¿Por qué a México no le funciona gritar?

Mauricio Cabrera
5 min readSep 18, 2017

A México le gusta gritar. Lo hace en todo momento y en todas partes. Pero al mensaje le falta fuerza y le sobra división. Es el eco de un país fragmentado. De una sociedad que no cree ni en la fuerza de todos ni en la promesa de los caudillos. La instauración del individualismo como forma de supervivencia.

Que a México lo dividen las clases sociales lo sabe cualquiera. México es el país de los indígenas olvidados en el mapa. El de los vagabundos que duermen en las alcantarillas. Pero es también el de Masaryk. El de los que hablan más inglés que español.El de las grandes tiendas y el de los mercados atiborrados de piratería. El de los antojitos, tanto de los de la esquina del barrio más popular como de los firmados por Enrique Olvera. México es un eterno work in progress. Un terreno imposible para los adjetivos porque ninguno alcanza a describirlo con exactitud.

El mexicano siempre ha sido ruidoso. Allá donde vaya se siente su presencia. Y eso sigue igual que siempre. Pero ahora los gritos se ahogan entre sí. La posibilidad del consenso nacional se ha ido a la mierda, incluso en lo más simple. Y entonces los gobernantes se entretienen mientras la sociedad se pelea. Si el pueblo unido jamás será vencido, el pueblo fragmentado será siempre derrotado.

El sentido común se ha perdido en medio de la doctrina. El asesinato de una joven de diecinueve años provoca indignación, pero enseguida se transforma en un pleito entre las feministas que piensan que la batalla que México libra es únicamente una cuestión de género y los que sienten que el significado de justicia va más allá de ser mujer u hombre. Las sutilezas y los intereses personales terminan provocando un pleito al que no se puede calificar como propio de una vecindad porque ocurre en Twitter, pero que desvía la atención sobre la necesidad fundamental de garantizar la seguridad de todos los mexicanos. La intolerancia entre unos y otros lleva a que muchas sientan que la problemática es exclusiva de su género y a que otros recurran al argumento retrógrada de aprobar la agresión a mujeres sólo por su forma de vestir. En vez de lanzar un mensaje unificado a quienes son responsables de atender los derechos de los mexicanos, nos extraviamos en los derivados. Se dedica más tiempo a cuestionar pensamientos políticamente incorrectos que llegan a saberse por el desenfado que provocan las redes sociales que a entender cómo resolver un problema cultural y de seguridad que no se solucionará mediante un trending topic.

Las redes sociales están llenas de pensamientos en voz alta. El ser humano ha perdido el reparo de los encuentros cara a cara. Se le hace fácil escribir al calor de una discusión. Suelta pensamientos que en realidad siempre han estado como parte de la sociedad plural en que vivimos, pero que antes era más difícil que salieran a la luz. Y quien los lee se toma demasiado en serio la labor de aleccionar. De ahí se detonan las discusiones de escándalo. Los insultos entre los que están y los que no están de acuerdo. Los pleitos que mejor le vienen al gobierno, porque son los que no hacen revoluciones.

La beneficencia también padece los estragos de una sociedad con ánimos de pelear entre sí. Tras el temblor que afectó a Chiapas y Oaxaca, hubo mensajes de personas que pedían apoyar con cierta retórica de reproche a quienes decidieron no hacerlo. Donar o no donar tendría que ser siempre una cuestión personal, libre de cualquier juicio por parte de terceros, pero las redes se han convertido en un filtro tentador para distinguir a las buenas de las malas personas. Y por supuesto, estallaron las discusiones. La vehemencia de los que donaron contra las reservas de quienes, justificada o injustificadamente, decidieron no donar porque sus circunstancias no se los permitían o simplemente porque no les dio la gana, argumento válido por más que al otro bando no le gustara.

Hace años, un estudio concluyó que la Selección Mexicana competía con la Virgen de Guadalupe como uno de los elementos de mayor pertenencia para los mexicanos. El Azteca era la versión futbolera del Zócalo un 15 de septiembre. El grito de México, México era unánime. Estremecía los cimientos del estadio y el corazón de los que sabíamos que al menos ahí México era uno solo. Pero ahora la afición está dividida entre los que apoyan a ciegas y los que abuchean porque están hartos de lo que la Selección representa. El ambiente no es el de antes. Los resultados tampoco. La Selección saldrá de gira porque la unión se ha ido al garete.

México ni en las bromas se pone de acuerdo. Cuando los gritos de aliento para la Selección dejaron de ser unánimes, apareció el grito de puto como elemento de distracción. A la FIFA le pareció imprudente. Y en estricto sentido lo es. Desde entonces, una parte del estadio lo sigue cantando y la otra lo reprueba. Los que gritan son unos nacos sin educación; los que no gritan, unos putitos sin huevos. Por reglamento o por lo que sea, pero a México en futbol ya nada lo une.

Coincide la prensa internacional en que Saúl Álvarez liquidó cualquier duda sobre su categoría como boxeador. Si debió ganar, empatar o perder contra Golovkin es otro tema. El Canelo se subió al ring contra un rival poderoso y experimentado. El mejor del mundo en su categoría. Y le hizo pelea. Dominó los tres primeros rounds, soportó los rounds intermedios y cerró con un intercambio de golpes que contrastó con la farsa de la pelea McGregor-Mayweather. Los jueces decretaron empate. Y la afición mexicana se fragmentó entre los que mentaban madres porque el Canelo no había perdido y los que decían que el Canelo le había dado una lección de boxeo a Golovkin. Se entiende que el veredicto es polémico, pero en realidad la afición mexicana hubiera quedado inconforme pasara lo que pasara. Si hubiera ganado el Canelo, incluso si hubiera sido por la vía del nocaut, se habría hablado de un fraude. De que le pagaron a Golovkin. Si Golovkin ganaba, aunque fuera inmerecidamente, habrían dicho que el Canelo ratificó que es un boxeador plástico, producto de la televisión. Y si se daba el empate, como ocurrió, que fue un fraude para amarrar la revancha. En pocas palabras, el mexicano grita por lo que sea, pero no al unísono y tampoco basado en lo que ve sino en paradigmas que tiene inscritos en la cabeza.

México tiene que concentrarse en los grandes temas. Dejar de prestar tanta atención a lo que piensa el vecino o el tuitero y concentrarse en provocar movimientos de gran escala. Mientras las prioridades no se atiendan en las calles y sí se diluyan en las redes, el gobierno seguirá disfrutando el espectáculo. El problema no es que a México le guste gritar, es que ha olvidado hacerlo con la fuerza que sólo da el clamor de una sociedad unida.

Nota del autor:

Aquí sí puedo decir que he contribuido. No sé si a la paz nacional, pero sí a la mía. Cuando en Twitter me toca gente que quiere pelear sólo por expresar mi punto de vista, la bloqueo. No porque no esté dispuesto a escuchar otras opiniones, sino porque ese intercambio requiere un entendimiento del contexto y de las circunstancias que no estará completo bajo la limitante de ciento cuarenta caracteres. Desde que lo hago, duermo más tranquilo.

Contador: 19 de 19. Desde que escribo duermo menos. Casi siempre acabo por ahí de las 00:30. No es lo más sano, pero estoy dispuesto a pagar las consecuencias. Además, lo dicen Reed Hastings y Frank Underwood, dormir es uno de los grandes enemigos del hombre.

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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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