Que la inmediatez se vaya al carajo

Mauricio Cabrera
5 min readSep 18, 2020

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El empate técnico que vivimos como sociedad presenta una ventaja. Una oportunidad que tendrá que derivar en nuevos hábitos en la creación de contenidos y en cómo asumimos los proyectos de vida. Frente a la proliferación de historias, ideas, cursos y especialistas en superación personal hechos al vapor, solo la planeación y el esfuerzo artesanal tendrán la ocasión de poder diferenciarse lo suficiente como para ser valorados. O eso o el desarrollo de tecnología, también de largo aliento y de largo presupuesto, para que ésta haga las papas fritas que los seres humanos devoran en los tiempos que ellos consideran muertos o en los que están en el smartphone aún cuando deberían dedicarlos a vivir.

La tecnología da y quita. En ambos casos, como dice el periodista chileno Juan Pablo Meneses en su más reciente libro, lo que se comprueba es que el ser humano ha sido enviado a la categoría de chatarra tecnológica, a la de una máquina que un día fue la más inteligente, o cuando menos la que más capacidades de razonamiento tenía, y que ahora empieza a quedar obsoleta. Ante esa realidad, ha de decirse que los robots han trabajado fuerte de la mano del hombre para equipararse a él y para terminar superándolo. Y será justo esa disciplina que el binomio hombre-robot ha tenido para poner en jaque a la raza humana la que ésta necesitará para mantenerse vigente en sus nuevas tareas y para sobresalir entre tantos iguales.

El problema no ha sido exclusivo de la tecnología. El acceso a la información derivó en un acceso a la imitación. De la inspiración que siempre ha antecedido a las nuevas ideas pasamos al plagio puro y duro de estilos, formas, mensajes y negocios. Somos el agente Smith que tan bien representaba al sistema en Matrix. Somos los obesos habitantes del mundo de Wall-E que no se mueven ni siquiera frente a la evidencia de lo que está ocurriendo. Y si nos movemos, es solo para hacer lo mismo que todos. Lo que los algoritmos han comprobado es es que el ser humano que durante siglos creció bajo la máxima de que era único e irrepetible, no es más que un dato que reunido con otros datos termina arrojando patrones de comportamiento ante los que cae. Idéntico al pajarito que saca un papelito para comer un grano de alpiste.

La tecnología nos llama a consumir más de lo que nos conviene. Nos incita a hacerlo. Pero nosotros la fortalecemos al ser consumidores y productores a la vez. Las plataformas digitales han representado la trampa perfecta. Antes podíamos admirar lo que otros hacían sin pensar que nosotros teníamos la oportunidad de lograrlo. Y aunque aquello resultaba menos democrático que dotar de las mismas armas a todos para poder competir, cuando menos esas limitantes de acción y presupuesto evitaban que cayéramos en un estado de ansiedad permanente frente a la frustración que genera el éxito, la viralidad y la influencia de otros.

El tablero de la vida no es más un espacio con un comienzo y un final definidos. La narrativa ha sido clave para que romanticemos la que es quizás la mayor causa de que la de hoy sea una sociedad que o va a terapia o vive pensando que la necesita. A las plataformas tecnológicas podemos considerarlas motores de emprendimiento, catapultas de la democratización de oportunidades y herramientas únicas de interacción social, pero también las hemos de señalar como uno de los principales detonantes del extravío existencial de los individuos y de que vivamos pensando en que queremos ser lo que no hemos podido ser. De que vivamos más en la utopía que en la realidad de lo que hoy podemos cambiar.

Los creadores de contenido están de uno u otro modo atados a las redes. Las necesitan para difundir su obra y para estar en contacto con su audiencia. Pero hay diferencias entre el que dedica cada instante a estar pensando cómo hacer el tuit que empatice con lo que muchos quieren leer y escuchar y el que se sale de ese centro comercial gigante que son las redes, como refieren en Social Dillemma, para solo volver cuando tiene algo que contar. Un escritor, por ejemplo, se va a trabajar y regresa con un producto a la venta. Convierte una plataforma existencial en una de distribución. Usa la tecnología como un medio. No como un fin.

El contenido de largo aliento es el diferenciador que nos queda. La inmediatez o será de los robots o de los millones de usuarios que postean lo mismo buscando likes que si no son suyos serán de cualquier otro. La tecnología nos tendió la trampa. Pero nosotros hemos caído a grado tal que somos los que la hacemos crecer hasta no salir de ella ni siquiera para crear.

Antes subirse al escenario era un honor. Una noche para guardar. Para vestirse de gala. Para atesorar los aplausos como uno de los elogios más entrañables de la vida. Ahora vivimos en él. Hablando hasta cuando no tenemos qué decir. Consignando lo que todos consignan. Expresando opiniones sin script, al calor de lo que pensamos que otros quieren que contemos y no de lo que nosotros queremos contar.

Bajarse del escenario será el camino. Volver a planear en el anonimato. Preparar obras que por tiempo, extensión y preparación no van a ser plagiadas sin que en ello se lleven meses o cuando menos semanas, lo que en este tiempo representa mucho. Los robots y los hombres están en la carrera de la inmediatez y de la emoción express, esa que ante un gol demanda la crítica en Twitter cuando los futbolistas aún no terminan de celebrar. Parece absurdo. Y es incluso doloroso por el fear of missing out que se genera cuando apagamos las notificaciones, cuando desatendemos el celular, cuando nos dedicamos a vivir. Pero es tiempo de salir de la fiesta en la que estamos todos. Ahí no estamos haciendo nada nuevo. Quizás si escapamos de ella y creamos en silencio para entonces volver al ruido que hacen todos los que cantan, bailan y hablan llegaremos a destacarnos. A ofrecer algo que de verdad nos lleve a ser lo que queremos ser. Y si no, al menos habremos recuperado parte de nuestras vidas. De un tuit del que no nos enteramos podemos recuperarnos. La vida que se nos escapa, en cambio, se va para no volver.

Ya que llegaste hasta el final, es posible que quieras saber qué podemos hacer juntos. Aquí te dejo una serie de ideas y áreas en las que podría colaborar con tu negocio y te recuerdo el modo de suscribirte a mi mailing list. También te invito a The Muffin, newsletter semanal con insights sobre lo más relevante que ocurrió en la semana tanto en los medios como en el marketing en México, Latinoamérica y el mundo. Si es tu primera vez leyéndome, puede que no conozcas The Coffee, mi podcast sobre marketing y medios. Aquí puedes escucharlo.

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Mauricio Cabrera
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Written by Mauricio Cabrera

Storyteller, escritor, conferencista y analista de nuevos medios. Hago un newsletter sobre marketing y medios. Tengo mi propio podcast.

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