¿Por qué la humanidad se está cansando de las redes sociales?

Mauricio Cabrera
11 min readMay 21, 2020

Facebook las llamó interacciones significativas. Twitter anunció hace unos días una batalla contra los trolls y haters. Cada vez más medios cierran su sección de comentarios para que sólo usuarios registrados puedan hacerlo. El que las dos tecnológicas más relevantes en términos de interacción social acoten el alcance de contenidos y conversaciones es un paso altamente significativo para que ese acordeón social que pasó del apego a la privacidad al abrazo exhibicionista vuelva a cerrarse y a entregar el respeto a las comunidades que en verdad deberían trascender en nuestras vidas.

Tras el anuncio de Twitter que permitirá a los usuarios elegir quién puede responderles, se vale ser optimista, pronosticar que serán buenos tiempos para el periodismo. Para los medios de comunicación. E incluso para las personas en su lucha por satisfacer sus necesidades y proyectos individuales. La sociedad, a partir del hartazgo, y las plataformas tecnológicas, a partir de la nocividad que ellas mismas facilitaron pero que ante sus dimensiones no pueden ocultar en defensa de sus negocios, están derribando por fin esa mentira idealista que apostaba por una sociedad hiperconectada. Sin barreras, es cierto. Pero también sin distinción. Y en medio, justo en aras de esa promesa de igualdad de oportunidades, penetró el odio, la envidia, el fastidio, el desgaste y todo lo que tendría que pasar para que alguien decidiera terminar con una fiesta que se convirtió en pesadilla. Como ésta en la que se ha transformado Internet. Exploro aquí, punto a punto, lo que ha ocurrido y la reacción que orillados más por necesidad que por entendimiento están teniendo los gigantes tecnológicos para devolvernos a ese rincón tranquilo de las pequeñas comunidades.

Los hechos que generaron el problema:

-Al ser humano no le gusta estar conectado con todos: la publicidad nos volvió a mentir. Nos vendió como una gran idea un escenario en el que todos tuviéramos la misma oportunidad de buscar información y de convivir. La llamada carretera de la información que tanto nos impactó en los noventa perdió fuerza en cuanto comprendimos que detrás de la misma había intenciones (sesgos ideológicos o comerciales) y que ésta cuando se convierte en objeto de conversación abierta para cualquiera funge como ruido más que como ese espacio de conocimiento que visualizamos que sería Internet.

Si cada pieza informativa tienen la subjetividad natural de quien la escribe y a ella se le suma la interpretación igualmente subjetiva de cada una de las personas que la consumen, se acaba construyendo una fuerza de choque. Ya no se juzga sólo lo que se publica, sino también lo que una persona comentó al momento de compartirla, lo que al llegar a manos de un tercero se convertirá en un juicio tanto del contenido publicado como de lo que la persona que compartió pretendía al momento de hacerlo. Del contenido a la opinión del lector; del contenido y la opinión del primer lector a la opinión que el segundo lector tenga del contenido y de la opinión del primer lector; de ahí al tercero y la opinión que tenga del contenido, de la opinión del primer lector y de la opinión del segundo lector; y así hasta llegar a la opinión de los que no son lectores pero que deciden opinar sobre la opinión de los otros y, a veces, del contenido, porque éste con frecuencia es menos importante que la editorialización que cada lector hace del mismo. La bola de nieve tanto a favor como en contra por fuerza tenía que terminar convirtiéndose en una avalancha que acabara con nuestra paz.

Soportamos entre 20 y 25 años (desde mediados de la década de los noventa hasta mediados de la segunda década del siglo XXI) con la posibilidad de un consumo ilimitado de contenidos. Pasábamos de una página a otra haciéndonos preguntas, saciando nuestros deseos de información y contenido. Y comentábamos en foros específicos, donde otros podían chocar con nosotros, pero donde al menos había una marca de nicho (entendiendo que el nicho en digital puede ser un sitio con millones de usuarios dado que el verdadero universo está en las grandes redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram) que nos colocaba en un espacio determinado, en un contexto y con un interés particular. Había pues elementos para establecer una relación entre un usuario y otro. En Twitter esa dinámica se rompió. Incluso en Facebook, para que quede claro que a los humanos no nos gusta estar conectados con todos, ha llegado el punto en que no nos gusta estar porque ahí está nuestra tía o nuestra abuela. No es novedad. En la vida real pasa que solo convives, incluso tratándose de seres queridos, en circunstancias y momentos determinados.

-Las opiniones no tienen que ser populares: es cierto que para ser una sociedad funcional, o que al menos pretende serlo, hemos de establecer ciertas normas de comportamiento. Es cierto también que nos guste o no hemos de acatar aquello que contribuya a la estabilidad social. Pero en algún punto, tanto para lo cómico para lo serio, se ha olvidado el carácter personal de las opiniones para transformarlas en postulados que todos deberían asumir. En ese dogmatismo que nos convirtió en cobardes si no respondemos y en guerrilleros si entramos a la dinámica de debatir con otros, se ha fugado la ecuanimidad que tanto necesitamos para lograr objetivos más importantes que el de convencer a otro de pensar como nosotros.

