¿Por qué la crisis de las universidades se explica con la de los medios?

Mauricio Cabrera
13 min readJul 17, 2020

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El cántico se escucha en las plazas digitales. La revolución ocurre sin que las estructuras y los cientos de empleados puedan hacer algo para evitarlo. Es la misma sensación que han dejado otras transformaciones. El poder que se acaba. La obsolescencia que cubierta de opulencia es incapaz de verse a sí misma como tal. El costo que nadie se explica por lo alto y por el valor subjetivo que se recibe de regreso. El papel que se usa para currículos que sirven menos que un keynote que haga de portafolio del trabajo realizado. “El intermediario va a caer”, se escucha mientras las puertas se cimbran. Las universidades de periodismo, si no reaccionan, acabarán como los medios de comunicación. A continuación las razones por las que así lo percibo:

-Al cliente (usuario) hay que enamorarlo: si a los medios de comunicación los está aniquilando la despreocupación que por años tuvieron respecto a en verdad conquistar a sus lectores, a los que de forma permanente trataban con la voracidad de una primera cita en Tinder, es decir, donde se pide todo a cambio de ningún compromiso, las universidades durante años han sido un descarado negocio en el que los alumnos solo les interesan si están pagando y en el que una vez que terminan su relación con ella el contacto se limita a unos cuantos eventos sociales, a un supuesto lema de vida que solo se tragan unos cuantos y a descuentos ocasionales que venden como un programa de educación continua pero que en realidad colapsa con las múltiples formas de actualización que se encuentran disponibles en el ecosistema digital.

Los medios de comunicación y las universidades fallaron en la construcción de relaciones a largo plazo con sus clientes. Si bien hay ciertas instituciones que logran que su calcomanía descanse en la parte trasera del coche y si bien algunos guardan con aprecio sus chamarras, títulos, anuarios y recuerdos, la universidad ha tardado demasiado en comprender que su verdadero rol tendría que pasar por ser un acompañante permanente de la vida de sus estudiantes, que el acuerdo que se establece desde el momento en que él se inscribe tendría que ser para siempre y no el simple paga y estudia por cuatro años con el que te venden una vida mejor a partir de un papel que cada vez tiene menos valor en la práctica.

Si los medios son incapaces de ser memorables para que el usuario piense en visitarlos intencionalmente una segunda o tercera vez, las universidades se convierten en edificios históricos de nuestras vidas. “Mira, mi universidad… ahí estudié”, llegamos a decir cuando pasamos por ahí acompañados por alguien. Pero se habla en retrospectiva. Con nostalgia juvenil, pero también con una clara idea de que aquello es pasado y que en ese edificio poco tenemos que hacer, a menos que estemos pensando en inscribir a nuestros hijos, en cuyo caso es posible que estos últimos sean los que se preguntan para qué ir a una universidad con un plan rígido, incapaz de reaccionar a las transformaciones tecnológicas que sin duda ocurrirán entre el momento que ingresa al primer semestre y el momento en que se gradúa.

Si a los medios han dejado de funcionarles las planeaciones estratégicas de un año, que se van al carajo por las nuevas plataformas y tendencias que explotan cada tres meses, pensar que se pueden elaborar planes académicos escritos en piedra es una práctica muy digna del siglo pasado.

-El monopolio de la atención está extinto: si los medios han tenido que entender a la mala que son tiempos de audiencia compartida más que de lectores exclusivos, las universidades han errado la interpretación de sus propios deberes al asumir que la cuantiosa inversión de los padres será suficiente para garantizar que el alumno se prepare únicamente con ellos.

El problema para las universidades es equivalente al desafío que afrontan los medios de comunicación que pretenden cobrar. Si un medio logra que un usuario se suscriba y acepte pagar una cantidad mensual por contenidos y lo que éste le entrega es información que puede conseguir gratis y mejor presentada en otro lugar, la percepción en ese lector será de robo.

Dirán las universidades que ellas siempre han impulsado el que los estudiantes se preparen más allá de las aulas. Pero seamos honestos, lo decían pensando en actividades complementarias, no en actividades que pudieran representar un comparativo directo tanto en precio como en calidad.

Hoy un lector puede comparar de forma permanente el contenido que ve en uno y otro medio. Hoy un lector puede decidir a quién le cree y a quién no. Hoy un estudiante entiende que lo que puede aprender por quinientos pesos en una universidad le puede salir en cincuenta mil.

