¿Qué pasaría si una app tomara decisiones por nosotros?
De nuevos comienzos mejor no hablemos. Ni siquiera de reinvenciones aunque a últimas fechas me haya vuelto tan fan de James Altucher. Tenia 33 y el ojo izquierdo me lloraba por una infección que lleva días jodiéndome. Y ahora que tengo 34, en esos primeros minutos de vida que me hacen más longevo que Jesús, mi ojo izquierdo sigue llorando. En resumen, soy el mismo de siempre, sólo ha cambiado que soy ligeramente más viejo y que, como cada segundo que pasa, estoy más cerca de morir.
Los cumpleaños son como el festejo de Año Nuevo. Juegos mentales creados por el hombre para pensar que una fecha tiene el poder de cambiarlo todo. Como el Antes de Cristo y el después de Cristo, nada más que con el número de años. Supongamos que en una hipotética biografía mía, se maneja el A34 y el D34, ¿en verdad habrá gran diferencia que anotar? Lo dudo, y no porque sea incapaz de pensar en nuevas versiones de mí, sino porque es tanto el contexto con el que cargamos que una evolución lo suficientemente poderosa como para atraer a una potencial audiencia de lectores es una posibilidad lejana. Mi perro seguirá comiéndose mis tenis, mi cartera o la basura hasta que le llegue la madurez, que para nada está supeditada a mis 34. El ojo me seguirá llorando hasta que vaya al oftalmólogo, y tampoco está supeditado a mis 34. Es más me emborracharé para celebrar mis 34, pero ni siquiera eso depende de mis 34, sino de mis ganas, como las de casi todos, de encontrar pretextos para intoxicarme de alcohol.
No soy de festejar. No me gusta el afecto burocrático de las fechas especiales. Ni el abrazo obligado, ni las mañanitas de trámite, ni la jodida mordida que lleva a que el pastel se meta hasta por la nariz. Pero reconozco que un cumpleaños o se festeja bien o ni siquiera como anécdota sirve. Porque el ser humano es de memoria tan corta que sólo recuerda su cumpleaños por el festejo del día y la cruda del siguiente. Nadie, salvo unos cuantos obsesivos, lleva el recuerdo específico de qué hizo en cada año de su vida. Y quizás sea mejor así, porque sospecho que la publicación de un anuario personal cada que se acerca un nuevo cumpleaños, nos reventaría en la cara lo poco que evolucionamos de un año a otro.
Mientras escribo por primera vez en mis 34 me doy cuenta de que tengo una idea millonaria. Y no, no es que los 34 me hicieran sentir brillante. A los 33 también tuve ideas que yo pensaba que eran millonarias y en realidad no vendí ninguna de ellas. O sea que en realidad fui un fraude millonario para mi autoestima. Pero se me ocurre crear Peoplelytics. Una plataforma de consulta personal que llevara un conteo de los días aprovechados, sobre los desaprovechados. Que un algoritmo mostrara nuestro porcentaje de buenas o malas decisiones según el horario en que las tomamos. Que una gráfica explicara las altas y las bajas de nuestras citas amorosas a lo largo del año. Que para no olvidar pudiera programar reportes diarios, semanales, mensuales y anuales que recuerden el fracaso o el progreso de la vida de una persona. Que esté prohibido engañarse. Que ahí se muestren los números verdes del crecimiento personal o los rojos del estancamiento. Sin engaños, con esa crudeza tan única de los números para decirte que eres un genio o un pobre pendejo.
Peoplelytics además de dar retroalimentación, evolucionaría hasta convertirse en un consejero sobre las decisiones que debes tomar. A partir de la inteligencia que acumule, te indicará si es buena idea negociar en determinado tipo de lugar a determinada hora, o si es conveniente tener una cita romántica en un lugar en el que no bailes cuando las estadísticas indican que tu torpeza al bailar es directamente proporcional al número de veces que has terminado peleado en el antro porque otros han hecho de tu debilidad su fortaleza. En su versión más avanzada, Peoplelytics decidiría por ti. Y así tendrías a quién culpar de tu fracaso.
Mis 34 empezaron mal. Así como millones comen uvas prometiendo cambiar su suerte laboral el 31 de diciembre y pasan el 1 de enero del siguiente año vegetando, yo inicié mi año procastinando. Debí escribir en la noche. Era el compromiso, pero lo manipulé a partir de la licencia personal que da el que sea mi cumpleaños. Peoplelytics me diría que desaproveché los primeros minutos de mi vida. La gente que hice bien, que es mi cumpleaños. Y no es que sea insensible, pero algo me dice que los algoritmos saben más que las personas. Si los números rigieran mi vida, si no existieran ni las depresiones, ni las distracciones, ni las adicciones, sería el puto amo que quiero ser.
Nota del autor:
Este texto lo escribo llorando. No porque mi cumpleaños me genere sentimiento, sino porque resulta que la infección de mi ojo izquierdo se ha agravado. Si Medium tuviera un proceso de selección, es posible que este texto no hubiera visto la luz. Si aún así llegaste hasta el final y por alguna extraña razón te gustó, te recomiendo que leas mi invitación a que la sociedad salga del clóset o que descubras lo que aprendí escribiendo un newsletter durante 16 domingos seguidos. Seguro que te dejarán algo más que estos minutos desperdiciados de tu vida.
Contador: texto 9-dia 9. Llega la constancia, pero no se va la ansiedad.