¿Quién la tiene más grande?
Siempre me había parecido más un dicho que una verdad. Los hombres no vivimos obsesionados por el tamaño de nuestro miembro. No lo sometemos a juicio ante otros, salvo en las fortuitas ocasiones en que la oronda libertad de los vestidores nos pone ante la comparación obligada. Miramos de reojo, apenas una fracción de segundo, y volvemos a lo nuestro. Chico, mediano o grande. El de negro equivaldría a la categoría de legendario en el FIFA, porque a esa raza los estereotipos no siempre la desfavorecen. Bailan bien, rapean bien, cogen bien, saltan bien, resisten más y le parten la cara a cualquier blanco. De la negrura y la blancura escribiré después. De la superioridad del miembro reproductivo y de sus múltiples formas de manifestarse lo haré ahora. Porque a todos nos incluye. Incluso a ellas.
Nunca ha sido materia de las ciencias exactas. Nunca he usado una regla para medir mis proporciones. Espero que mis amigos tampoco, y si en algún momento lo hicieron, la inexactitud se mantendría. Se puede hacer trampa desde el punto de partida. También medir en estado de reposo, de media actividad o de máxima actividad. Sumar a partir de la interpretación personal. O restar, pero eso según los cánones mundiales, no es para blancos. No significa que el tamaño no importa. Importa y mucho. En los chistes entre amigos, donde jamás (salvo que se tenga un negro por amigo) alguien aceptará la posibilidad de tenerlo más chico que otro, en las peleas, donde de algún modo todo se vuelve una cuestión animal, y en la vida diaria con sus variables sociales. Donde ellas también juegan.
En el imaginario colectivo, el tamaño del pene funciona en dos vías. Como generador o aniquilador de confianza personal y como elemento de superioridad o inferioridad sobre otros. Se asume que si lo tienes grande, eres más feliz y seguro de ti mismo. Por ende gozas de autoridad sobre el resto. Si lo tienes chico, eres un pobre diablo. Con ellas, contigo y con tus amigos. La realidad es que se trata de una verdad difícil de descubrir. No conozco a nadie que con absoluta certeza pueda decir que lo tiene mediano o grande, salvo los negros, claro está. Y tampoco chico, aunque mi cabeza llena de prejuicios me diga que los pelirrojos habitan esa categoría. En resumidas cuentas, y quitando el chiste contra mi amigo ginger, la del tamaño es una más de las chaquetas sociales con que vivimos. Nosotros, pero también ellas.
El tamaño como chaqueta social se ha diversificado. Su medición no se obtiene en centímetros. Muta según las aptitudes de la gente. Para varios se trata de kilómetros. Corridos, caminados o viajados. Para otros de seguidores, de los que dan follow en Twitter a los que se transforman en activistas a través del like automático a todo lo que se publica. Para otros de reproducciones, ya no físicas, indeseables por el costo beneficio que un bebé implica, sino por las digitales. Soy tan importante como mi número de views. Ya sea por emborracharme y volverme viral al chantajear a un policía, por usar Facebook Live mientras veo el futbol en tanga o por hacer el mejor mannequin challenge de la puta historia. Ya no se trata del tamaño de nuestro miembro, sino de la talla de nuestra persona medida a través de terceros. Como en Black Mirror. O como en nuestra vida. En la nuestra y en la de ellas.
Los seres humanos no sabemos ser libres. Internet amplió nuestras posibilidades de conocimiento, pero también las de enajenación. Viajamos, ligamos, cogemos, corremos, fotografiamos, nos vestimos y nos arreglamos para presumir. Los escritores un día estarán extintos. No porque la gente deje de leer, sino porque habrá dejado de mirar. Hoy en vez de apreciar la fuerza de las cataratas del Iguazú, nos preocupamos porque nuestra cara se vea en el snap que estamos por publicar, en vez de disfrutar un concierto, nos preocupamos por compartirle al mundo que estamos ahí. Llevamos una regla puesta, no para medirnos el pene, sino para medirnos como personas. El tamaño importa más que nunca para una sociedad chaquetera. Eso sí, incluyente, porque en el juego de la validación social participamos todos. Nosotros y ellas. Todo para responder quién la tiene más grande.