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-Mala paga a los trabajadores clave: es cada vez más una tendencia. Los buenos periodistas o dejan la profesión por considerar que no están pudiendo recibir el retorno que merecen o se van de los medios de comunicación para crear su propia empresa.

En los medios se combina una mala paga con un modelo contaminado. Pagar mal a cambio de que hagan lo que no les gusta. En las universidades, insistiendo en que las excepciones no hacen más que fortalecer la regla, no están los mejores profesores, al menos no en las universidades mexicanas. Como los buenos periodistas que sobreviven en los medios, los buenos maestros están por amor al arte, por una convicción personal. Pero el argumento más allá de lo romántico que se escucha, es demasiado crudo cuando lo contrastamos: los buenos maestros están por amor al arte en un negocio en el que se cobran cientos de miles de pesos por semestre a los alumnos. ¿Les suena la paradoja del reportero mal pagado en un negocio en el que el director general cuenta con guardaespaldas, chófer, secretaria y todo lo que se considera propio del líder de un gran medio de comunicación?

El problema para las universidades es que la fuga de talentos es inevitable. Si antes funcionaba la convicción personal para atraer los mejores talentos aunque hubiera una paga simbólica, que es otra forma de decir mala, la pandemia ha terminado por comprobar que cualquiera con una computadora y conocimientos básicos de tecnología puede impartir un curso, cobrar, ser protagonista y enseñar a sus alumnos bajo los métodos que decida y con los cambios que le apetezcan entre una y otra edición de su curso.

En tiempos de pandemia ha quedado claro que Zoom es un intermediario más necesario entre un profesor y un alumno que cualquier universidad, como mailchimp es un intermediario más necesario que un medio en la relación entre un periodista y su audiencia.

-La marca personal engancha más que la institucional: A últimas fechas he realizado cualquier cantidad de textos respecto al modo en que la marca personal está reventando la estructura tradicional de los medios de comunicación.

La competencia será siempre desequilibrada a favor de las personas sobre las instituciones. Todo empezó con los influencers que construyeron audiencias más leales que las de los medios. Siguió con las de los propios periodistas desarrollando sus propias audiencias en redes sociales y se extendió a la suma de ambos, influencers y periodistas, convertidos en potenciales maestros que no necesitan en lo más mínimo a la universidad para poder captar, monetizar y comprometerse con su audiencia particular.

Mientras las universidades y los medios suelen apelar a los archivos para explicar su relevancia, a los lectores y estudiantes lo que los seduce es ser parte de la historia de hoy, ya sea como consumidores o como estudiantes, quieren aprender, estar y hacer, lo que se encuentra en tendencia.

El maestro de hoy hace y a partir de ese éxito enseña. El maestro de universidad hizo (en un pasado que lo mismo va de unos años atrás que a décadas en las que sus alumnos ni siquiera habían nacido) y pretende enseñar. Dado que no hace en la actualidad, lo que imparte es teoría. Y la teoría en estos tiempos de práctica es como tener sexo sin estar en la misma cama.

Los influencers y los periodistas que la gente conoce por el presente hacen de trending topics. Los maestros que hicieron del pasado y pretenden enseñar en el presente son como cuarentones en Tik Tok (aunque ojo, siempre hay excepciones, como Erika Buenfil y sus 7.9 millones de seguidores). Mientras las universidades prometen futuro con una oferta que se basa en la retrospectiva, el periodista o influencer que convierte a su propia audiencia en potencial replicadora de su trabajo tanto como consumidora como a nivel productora de contenidos, siempre llevará mano en esa batalla entre las personas y la institución.

Los creadores de contenido o insiders enseñan a partir de la práctica. Los maestros de universidad, de la teoría.

-Es cuando el usuario diga: con excepción de las citas con nuestra pareja, con amigos o cuando se trata de juntas importantes de trabajo, los seres humanos reaccionamos con rechazo a lo que nos especifica un momento para hacer las cosas. En tiempos de libertad, muchas veces derivada en libertinaje, no hay citas en vivo que valgan, más que las ya citadas o los episodios finales de Game of Thrones, un partido de futbol o el consumo obsesivo que se está gestando en materia de streaming de videojuegos.

