Los pequeños detalles

Mauricio Cabrera
5 min readOct 25, 2017

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Me gusta que sea así. Con la vida valorando los pequeños detalles. Porque son ellos la diferencia entre el artesano y el mercenario. Y también son ellos los que marcan la distancia entre los equipos chicos y los equipos grandes. No importa que a veces me perjudiquen. Tampoco que por ellos tenga que sufrir más de la cuenta. Su victoria es el último residuo de la justicia en el mundo capitalista que vivimos. Que ellos distingan a los ganadores de los derrotados representa esperanza, aunque a veces su resultado duela como una cachetada en el alma. Prefiero sufrir sabiendo que un día podré gozar que vivir pensando que los guiños que algunos llaman estilo son un capricho prescindible cuando se busca la gran escala.

Es fácil olvidar las sutilezas. Las máximas del negocio piden concentrarse en lo macro. No olvidar nunca lo verdaderamente importante. Y lo que es importante no se basa más en sensaciones e ideas, sino en hojas de excel y pdfs que convierten en dictadores a los números. El análisis de datos como eje rector de empresas demasiado absortas en la generación de ingresos como para pensar en nombres y apellidos. En la vida más allá de las oficinas gobiernan los números, pero también la desidia. Las personas despiertan, trabajan, comen, se entretienen y duermen. Ven pasar la vida en la generalidad más que en los específicos. La especificidad demanda un tiempo que la gente piensa que no tiene. Y entonces se embarca en una existencia con objetivos tan amplios que derivan en lo común, en lo abstracto y en lo intrascendente. Al perfeccionista se le acusa de amargado, de antisocial y de incomprensivo. Al que va por la vida aceptando lo que se le presenta, se le califica de relajado y sensato. De a toda madre, pues. Es más fácil así. Ser como todos. O como ninguno.

Las redes sociales aceleraron la imitación. La gente que comparte contenidos es la que se pregunta cómo hacer lo mismo. Cada seguidor es un imitador potencial. La construcción de proyectos va siempre a quinta velocidad. Una buena idea sin el boost necesario para posicionarse antes de que lleguen los demás a robarse el botín puede terminar por convertirse en una puerta abierta para que otro se beneficie de lo construido. No porque tuviera más talento, sino porque había dinero fresco en la caja. Abajo están los imitadores de poca monta. Los que ven los dólares sin anteponer principios para conseguirlo. Los que jamás serán un caso de éxito hacia fuera, pero que se quedarán conformes con las migajas que les caerán.

Como creativo es fácil sentir que la obsesión por el detalle es un síntoma inequívoco de locura. La gente cercana a ti te lo dice todo el tiempo. Quienes trabajan contigo, salvo que compartan una filosofía de vida que no es para todos, se agrupan para quejarse porque les exiges demasiado. Como si tú no lo hicieras contigo mismo, y como si fuera mucho pedir educar al cerebro para que ejerza esa capacidad de análisis que ha pernoctado a partir de la comodidad que genera ser socialmente aceptado. Sobran artistas, faltan estilos. El mundo sería mejor si hubiera más gente con esos pequeños grandes destellos que perduran en la memoria. Llámenles gags, llámenles sellos, llámenles caprichos. Lo que trasciende es ser distinto. Ser obsesivo, apasionado, decidido Y sobre todo, fijarse en los detalles que a otros les pasan desapercibidos, porque está ahí la razón entre el que crea a partir de la hiperactividad del cerebro y el que piensa que hace mucho sin hacer nada.

A veces lo que más importa es lo que menos se ve. Lo que requiere un vistazo a profundidad. Lo que no se detecta sin ganas de encontrar. Porque comprender si un proyecto tiene magia o no requiere de una plática con café de por medio, de la calma que hoy pensamos que no tenemos. El primer pensamiento encasilla en genéricos. Un fanpage como muchos, con un alcance impresionante, pero también como el de unos cuantos. Una pintura como muchas, creada por un artista como muchos. Es la inspección a detalle la que revela el alma de una idea materializada, y es esa alma la que un día marcará la diferencia entre el que hace legado y el que vive de la piratería. Si tu creación puede ser replicada, no en su genérico sino en su específico, entonces carece de valor. Si eres único, si has puesto atención a esos detalles que para ti son prioridad y para otros incomodidades añadidas, tú serás el que sobresalga, el que despierte interés, en el que las empresas inviertan. Porque pese a todo, los pequeños detalles siguen contando.

Lo he gozado con mis proyectos, que procuro que siempre tengan alma. Y lo he sufrido en la cancha. Hace unas horas mi equipo de futbol jugó la final. La perdimos. No por haber sido inferiores. De hecho estuvimos ganando casi todo el partido. Pero ellos fueron meticulosos. Aún en la derrota entendieron los momentos mejor que nosotros. No se desesperaron pese a ir perdiendo. Fueron solidarios entre sí. Pero nosotros olvidamos los detalles. La victoria parcial fue nuestro veneno. La ventaja nos daba épica, y la épica egoísmo. Entonces hubo quienes no quisieron salir de la cancha aunque estaban cansados. Quienes en vez de correr terminaron caminando. No porque no quisieran, sino porque no podían, pero el éxito es tan peligroso que preferimos robarnos la alegría de todos a cambio del triunfo personal de estar, que duró lo que el otro equipo tardó en aprovechar nuestras irresponsabilidades. Fallamos un penal que nos hubiera dado el título. No lo tiró quien debía, sino el que quiso jugar a ser el héroe. Perdimos en los pequeños detalles.

La cotidianidad también es mejor con los pequeños placeres. La gente feliz disfruta sin autoreproches. Come, toma, baila y canta como quiere y cuando quiere. Sin dietas estrictas ni códigos. Con alma. La de hoy es una sociedad restrictiva, regida por los números, por el dinero y por las apariencias. Los valientes que ven más allá de eso son más libres, más felices y más exitosos. Y yo, deseoso de un consuelo de perder la final, lo encontré gracias al futbol, que me dio y quitó como siempre. Sí, perdí yo y perdió el equipo en el que juego, pero el América le ganó al Cruz Azul. Ese pequeño detalle de mantener al Cruz Azul como hijo hizo algo mejor mi día. Alegró mi alma, que es lo que siempre tendrían que hacer los pequeños detalles.

Nota del autor:

Por unos minutos sentí lo que significa cruzazulearla, pero después vi que Cruz Azul otra vez perdía con el América y me dije que perder una vez forma parte de las posibilidades, pero que para ser un digno representante del cruzazuleo hay que ser perdedor de por vida. Así que no, mi equipo simpemente perdió, no la cruzazuleó.

Contador: 48 de 48… Aquí sí que no la cruzazuleo, a los textos me remito.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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