Las opiniones en la era digital se convirtieron ya no sólo en una forma de pensar, sino en un método que lo mismo puede partir de las más profundas convicciones que de un deseo por polarizar para llamar la atención y sumar seguidores dado que la división garantiza tanto aliados como enemigos.

Para llevarlo a la vida cotidiana, en un ejemplo que le planteé a León Krauze en un episodio de mi podcast, imagina lo que pasaría en la vida real si estuvieras leyendo un periódico en en un restaurante y la persona de la mesa de enfrente, al darse cuenta que estás leyendo un periódico que no va con su ideología, llega para agredirte, para exigirte que pienses como él y que tengas la misma postura política que él. Aquello acabaría o en gritos o en golpes. Si no lo permites ahí, ¿por qué permitirlo en digital?

-Las personas tienen derecho a su mundo: la vida real es el mejor referente para explicar por qué aquello de ponernos a todos en un mismo lugar nunca fue una buena idea. ¿te gustaría, honestamente y más allá de lo que publicarías o no en Twitter por la presión social que ahí se ejercería, ir a un antro y que en tu mesa se sentara cualquiera? ¿o ir a Starbucks y que te interrumpieran mientras platicas con un amigo? Bueno, de hecho ocurre cuando te sientas en terraza y pasan cinco vendedores ambulantes por espacio de una hora. Nueve de cada diez responderán que no a esas preguntas. En digital la respuesta es la misma, a menos que lo que busquemos sea la notoriedad del pleito, esa que lleva no sólo a cruces reales y ficticios, sino también al linchamiento de cualquiera que sea grabado en cinco minutos de enojo.

Cuando vas a un evento, tienes una idea del tipo de gente que estará. Cuando pagas por un servicio tienes certeza de lo que recibirás. Cuando quedas de ver el futbol con tus amigos, sabes quiénes estarán invitados y quiénes no. ¿En verdad era tan difícil comprender que en digital acabaríamos queriendo lo mismo? Si te gusta este artículo y no te quieres perder estos análisis a profundidad que realizo, suscríbete a mi mailing list para recibir avisos cuando publique historias como ésta, recomendaciones sobre libros y contenidos exclusivos para tu trabajo y para la vida.

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-Más es menos: una máxima del marketing que aplica para la vida. La llamada paradoja de la elección o Paradox of Choice refiere que el ser humano reacciona mejor ante una cantidad limitada de alternativas que ante una gran cantidad de las mismas. Seguro te ha pasado que llegas a un estacionamiento vacío y te cuesta elegir dónde estacionarte a diferencia de lo que pasa ante un estacionamiento lleno en el que tienes claridad sobre el lugar disponible.

Esa misma sensación podemos vivir como usuarios al momento de decidir qué debemos atender y qué no. ¿De verdad tenemos que leer la opinión de cualquier usuario de Twitter ante un acontecimiento político? ¿en algo cambiará nuestro mundo si dedicamos tiempo a leer los tuits enardecidos de un aficionado que le va a otro equipo?

Incluso para las relaciones sentimentales el exceso o la posibilidad del exceso termina generando ansiedad. En términos psicológicos, se ha comprobado que uno de los grandes causantes de infidelidades está relacionado con la noción generada por redes sociales y aplicaciones de citas en la que vivimos pensando que tenemos millones de posibilidades para estar con alguien, lo que lleva a que nos sea difícil decidir estar con una persona.

-El tiempo es valioso: el consumo con propósito, incluso si se trata de la búsqueda de entretenimiento, colapsa ante el ruido provocado por las múltiples provocaciones con que nos podemos encontrar en Twitter. Si bien ha anunciado que empezará a realizar pruebas a nivel mundial para que la gente elija quiénes pueden responderle, la mayoría de sus decisiones fueron en sentido contrario durante varios años. En nuestro timeline, por ejemplo, no sólo aparecen los tuits de quienes seguimos, sino también ciertos tuits referentes a sus acciones, lo que lleva a que nosotros estemos expuestos al consumo de un tercero como carnada para que nosotros sigamos consumiendo, aunque perdamos el tiempo y aunque nos desviemos del objetivo inicial que nos habíamos trazado.

Es una paradoja. Mientras Twitter, Facebook e Instagram hablan de mejorar la atmósfera de convivencia de sus usuarios, el tiempo se mantiene como el principal activo de sus plataformas. Sí, claro que venden el número de usuarios, pero es el tiempo que te atrapan el que les permite comercializar y convertirte en objeto de cualquier tipo de segmentación y anuncio que a ellos convenga.