El fracaso de los en vivo no solo ha sido experimentado por los medios de comunicación, incluso las grandes tecnológicas han recibido notorios golpes a su autoestima al darse cuenta que para nada construyen una audiencia equivalente a la que se puede lograr bajo modalidad on demand. Hace unos años, Facebook apostó a que Facebook Live sería el próximo gran golpe de su plataforma, y no ocurrió. Twitter obtuvo resultados semejantes. E incluso Instagram, pese a que durante la pandemia se ha incrementado de forma considerable el uso y consumo de experiencias en vivo, no ha convertido dicha función en el hilo conductor de su aplicación.

Sin entrar a detalles del boom del consumo en vivo del que sí gozan los deportes, los gamers y los entertainers, la educación y el conocimiento son actividades y gustos que cada vez pasan más por la asignación voluntaria de tiempos que por una obligación de asistir en momentos determinados, en particular cuando se trata de periodos tan largos como los que se cuentan por años.

Un curso semanal o de duración breve puede funcionar en un horario específico, pero en momentos en que los estudiantes tienen sus propios proyectos, acuden a distintas actividades y no empeñan su vida por cuatro años a la asistencia a una institución educativa, es utópico imaginar que la decisión de aprender y la voluntad de hacerlo se acomodarán a las decisiones que por espacio y conveniencia tomen las universidades.

Los medios que no tienen derechos, entendidos estos como grandes momentos en el consumo de los usuarios, han entendido que enfocar recursos a transmisiones en vivo que no aportan audiencias estratégicas termina por ser un derroche. El contenido on demand, para ser consumido en el momento de calma que encuentre el usuario, es en cambio un activo clave para el crecimiento.

El aprendizaje, como el consumo de contenidos, es voluntario. Y la voluntad funciona mejor on demand que teniendo que adaptarse a las necesidades de otros, al tráfico de las grandes ciudades y a las limitantes del confinamiento en un espacio determinado para aprender lo que el programa académico diga que te corresponde.

-El alumno sabe más que el maestro: una sensación real o ficticia, pero que ahí está. Ante el ilimitado acceso a la información y al conocimiento, el lector pone en tela de juicio al medio de comunicación en todo momento, lo que se replica con el estudiante que se considera superior al maestro por las capacidades y habilidades que el primero tiene y de las que el segundo carece.

Si en la relación medio-lector se pone en entredicho la veracidad de lo que se está publicando, en la relación estudiante-maestro hay una constante tentación de superioridad del estudiante que se sabe más apto para afrontar los desafíos tecnológicos que representan encender una cámara, iniciar sesión en Zoom o editar un video.

Las comparaciones están a la mano tanto en el cara a cara como a través de terceros. Ahí donde el periodista está asegurando que un alto funcionario del gobierno de López Obrador desvió millones de pesos del presupuesto para su beneficio personal, también estarán múltiples voces alineadas al discurso gubernamental para asegurar que lo publicado no son más que calumnias. Y el lector decidirá a partir de sus creencias, no de la información.

En el caso de las instituciones educativas, el maestro vive bajo la mirada inquisidora de alumnos que entienden que la juventud representa habilidades instaladas que los maestros no tienen. El éxito de los catedráticos, anclado por lo general a un pasado que el estudiante no recuerda, no es motivo suficiente para que el estudiante lo considere una autoridad. En ocasiones, el sí a lo que está impartiendo un profesor no viene de la convicción, sino de la necesidad de obtener una buena calificación. Pero en la práctica, ya instalado en su quehacer profesional, que por cierto inicia incluso desde antes de que entre a la universidad, irá convenciéndose de que los conocimientos y prácticas que le exigen en las aulas carecen de importancia o no aplican más en su lugar de trabajo. Ese pensamiento viajará de compañero en compañero hasta que deriva en una plática constante. El alumno sabe más que el maestro.

Si los medios han optado por ponerse al nivel de los usuarios, lo que ha derivado en que lo publicado por los medios tenga la misma o menor calidad que los de creadores de contenido sin más estructuras que sus propias capacidades, las universidades se han quedado con sus verdades y programas académicos a destiempo, que para cuando por fin son actualizados han quedado obsoletos, pues una nueva tendencia y forma de hacer las cosas ha surgido entre la autorización y la puesta en marcha de ese mismo programa.

