Para la ansiedad, la paz es guerra

Mauricio Cabrera
4 min readSep 16, 2017

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Me gustaría que lo entendieran. Que supieran que para algunos la paz es guerra. Porque la paz implica encierro, y el encierro, ansiedad. Es una trampa disfrazada de relajación. O una tortura que libera a la soledad.

Para el ansioso, las pausas son una película que sigue corriendo, pero en slow motion. Y entonces los segundos apenas caminan mientras el cerebro corre a mil por hora. Semejante al efecto de la marihuana, pero sin el factor relajante que lleva a disfrutar las dudas y descubrimientos de la introspección. Bajo el efecto de la droga, las revelaciones se disfrutan. Bajo el de la relajación, se padecen. Llaman a la acción inmediata. Al impulso que exige crear o destruir. Y la destrucción casi siempre ofrece una recompensa más rápida que la creación.

La paz entendida como un alto al fuego es un peligro para los ansiosos. A ellos, o mejor dicho a las versiones que la ansiedad hace de ellos, no les gustan los intermedios ni los paréntesis. Son directos y pragmáticos. Toman vuelos sin escalas, aunque una parada les represente una ganga y aunque el viaje directo les cueste una fortuna. Por eso cuando la vida se pone en freno de mano, para ellos es como estar recluidos en un calabozo con apenas un rayo de sol entrando por la puerta. El encierro físico como contradicción de la liberación mental que detona. Entre más limitado el cuerpo, más activo el cerebro.

Yo soy uno de ellos. Y si hasta antes de esta línea no me había incluido, no fue por cobardía, sino porque me gustaba más la narrativa. Pero ahora, que he lanzado la carnada de que soy uno de esos ansiosos a los que los fines de semana, las vacaciones y cualquier receso en sí le vienen como asfixia más que como respiro, debo poner mi experiencia como ejemplo.

Hoy fui a la oficina solo cuatro de las ocho o más horas que habitualmente le invierto al día. Como resultado, no obtuve el tan choteado beneficio de la relajación. Incluso terminé trabajando más. Porque resulta que las casas de descanso están tan pensadas para eso que algunas veces, como ésta, no hay nada que hacer en varios kilómetros a la redonda. Y salvo que estés flipado por una reciente conquista o movido por la derrama de alcohol, o te pones a leer, o te pones a escribir, o te pones a ver el celular, o te pones a nadar con tu perro, o te pones a ver la televisión, o te pones a comer frituras. Y sí, hice todo eso. Pero lo que más hice fue estar en el celular, tanto por procastinación como por vocación, y comer la grasa suficiente para que el ya visible reflejo de los diez burpees que hago al día se vayan a la mierda. En resumen, ni me hice mejor persona ni me relajé. Por contra, cuando sea posible volver a la quinta velocidad de la vida cotidiana, el espejo me dirá que me veo más gordo y yo estaré más agotado. Porque para algunos, como para mí, la paz es guerra.

Lo irónico es que al ansioso le gusta serlo. No sé si a todos, pero al menos a mí. Los tiempos no ayudan a promover la sensatez. En un ataque de ansiedad, y de egocentrismo, di con un texto que explicaba la relevancia de la ansiedad con artistas clásicos como Van Gogh y con iconos contemporáneos como Jim Carrey. Según mi neurólogo, estoy a una pastilla de resolver mis problemas de ansiedad, vinculados según él a la segregación irregular de dopamina. Siempre me niego. La gente dice que mi rareza es mi virtud. Yo intento resolver con letras lo que no remedio con medicamentos. Y además, ahora caigo en cuenta, si la paz es guerra para mí, y la paz a la que me refiero es la de los tiempos muertos, entonces los ansiosos y yo tenemos más tiempo para ser felices que el resto. Nosotros tenemos paz mental de lunes a viernes, con la paz que para los demás es guerra. Ustedes, los sanos, sólo encuentran la paz en casas de descanso como ésta, en donde nada pueden hacer.

Nota del autor:

Siempre existe la posibilidad de que esté exagerando. Las letras pueden ser mentirosas intencionalmente. Todo se trata de una estrategia de storytelling. Lo que sí deben saber es que nunca he sido de pensar que lo mejor de la vida pasa acostado en un camastro, aunque bueno, de cuando en cuando se vale hacer excepciones.

Contador: 17 de 17. Al menos la casa de descanso tuvo Internet. De no haber tenido conexión, mis letras hubieran acabado sin más ojos que los míos. O peor aún, en una pared que hubiera pagado las consecuencias del encierro involuntario al que gente sana, como tú, me somete.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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