les cobra impuestos pero no les da garantías. Que les exige pero no les cumple. Que les complica en vez de facilitar.
El emprendimiento en México hace tiempo que es más norma que excepción. Y aunque los medios atienden las historias con sabor a miel de las startups que levantan recursos de fondos de inversión y aspiran a grandes valuaciones, el verdadero emprendimiento mexicano está en la persona que se lanza a sobrevivir por cuenta propia a partir de sus habilidades. Esa persona o busca encontrar la felicidad que no vivió al trabajar para una empresa o busca el dinero que ha dejado de percibir. En ambos casos se trata de una insatisfacción provocada por el sistema social y económico latinoamericano. Trabaja donde puedas porque eso será mejor que nada y percibe lo que sea porque algo es mejor que nada.
Las PYMES y las marcas personales son más el producto de un grito desesperado que de la detección de una oportunidad. Al mexicano promedio no le faltan ideas, pero sí condiciones para convertirlas en realidad. Aunque siempre se acude a las excepciones para asegurar que cualquiera puede emprender, en la realidad el gobierno y las grandes empresas en su relación con emprendedores no solo no contribuyen a desarrollar el ecosistema sino que lo castigan con medidas que hacen siempre pensar en volver al confort del trabajo como asalariado. Ese que no da felicidad pero sí de comer. Ese que si bien presenta la posibilidad del despido cuando menos promete el blindaje de una liquidación, aunque siempre con la duda de si se cubrirá lo que la ley indica en caso de ocurrir.
Los Pandepreneurs, como he decidido llamar a los emprendedores de la pandemia, se enfrentan a una carrera en la que muchos se darán por vencidos. A varios la falta de dinero los hará abortar para irse a la primera opción laboral que se les presente. Otros más terminarán cediendo a la tentación estructural de darse cuenta que el trabajo mal pagado ofrece cierta comodidad dado que se trabaja menos y con más garantías que ante un emprendimiento que encuentra en los pagos a noventa días de las grandes empresas y en las responsabilidades fiscales un par de poderosas razones para alinearse al sistema que a tantos tiene infelices y que a tan pocos reparte riqueza.
Puede entenderse, más allá de si estamos de acuerdo o no, que el gobierno niegue su apoyo a las grandes empresas incluso sabiendo que son grandes generadores de empleo. Para ellas, en muchos de los casos, las pérdidas serán las protagonistas de reportes financieros en estos tiempos, pero también anécdotas que contarán en el futuro ante el hecho de que es tanta la pobreza y son tantas las limitantes que es complejo imaginar que les saldrán competidores. Lo que no puede entenderse es que no se apoye ni a las pequeñas y medianas empresas ni a la persona independiente que ha construido su modo de vida a partir del esfuerzo individual. El emprendedor, que ya de por sí es probable que no lo sea por voluntad, ha de lidiar contra un sistema que desalienta la superación económica con impuestos que anulan los márgenes de utilidad y empujan al regreso al mercado laboral en que se enriquecen unos cuantos.
En México y en Latinoamérica emprender es cada vez más un instinto de supervivencia. Son más los Pandepreneurs que han decidido serlo a partir del desempleo que del tedio que demanda el ingenio frente al confinamiento. Corresponde al gobierno, responsable en alto grado de la inequitativa distribución de oportunidades, desarrollar un contexto en el que emprender sea un viaje más gozoso que tortuoso. Una aventura que valga la pena en números y no solo en el concepto colectivo que tenemos del valiente que vence todos los obstáculos para salir adelante
Entre la concepción de una idea y su realización habrá siempre un camino incierto. De no serlo, el emprendimiento perdería notoriedad para convertirse en trámite. Pero esas dificultades que tendrían que pasar por la realización de un producto o servicio y la atracción de una audiencia que lo consuma tendrían ser los principales obstáculos. Hoy esos desafíos propios del emprendedor representan una dificultad menor ante una estructura que castiga al que gana dinero de forma independiente, que lo debilita en su poder de negociación frente a corporaciones y que le exige trabajar más a cambio de nulas certezas. En unos años, millones de Pandepreneurs podrían preguntarse si todo el esfuerzo valió la pena, pues en muchos casos ese emprendimiento les habrá servido solo para percibir una cantidad equiparable a lo que ya ganaban en una empresa, pero sin prestaciones, sin fondo de ahorro y con cientos de miles de pesos entregados a un gobierno que no planea retribuírselos.
El emprendimiento ha de convertirse en una causa por la que todos luchemos. No con mensajes sobre nuestras posibilidades. Sí con exigencias para que en un país de emprendedores que apuntan a la supervivencia más que a los negocios millonarios se den las condiciones para que el video emotivo del que desafía el status quo no sea en el fondo una pesadilla que a diario acabe con el estómago, la calma y la vida de las personas. El nivel experto que se le exige al mexicano funciona a nivel inspiracional pero fracasa como forma de gobierno. No hagamos apología de las fallas estructurales. No romanticemos la narrativa del emprendimiento.
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