México tiene daño estructural
Y entonces lo recuerdas. Y quieres volver a olvidar. Y seguir posponiendo por tiempo indefinido. Aunque las noches sean de falsas alarmas. Aunque al sueño pesado de antes ahora sea más ligero que un peso pluma. Aunque a cualquier movimiento de la vida se le quiera medir en escala de Richter. Que la normalidad se vaya. Que se encuentre nuevos motivos para ausentarse. Que sea ingeniosa. Que no se apoye en muertos o escombros. Que haga las maletas y se largue por un buen tiempo.
La gente está lista para escucharlo. Mi error fue anticiparme al timing social. Y por eso me acusaron de imprudente. Decían que era momento de construir, de apoyar, de donar, que de nada servía hablar de lo que vendría. Pero ahora que el futuro se hizo presente, mis quejas son las de los demás. No soy más un irresponsable. Ahora me dicen que su sentir es el mío. Que puse en palabras lo que muchos piensan. Que tengo razón, que a México le gusta la épica de ocasión. Que el heroísmo de unos días es la vergüenza de siempre.
El regreso a la vida ha sido desesperanzador. Es demasiado el contraste como para pasarlo por alto. Del México unido que a través de la fuerza de todos se reconstruye al México fisurado que de ser un edificio tendría que ser desalojado por daño estructural. Siempre supimos que al fastidio lo encontraríamos a la vuelta de la esquina. Los políticos estuvieron para recordárnoslo. El plan DN-III-E para los de su clase nunca consistió en encontrar vidas, sino en encontrar votos. Con los víveres robados de Graco, con la búsqueda del espíritu de Frida Sofía que emprendió Aurelio Nuño, con el oportunismo político de López Obrador, del PRI, del PAN y de cualquiera que esté en la carroñera competencia del poder. Ellos fueron los de siempre. Después de todo, los únicos tiempos que conocen son los electorales.
México es un país en ruinas. Sí por el temblor, pero no tanto por él. Los edificios derrumbados no son más que la descripción gráfica de una sociedad que no sabe reconstruirse. Que sí se puede unir para levantar escombros, preparar comida y transportar víveres, pero que no entiende cómo generar un proyecto a mediano plazo sin que en algún momento todo termine por irse a la mierda. Si a México se le hizo difícil organizarse para atender los puntos de humo que hicieron de Google Maps en estos días, le resulta imposible saber dónde tiene que ir y qué tiene que hacer para levantarse como nación. La del temblor es una tragedia con señalizaciones. Favor de reconstruir aquí, dice la inminencia de los escombros. Pero la social es mucho más abstracta. Se palpa, se ve, pero no se sabe dónde comienza, ni dónde termina. No es evidente qué escombro levantar para encontrar vida. La tragedia del temblor se ataca con sedes específicas. Álvaro Obregón 286, el Colegio Rébsamen, los multifamiliares de Tlalpan, Jojutla. La tragedia de siempre es omnipresente. Tiene demasiadas ubicaciones como para poder juntarnos.
El temblor debilitó nuestra resistencia. Provocó que se le temiera a la Ciudad de México de fuera, pero también a la de dentro. A la inseguridad en las calles se suma la intranquilidad en casa. Nunca sabes cuándo te van a asaltar, tampoco sabes cuándo va a volver a temblar. Para los problemas de la puerta hacia el exterior no hay soluciones próximas. La policía es corrupta; las vías de circulación, insuficientes; el parque vehicular, excesivo; las garantías de seguridad, nulas. Y para los de dentro tampoco. Las autoridades son corruptas; la solidez de los edificios, incierta; la posibilidad de sobrevivir a un derrumbe dependiendo del piso en que vivas, una cuestión de suerte.
Como proyecto de vida, México es sólo para valientes. O para temerarios. En los días del temblor, la Ciudad daba el consuelo de casa, por haberse mantenido en pie, y la inspiración de las calles, con el modo héroe activado. Pero ahora que la realidad volvió a las calles y que la alegría de que un edificio no se derrumbara ha pasado, todos los vicios y temores se presentan en fast motion. Nos estallan en la cara. México pende de un hilo. El de dentro y el de fuera. Y con la normalidad reinstaurada, queda claro que puede seguir derrumbándose en cualquier momento. Y entonces lo recuerdas. Y quieres olvidar. Que la normalidad haga las maletas y se largue por un buen tiempo.
Nota del autor:
Estos días han sido lo más parecido que he encontrado a la crisis de la hoja en blanco. No he tenido ganas de escribir. He estado un tanto apático. Pero ya lo vieron. Aproveché mi inconformidad de siempre con el mundo para entregar ese texto. Si le pides a los sentimientos que actúen, es más fácil.
Contador: 26 de 26: Ya casi un mes. Se siente bien, lástima que mi yo capitalista con frecuencia me pregunta qué sentido tiene invertir tiempo en una actividad que no me da ni un peso. No me queda más que decirle que cuando menos no me cuesta, lo que ya es decir en un mundo en el que casi nada es gratis.