Los maestros que no saben lo que hacen

Mauricio Cabrera
5 min readNov 14, 2017

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Casi siempre me pasa al revés. Primero escribo y después decido el título. Pero ahora lo tenía muy claro. Hace tiempo que esta inquietud que estoy por compartirles pasa por mi cabeza. La he comentado con mis amigos y con periodistas de confianza. Es un problema de la industria de los medios de comunicación. Uno más, como si no tuviéramos suficientes. Y no es menor, porque apunta al futuro, al modo en que lo visualizamos, a lo que se sabe y a lo que se desconoce. A las aulas que se supone que nos preparan y a la inteligencia artificial que se viste de oportunidad para esconder sus pretensiones de amenaza.

Deben saber que nunca he sido devoto del sistema educativo. Predecible si se toma en cuenta que fui un mal alumno. Siempre me frustró que la búsqueda de lo correcto y lo incorrecto derivara en calificar el apego a los formatos antes que la creatividad. Para el control más valen los absolutismos de los taches y las palomas que la subjetividad de lo original. Más vale calificar con diez al que hace lo que todos que explicar una buena calificación para el que se atreve a buscar nuevas formas de contar una historia. La academia y ese sistema que funciona como dementor que succiona el alma bajo la premisa de hacer lo que te pidan. Parámetros de ciencia exacta para una profesión que exige unicidad, inspiración y adaptación. Errores de las aulas que se convierten en debilidades competitivas de los titulados. Traumas profesionales por los que se paga cada semestre.

La mecanización del sistema lleva a maestros robotizados que arrojan alumnos robotizados. Pero la robotización es más una necesidad que una elección. Porque los catedráticos de medios, cuando menos en México y en gran parte de Latinoamérica, son con frecuencia personas que han caído en la obsolescencia. Que enseñan sobre televisión y no necesariamente siguen haciendo televisión. Que enseñan sobre digital y jamás han tenido un cargo de jerarquía o emprendido un proyecto a ese respecto. Personas que o siguen un instructivo o carecerán de argumentos suficientes para tener la razón ante alumnos que por cuestiones generacionales tendrán más acceso y afinidad a las nuevas plataformas. El desconocimiento deriva en miopía y la miopía en el aniquilamiento de la energía creativa que pudieran manifestar los estudiantes. Un círculo vicioso que termina provocando que la universidad no sirva más que para llenar de orgullo a los padres el día de la graduación de sus hijos.

Los títulos han perdido valor. Lo sabe cualquiera. Y en cierto modo lo celebro, porque para mí un papel no significa nada. Pero a la vez reconozco que hace falta reposicionar a las instituciones educativas como puntas de lanza para encontrar talento que encabece la siguiente generación de medios de comunicación. Urge que los certificados signifiquen algo. Que al contratar se tenga la certeza de que un estudiante de una universidad de renombre sabrá escribir con propiedad. Que el aval represente algo más que una mensualidad pagada. Que detrás de ese documento estén implícitos estándares de calidad tanto de los alumnos como de los maestros, que la gran mayoría de las veces son la primera irresponsabilidad del sistema. Que sea al menos un primer filtro de la vida profesional.

México tiene un problema de proveedores. De educación y de merchandising. Hablo de esas dos categorías porque las padezco a diario. Mientras las universidades presentan programas desactualizados, poco afines a la exigencia laboral de la actualidad y con una dinámica en la que el costo es siempre mayor que el beneficio, en Internet cualquiera ofrece cambiar vidas a través de cursos milagro. Estos últimos son los más peligrosos. Porque si bien cuestan menos, el nivel de engaño es aún mayor. Y respecto al merchandising, sólo para explicar por qué lo incluí, ocurre algo muy semejante. Una demanda que no encuentra satisfacción ni en tiempos, ni en costo, ni en calidad. Puede comprobarse con los consumidores del temblor. A partir del brote de Frida (que no Frida Sofía, porque esa nunca existió) como heroína, abundó la venta de productos con su imagen que prometían donar las ganancias a instituciones de beneficencia. Mucha gente apoyó. Los creativos actuaron de buena fe. Pero el sentimiento generalizado al recibir el producto, independientemente del costo pagado, fue que no era de calidad. No porque los diseñadores de una playera, de una hoodie o de un pin hicieran un mal trabajo, sino porque en México no existen los proveedores necesarios para satisfacer las exigencias de un mercado global, que espera reacciones a tiempo y que tiene mejores parámetros para comparar alternativas y demandar valor por su dinero. La oferta va por detrás de la demanda.

El de los medios es un entorno que debe permanecer en fase beta. También el de la educación. Si el storytelling, el desarrollo de sitios y apps, y la incorporación de nuevas tecnologías cambia de forma constante, la misma capacidad de adaptación habría que exigir a maestros e investigadores. La rigidez de un programa académico no va más con la realidad de un mundo tan dinámico que lo que hoy es tendencia mañana lo descarta. A un especialista en medios digitales hay que exigirle que haga algo más que juntar distintos casos de éxito. Que ponga a prueba lo que dice saber. Que sienta el triunfo y el fracaso en carne propia en vez de vivir mencionando lo que otros hacen. Sólo así, con una inmersión completa, el que enseña podrá transmitir con veracidad al que quiere aprender. Cualquiera puede buscar información, pero no cualquiera está en condiciones de transmitir el día a día con sus tiempos, circunstancias y presupuestos. Esa es la profundidad que debe exigir el estudiante, esa es la misma que falta en los maestros que no saben lo que hacen.

Nota del autor

A tanto llega mi deseo por cambiar el modo en que aprendemos y enseñamos, que he creado Proyecto Morona, un grupo en Facebook para pequeños creadores de grandes ideas. Los invito a ser parte de él, a compartir conocimiento, a detonar experiencias y a provocar al menos un cambio en el modo en que contamos historias, comenzando por las nuestras.

Contador: 62 de 62. No lo publiqué por acá, pero Proyecto Morona lo lancé como parte del día treinta y uno de este ejercicio. Treinta y un días después, lo relanzo con más fuerza y más estrategia. Me preocupa darme cuenta que soy tan cabalístico como un técnico argentino.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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