Los adultos que nunca abrazaron la mayoría de edad

Mauricio Cabrera
4 min readAug 20, 2019

No necesitas que te lo diga. Ni yo ni cualquier otro al que leas, veas o escuches. Es más, ni siquiera tus amigos que tanto se han acostumbrado a tener la razón cuando de aconsejarte se trata pero que carecen de respuestas para su vida. A ellos les pasa lo que a ti. A ti te pasa lo que a ellos. No te gusta ni les gusta tomar sus propias decisiones.

Hablo de tus amigos y de ti, pero lo puedo hacer extensivo a casi cualquier ser humano. Y sí, por supuesto que me incluyo. Sufrimos para tomar nuestras propias decisiones. Buscamos la aprobación de otros. O la negativa de otros. Convertimos la independencia en una democracia en la que la mayoría decide por encima de nuestra individualidad. Hacemos sondeos de viva voz. Miramos las reacciones de otros para aminorar la fuerza de nuestras convicciones. Perpetuamos, según Kant, nuestra minoría de edad.

La minoría de edad, a ojos de Kant, nunca tuvo un comienzo y un final basados en la edad. Para él la diferencia entre ser menor y ser mayor pasaba por nuestra capacidad o incapacidad para valernos de nuestro propio entendimiento sin requerir la dirección de otro. Aunque quisiéramos rebatirlo, vale la pena que recordemos que justo se refiere a esa independencia que solemos celebrar cuando por fin podemos entrar a bares y centros nocturnos por tener una credencial que avala nuestra adultez. Ese primer momento de rebeldía que en realidad ya es un movimiento independista avalado por la ley no es sino el más elemental reflejo de la libertad. Pero esa celebración muchas veces se queda en el simbolismo, en un festejo que se convierte en engaño porque al día siguiente y por los años que vengan seguiremos esperando que alguien, o simplemente el contexto, como si él hablara, determine lo que somos y lo que no, lo que hacemos y lo que rechazamos.

Vamos por la vida eligiendo a partir de otros. Somos capaces de renunciar al amor para evitar que otro sufra, aunque en ello vaya implícito el sufrimiento propio. Renunciamos a nuestros sueños por no entrar en los convencionalismos aceptados por la sociedad. Inhibimos al niño que llevamos dentro, pero no porque queramos ser mayores de edad, sino porque nos atemoriza enfrentarnos a la curiosidad y a los deseos de ese cerebro que cuando éramos niños sí que nos decía que construyéramos nuestro propio camino, aunque no fuera semejante al de alguien más, aunque a cualquiera le pareciera absurdo. El colmo de la contradicción: dejamos de ser niños en la parte que deberíamos conservar por siempre y nos mantenemos como menores en la dependencia que deberíamos abolir como un reconocimiento a la evolución de nuestra propia vida.

Incluso en las oficinas, tan protocolarias en sus formas y etiquetas, se generan mecanismos de censura constante al pensamiento y proceder individualista. En la corporaciones las ideas son anónimas. Al niño creativo se le castiga cuando aparece. Los proyectos pierden su esencia y caen en el anonimato a partir de las juntas multitudinarias que transforman la idea de uno o de unos cuantos en una telaraña tan manoseada que para cuando sale al público ya ha perdido su originalidad y esencia.

Hace falta empoderamiento. Comprender que es justo ese el beneficio máximo de llegar a ser adulto. Si no es la libertad, no hay mucho más con qué argumentar que el exceso de años es mejor que la falta de los mismos. Abraza tu independencia. Sé un Peter Pan consciente de que lo eres. Un niño curioso abrazado y catapultado por el adulto que no tiene miedo a dirigirse y a pasar por donde quiera.

Si estás en una corporación, no permitas que te manden al anonimato. No seas el agente Smith en Matrix. No caigas en ningún cargo protocolario que lo único que haga sea irte preparando para la obsolescencia. Exige como adulto. Pide que tu nombre y apellido acompañen aquellos proyectos que surgieron de tu imaginación. Exige como el que más sabiendo que darás lo que el que más. Sé un adulto convencido para entonces también ser un niño realizado.

Corre a tu mayoría de edad. Hazlo como cuando incluso te emocionaba llegar a ese día en que legalmente no necesitaras a tus papás para nada. No vuelvas corriendo a cubrirte con la opinión y prejuicios de otros. Sé tú el que decide qué hacer, con quién estar, qué aprender, qué pensar y ante todo cómo vivir. El Niño interior que sigue queriendo explorar el mundo te lo va a agradecer. También el adulto que vive esperado que un día por fin lo dejes salir.

Sign up to discover human stories that deepen your understanding of the world.

Free

Distraction-free reading. No ads.

Organize your knowledge with lists and highlights.

Tell your story. Find your audience.

Membership

Read member-only stories

Support writers you read most

Earn money for your writing

Listen to audio narrations

Read offline with the Medium app

Mauricio Cabrera
Mauricio Cabrera

Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

No responses yet

Write a response