Miedo al encierro
El problema no es dejar de ver a otros, es vivir con nosotros mismos. El aislamiento no ha sido tal. Ante la oportunidad auspiciada por el Coronavirus de vivir por cuenta propia, el ser humano ha preferido mudar sus extravagancias turísticas al exhibicionismo casero. Una vez que se acabaron las imágenes de archivo alrededor del mundo, la sociedad ha emprendido una exploración a profundidad de sus propios hogares para descubrir los mejores ángulos a mostrar. Ese espacio íntimo que ahora improvisamos como gimnasio abierto al público, la cocina cualquiera como escenario de grandes platillos que primero se exhiben y después se devoran. Se redujo el espacio de voyeurismo, pero la dinámica se mantuvo. Del mundo visto como una oportunidad de producción a la casa convertida en estudio para creadores de contenido.
La evasión es la constante de nuestros tiempos. Estamos con otros para no estar con nosotros. De pronto la cadenas que tanto se cuestionaban en los grupos familiares de WhatsApp aparecen hasta en Twitter. Publica tu foto 18 y etiqueta a otros para que hagan lo mismo. Dinos cuál es el momento futbolero que más recuerdas y etiqueta a otros para que lo hagan. Convivencia plausible en tiempos de odio y enfermedad. Convivencia lamentable por representar la derrota del ser humano en convivencia con su individualidad.
La sociedad está llena de símbolos vacíos. La sana interacción entre seres humanos no se construye tanto desde el like en redes sociales como desde la capacidad que cada uno de nosotros tenga para configurarse, para decidir el lugar que quiere en el mundo y para entender que su éxito no depende de la caída de otros. Que se puede crecer sin obstaculizar a otros. Que la historia, los followers y la vida del de enfrente nada le quitan a la nuestra. Para llegar a eso hacen falta reflexiones profundas. Horas de introspección. Horas de aislamiento que nunca debieron ser forzadas, pero que ahora que lo son deberíamos aprovechar en vez de torcer la realidad para seguir conectados en digital y desconectados en lo físico, emocional y espiritual.
Vivimos esperando el regreso a la normalidad. Deseamos que el encierro termine. Si es preocupante que la paciencia se haya agotado apenas unos días después de comenzado el encierro, es incluso más preocupante que ni ante la obligación de estar con nosotros mismos seamos capaces de hacerlo.
La actividad está sobrevalorada. Hacer por hacer es con frecuencia menos valioso que no hacer. Se vale que nos bajemos del escenario por unos días. Que ensayemos lo que somos y lo que queremos ser. Que entrenemos a puerta cerrada. Que venzamos nuestros miedos y fortalezcamos nuestras habilidades. Se vale que aprovechemos el Coronavirus para estar con nosotros mismos, aunque en el camino perdamos likes, notoriedad y la atención de otros.
El ocio es útil para relajarse, pero es dañino cuando se utiliza para evadir. El aislamiento presenta la mejor oportunidad de socialización que se nos pudo haber presentado: la de socializar con nosotros mismos. Haz que por un día no importen las cámaras, los micrófonos y las vanidades que de tu vida en la calle has llevado a la vida en tu casa.