-La urgente necesidad de crear comunidades: el contenido se ha comoditizado tanto como el conocimiento. Mientras los medios hoy o se quiebran la cabeza para entregar contenido diferenciado o aceptan su suerte esperando que el mismo contenido que publican todos los demás les funcione a partir del clickbait descarado en redes sociales y de las estrategias de posicionamiento en buscadores, las universidades se enfrentan al doloroso hecho de que ese programa académico que antes era valorado por su audiencia potencial, compuesta por padres de familia y estudiantes, en los cientos de miles de pesos por semestre, hoy sea ofrecido por entre seiscientos y mil pesos al mes en plataformas online que no paran de crecer.

Y si bien el primer pensamiento que llega a la cabeza por el sistema capitalista en que vivimos es que el bajo costo debe ser directamente proporcional a la calidad del servicio recibido, son muchos los casos de estudiantes que deciden no solo seguir pagando la cuota mensual para actualizarse, sino también compartir a través de redes sociales lo que aprendieron y el resultado que derivó de ese conocimiento y habilidades adquiridas a través de una plataforma online, que en muchos casos no requirió ningún tipo de interacción en vivo con sus profesores y que careció de las complicaciones instaladas de un modelo de asistencia presencial, en tiempos determinados por la institución y no por el estudiante y bajo parámetros autoritarios, no de colaboración y acompañamiento para que esa persona alcance a cumplir sus metas.

A los medios que pretendan sobresalir en el presente se les exige desarrollar verdaderas comunidades. Ante la comoditización del contenido, no queda más que hacer mejores contenidos e involucrar a los usuarios en la generación de esas historias. Los que tienen un futuro alentador son los que han ido más allá. Los que se mantienen en contacto a través de un newsletter, los que construyen una audiencia a través de uno o varios podcasts, los que abren grupos de Facebook, Slack o Whatsapp para estar en contacto permanente con sus usuarios. Hablando, pero también escuchando. Respondiendo, pero también preguntando. La nueva comunicación en los medios pasa por la conversación, no por la jerarquía. La nueva educación pasa por la conversación, no por la jerarquía.

A la comoditización del conocimiento debe sumarse la pifia publicitaria que representa el modelo académico tradicional. En la época de las redes sociales, de la inmediatez, de los impulsos y las experiencias que se comparten, la universidad y sus maestros componen esa parte de la vida de la que no se habla más que en la graduación que ocurre cada cuatro años y en las ocasiones en que una personalidad destacada acude a dar una conferencia. De las plataformas en línea, en cambio, se habla cada una o dos semanas que se concluye un curso. Se menciona el avance. Se presumen los slides. Mientras en la preparación de las nuevas plataformas y en la educación de autor abundan las photo opportunities, la rutina académica repele las motivaciones que llevan a un joven a compartir sus experiencias en redes sociales. Una plataforma online entrega motivos para presumir el progreso como persona cada que el estudiante reproduce un video. Una universidad hace del diploma el único gran momento en cuatro años.

En conclusión

Publishers y universidades han fallado en poner al lector y al alumno en el centro. Mientras los medios pensaron que el lector nunca acabaría reprochando la escasa calidad del contenido ni encontrando otras alternativas para invertir su tiempo, las universidades asumieron que esa postura autoritaria que castiga la creatividad para abrazar la dictadura del cero al diez iba a convertirlas en un gatekeeper invulnerable. Pero hoy los lectores abandonan a los medios para seguir a creadores de contenido independientes y los estudiantes se preguntan para qué ir a una universidad a aprender lo que les dicen que tienen que aprender en vez de acceder a una plataforma que les permita elegir libremente, trabajar a su ritmo, a bajo costo y con maestros a los admiren y respeten. El último bastión de medios y universidades es el mismo: los mayores de cuarenta que siguen pensando que una marca vale más que los hechos. El día en que los que hoy son estudiantes se conviertan en padres, el modelo universitario que conocemos habrá colapsado para siempre. Más vale que hagan algo en el camino. O que se preparen para hacerlo. Después de todo, en digital no sale tan caro.

Ya que llegaste hasta el final, es posible que quieras saber qué podemos hacer juntos. Aquí te dejo una serie de ideas y áreas en las que podría colaborar con tu negocio y te recuerdo el modo de suscribirte a mi mailing list. También te invito a The Muffin, newsletter semanal con insights sobre lo más relevante que ocurrió en la semana tanto en los medios como en el marketing en México, Latinoamérica y el mundo. Si es tu primera vez leyéndome, puede que no conozcas The Coffee, mi podcast sobre marketing y medios. Aquí puedes escucharlo.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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