Presume tu contenido
Presume. Si no lo haces tú, otros lo harán. El bajo perfil no funciona más. No en una época en que la fama puede llegar tanto por cometer una estupidez involuntaria, o peor aún, voluntaria, como por ser el más joven en pisar la luna o por descubrir la cura de uno de los grandes padecimientos de la humanidad. La fama no distingue. Es lo que es. Por eso a un influencer se le califica como a un especialista en todo. Por eso a los que no presumen, aunque hagan, es difícil que se les reconozca.
No digo que sea la correcto. Ni siquiera digo que sea lo que a mí me gusta hacer. Pero ten por seguro que en términos creativos, en los que también se incluyen imitadores, muchos imitadores, la estrategia de distribución que das a tu obra es tan importante como tu misma creación. Y no es tu trabajo el que debe ir al centro, sino tú, que creas, inspiras y mueves a México o a la comunidad a la que pienses que has conmovido con tus historias. Se trata de venderte. Así, sin más. Si las empresas son capitalistas, nosotros también hemos de serlo. Es lo que dicta el mercado.
Sé que las grandes historias tendrían que vivir por sí mismas. Que antes se conocían al dedillo las obras y se ignoraba hasta el punto del misterio la vida de los autores. Pero ahora es diferente. La obra no es el fin sino el medio para que nuestro nombre resuene en una audiencia. Si encontramos las palabras correctas para provocar miles de reacciones y millones de views, hemos de sacarle provecho explicando de dónde vino esa inspiración que nos llevó a mandar un mensaje, a crear un video, a saber qué decir en el momento exacto. Como si fuera un acto de iluminación. Como si nuestra mentalidad fuera más fuerte que la del resto por haber sobresalido mientras otros veían Netflix. Como si fuéramos superiores. O mejor dicho, sintiéndonos superiores. El ego creativo apoderándose de nosotros bajo la falsa humildad del mensaje inspirador.
La moneda tiene dos caras. Una no invalida a la otra. Si bien detrás del éxito exprés de las redes sociales se encuentra la frivolidad del que se monta de cuanto éxito viral tenga a su alcance para promover su marca personal, también es real que tanto si lo hace por conveniencia como por convicción acaba por motivar a gente que necesita palabras de aliento y esa sensación de que algo está cambiando mientras escucha un discurso que le convence, aunque en el fondo sean mayoría las veces en que ese boost creativo y de energía acaba muriendo a la mañana siguiente.
La presunción no es solo una estrategia de posicionamiento, es también una necesidad. Entre tanto contenido solo destaca el que se atreve a promoverse como la panacea. El que habla de una vida ejemplar cuando la suya es un desastre. El que escribe de superación cuando él mismo no se supera. El que dice amar a México cuando lo primero que hace es usar frases en inglés para sentirse cool. El que comprendió que las frases motivacionales tienen el mismo poder que los horóscopos en una sociedad que necesita creer en sí misma. Mírate, tú puedes, sólo hazlo. Eres imparable. México te necesita, aunque ya lo hemos hablado, lo más sensato sería reconocer que nadie nos necesita.
El juego está claro. Las reglas también. Si no te atreves a promover lo que haces, y en cambio optas por la discreción, la humildad y el perfil bajo, nunca vas a sobresalir. No para efectos públicos. Y eso impacta directo en tu vida, porque si bien el fan que da like y recuerda tu nombre no abona en esa instancia más que al ego, entre esos fans a los que dejas de alcanzar por no poner tu cara, tu firma, tu retórica y hasta tus estrategias de falsa humildad para ganar posicionamiento, se encuentran personas con la capacidad de contratarte, de invitarte a proyectos o de asociarse contigo. Pasa como en la secundaria, el que es seguro de sí mismo, aunque otro manera de calificarlo sea el de sobrado y mamador, llama la atención. El que se sienta en la banca, aunque saque diez y sea la adoración de los maestros, acaba siendo un cero a la izquierda. Más vale ser presumido que anónimo. Más vale hacerse notar que pasar desapercibido.
No digo que me guste. No digo que sea el mejor haciéndolo. Hay quienes con menos se promueven más. Solo digo que el juego es el que es. Que las reglas están claras. Y que o jugamos a él o ya vendrán otros más astutos a decir que tienen el abracadabra para nuestras vidas. Presume tus obras. Siéntete tan orgulloso de ellas como para contagiar a los demás. Véndete. Hazlo al precio justo y con las palabras precisas. No es frivolidad, es la ley del más popular al que nos llevó el individualismo de las redes y el colapso de la sociedad. Hazlo. Si no lo haces tú, otros lo harán. Como yo que ya estoy pensando en dar una conferencia sobre esta columna con la que te cambié la vida.