El conflicto de intereses es notorio. Ellos prometen una experiencia cada vez más íntima, pero trafican con tu tiempo, ese que por cierto no se ha extendido en tu vida, se agota más bien cada segundo que pasa. Y entre más acotada esté tu comunidad, más específicos serán los mensajes y por ende presentarán cada vez menos esas procrastinaciones emocionales que se producen en Twitter cuando te ensartas en el linchamiento del día o en los ataques de un troll seguido por otros trolls mientras los followers de la otra parte actúan en defensa.

En la vida, si vas por un libro, esperas tardarte no más de media hora, dependiendo de si conoces o no el título que estás buscando, y rara vez estás expuesto a que llegue cualquiera a generarte alguna trampa emocional para que te pases dos horas más mientras olvidas el objetivo inicial por el que habías llegado.

-El ser humano discute con humanos: éste es quizás el problema más elemental de todos los aquí enlistados. Si de por sí hemos de reconsiderar el modo en que nuestras opiniones son puestas a consideración de terceros, lo que por cierto en la vida real ocurre sólo en situaciones y momentos muy bien acotados, debe señalarse el absurdo que representa estar en un entorno en el que sólo hay millones de desconocidos que en realidad nos deberían tener sin cuidado, sino también bots manejados por intereses de terceros que si bien carecen de la capacidad de elaborar argumentos que sumen a la conversación, provocan una sensación de masa que lleva a que la gente se enganche aún más. Ese efecto va incluso más allá de nuestra conciencia previa.

No importa si sabemos o no que a los políticos los respaldan cientos de miles de bots. Psicológicamente, y aún teniendo clara esa realidad, tanto en aquello en lo que estamos a favor como en aquello en lo que estamos en contra, nuestra reacción crece o disminuye a partir de la lectura del número de interacciones que ha tenido ese posteo. Si alguien que no opina como nosotros tiene miles de likes (aunque sean de bots), nos involucramos más en términos emocionales que si hubiera una cantidad mucho menor de interacciones. Y lo mismo en sentido contrario. Nos sentimos más apoyados si cientos de miles de bots dan retuit a un posteo que nos gusta, aún sabiendo que se trata de posteos artificiales.

Salvo por el enojo que nos pueda provocar Siri al momento de atender nuestras peticiones, no tendríamos por qué pasar tiempo involucrándonos emocionalmente con bots que si bien no construyen, sí son parte de la conversación. La escena en la vida cotidiana sería tan lamentable como la de López Obrador realizando una supuesta consulta a mano alzada. En digital vivimos esas mismas consultas a mano alzada en formato 24/7. Una pesadilla de la que somos parte.

Tenemos que poner un alto: discutamos con humanos, interactuemos con humanos, establezcamos emociones con humanos. ¿En verdad queremos vivir en redes como Twitter que promueven el anonimato, y en cierto modo la existencia de bots, cuando podemos estar en espacios controlados, que nos garanticen al menos la conciencia de estar hablando ante una persona en un entorno en el que la aprobación de las masas no es lo más relevante? Imagino que la respuesta es no.

Digo que serán buenos tiempos para el periodismo porque por fin volverá a entenderse que un contenido no es para todos. Digo que los medios de comunicación estaremos bien porque el hartazgo de la gente ante la idea de estar con todos (lo que va en contra de los múltiples pagos que estamos dispuestos a realizar con tal de tener acceso al cine VIP o a privilegios que otros no) llevará a que nos enfoquemos en el valor agregado de lo que hacemos y no en la reacción inmediata de cualquiera (otra vez, incluidos los bots) y porque siempre será más fácil capitalizar audiencias con nombre y apellido y con intereses bien acotados que esas masas anónimas que reaccionan sin siquiera fijarse en la fuente que les está contando una historia. Digo que como personas estaremos mejor porque de a poco se irán consolidando esos espacios donde podemos expresar con nuestra libertad, y sin ambiciones de atracción de masas, lo que pensamos. Digo que estaremos bien porque en realidad nunca hemos necesitado más que de unos cuantos para poder vivir bien.

Desde hace tiempo Jack Dorsey reconoció la toxicidad de Twitter. Hoy la misma plataforma lo hace con su anuncio respecto a los filtros para definir quién responde. Instagram omitió los likes buscando reducir la percepción de banalidad que siempre la ha perseguido. Facebook hace tiempo que viró a los grupos y a las conversaciones entre unos cuantos. No lo hacen por nuestro bien. Lo hacen porque no les queda de otra. Y porque el ser humano ha decidido que quiere volver a las pequeñas comunidades. Como se los he comprobado, no sorprende nuestra decisión, sorprende lo que nosotros mismos permitimos.

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Ya que llegaste hasta el final, es posible que quieras saber qué podemos hacer juntos. Aquí te dejo una serie de ideas y áreas en las que podría colaborar con tu negocio. También te invito a The Muffin, newsletter semanal con insights sobre lo más relevante que ocurrió en la semana tanto en los medios como en el marketing en México, Latinoamérica y el mundo.

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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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Me hace falta leer muchos más de tus textos para poder comprender todo lo que nos quieres transmitir, seguiré en esa línea.

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